Capitulo 157

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Habían logrado pasar el Dragon que custodiaba la cámara de los Lestrange, ahora solo necesitaban que el duende abriera la cámara para poder buscar la copa de Hufflepuff, Harry se las había descrito a los chicos para poder encontrarla mucho mas rápido, el duende puso la palma sobre la madera y la puerta de la cámara desapareció, revelando de inmediato una abertura cavernosa, llena hasta el techo de monedas y copas de oro, armaduras de plata, pieles de extrañas criaturas (algunas provistas de largas púas; otras, de alas mustias), pociones en frascos con joyas incrustadas, y una calavera que todavía llevaba puesta una corona.

—¡Rápido, buscad! —urgió Harry, y todos entraron en la cámara.

Apenas había tenido tiempo de echar un vistazo alrededor cuando oyeron un sordo golpetazo a sus espaldas: había vuelto a aparecer la puerta y los había encerrado completamente a oscuras.

—¡No importa, Bogrod nos sacará de aquí! —dijo Griphook cuando Ron dio un grito de congoja—. Podéis encender vuestras varitas, ¿no? ¡Pero daos prisa, nos queda muy poco tiempo!

Aurora lanzo una pequeña esfera de luz al techo, logrando iluminar parcialmente la cámara

Vieron montones de centelleantes joyas, así como la espada falsa de Gryffindor en un estante alto, entre un revoltijo de cadenas. Ron y Hermione también encendieron sus varitas y examinaban los montones de objetos que los rodeaban.

—Harry, ¿esto podría ser...? ¡Aaaaah! —Hermione gritó de dolor.

Aurora la iluminó con su varita y vio que soltaba un cáliz con joyas incrustadas. Pero, al caer, el objeto se desintegró y se convirtió en una lluvia de cálices, de modo que un segundo más tarde, con gran estruendo, el suelo quedó cubierto de copas idénticas que rodaron en todas direcciones y entre las que era imposible distinguir la original.

—¡Me ha quemado! —gimoteó Hermione chupándose los chamuscados dedos.

—¡Han hecho la maldición gemino y la maldición flagrante! —explicó Griphook—. ¡Todo lo que tocas quema y se multiplica, pero las copias no tienen ningún valor! ¡Y si sigues tocando los tesoros, al final mueres aplastado bajo el peso de tantos objetos de oro reproducidos!

—¡Está bien, no toquéis nada! —ordenó Draco a la desesperada.

Pero en ese momento Ron empujó con el pie, sin querer, uno de los cálices que habían rodado por el suelo, y aparecieron cerca de veinte más; Ron dio un salto, porque medio zapato se le quemó en contacto con el ardiente metal.

—¡Quedaos quietos, no os mováis! —gritó Aurora agarrándose a Ron.

—¡Limitaos a mirar! —pidió Harry—. Recordad que es una copa pequeña, de oro. Tiene grabado un tejón, dos asas... Y si no, a ver si veis el símbolo de Ravenclaw por algún sitio, el águila

Dirigieron las varitas hacia todos los recovecos, girando con cuidado sobre sí mismos. Era imposible no rozar nada. Harry provocó una cascada de galeones falsos que se amontonaron junto con los cálices. Apenas les quedaba espacio; el oro despedía mucho calor y la cámara parecía un horno. La varita de Draco iluminó escudos y cascos hechos por duendes y depositados en unos estantes que llegaban al techo; dirigió la luz un poco más arriba, y de pronto le dio un vuelco el corazón y le tembló la mano.

—¡Ya la tengo! ¡Está ahí arriba!

Ron, Aurora, Harry y Hermione apuntaron también con sus varitas en esa dirección, y la pequeña copa de oro destelló bajo los cinco haces de luz: era la copa que había pertenecido a Helga Hufflepuff y luego pasado a ser propiedad de Hepzibah Smith, a quien se la había robado Tom Ryddle.

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