Amor de un niño

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Amor de un niño






Armand no podía disimular su alegría, ni siquiera lo intentaba, estaba orgulloso de sus orígenes y lo demostraba con el modo impetuoso de relatarle a Harry sobre aquello que había aprendido de los Malfoy.


— Severus me dijo que eran muy poderosos e importantes, y me prometió que me enseñaría a cuidar de su herencia para cuando sea grande pueda venir a vivir aquí.

— ¿Y nos abandonarás? —le reclamó Harry fingiendo estar herido de muerte, Armand rió divertido.

— ¡Nunca! Quiero que tú y Severus vengan conmigo, yo los cuidaré cuando estén viejecitos.

— ¿Oíste, Sev? Ya tenemos quien nos prepare nuestras papillas.

— Serán las tuyas, yo pretendo morir con mi dentadura íntegra.


Harry y Armand rieron. Nadie parecía darse cuenta que Adiel apenas sí sonreía a medias, no podía hacer más, su corazón latía dolido ante cada plan que Armand tenía para su futuro.


— ¿Puedo ir al baño? —preguntó tímidamente.


Severus se levantó de inmediato ofreciéndole a llevarlo, era el único que conocía la casa de punta a punta. Fue en el camino que el ojinegro notó que el niño caminaba sin levantar la mirada del piso. Se preocupó por eso, sobre todo porque él no tenía idea de cómo preguntar qué le sucedía. Miró hacia atrás deseando que hubiese sido Harry quien acompañara al pequeño, él había demostrado ser muy bueno para hablar con los niños.


Llegaron finalmente hasta una puerta de cedro negro al final de un corredor. Severus la abrió haciéndose a un lado para que Adiel entrara. Se trataba de una habitación de baño más amplia que sus habitaciones en Hogwarts. Adiel no pudo evitar quedarse boquiabierto ante el lujo predominante, todo era completamente blanco, con excepción de los accesorios que eran de plata pura, parecía un espejo de diamante.


— ¿Te quedas conmigo? —pidió Adiel al ver que Severus tenía intención de dejarle a solas—. Por favor.


Severus asintió y cerró la puerta tras de él, era comprensible que el niño tuviera miedo de quedarse solo en un sitio desconocido. Además, el sitio era lo suficientemente grande para darle la privacidad que necesitaba.


Caminó hacia un extremo donde podía sentarse en el balconcito de un ventanal. Recordó la expresión seria del niño, él no era así, generalmente saltaba y brincaba sin parar, su alegría era inherente a su persona, y sin embargo, apenas le había visto sonreír mientras estaban en esa casa.


— Podemos irnos. —escuchó su voz infantil hablarle al cabo de unos pocos minutos.


Severus se giró a mirarle pero no se levantó, le hizo una señal con la cabeza para que se acercara. Adiel obedeció en silencio permitiendo que Severus le ayudara a sentarse sobre los cojines del balcón. Miró por la ventana las amplias extensiones de jardines, parecían no tener fin, y hasta en el último rincón se dejaba notar que esa no era una casa cualquiera.


— ¿Me dirás porqué estás triste? —preguntó Severus al notar la mirada melancólica del niño.

— No lo estoy, de verdad. —respondió no muy convincentemente.

— Adiel, ¿acaso no me pediste que fuera tu papá?... pues sería prudente que hubiese confianza.


Adiel volteó a mirarlo sorprendiendo a Severus al notar sus ojos anegados en llanto, no había creído hasta ese momento que se tratara de algo serio. Peor fue cuando Adiel se arrojó a sus brazos llorando a mares.


"Potter, ¿dónde estás cuando se te necesita?" Pensó Severus abrumado por la conducta del niño.


Se sentía torpe, no encontraba palabras qué decir y apenas pudo abrazarle sin saber si estaba haciéndolo bien. Finalmente suspiró mirando la puerta, Harry no estaba ahí y era hora de actuar como un padre. Se armó de valor y con suavidad apartó a Adiel para poder mirarle a la cara.


No recordaba haberse sentido tan conmovido, los ojos enrojecidos del niño le despertaron un sentimiento intenso en su corazón, no sabía qué era pero sentía que sería capaz de cualquier cosa con tal de devolverle la alegría.


Usó sus propios dedos para limpiarle cariñosamente las húmedas mejillas.


— ¿Porqué lloras?... es tan extraño verte tan triste.

— Es que esta casa no me gusta. —sollozó angustiado—. ¡La odio!

— ¿Hay alguna razón para que digas eso?


Adiel pensó en mencionar el menosprecio del retrato del despacho pero no podía mentir, aquello no le afectó más que el asombro del primer momento. El motivo de su tristeza era mucho más importante.


— A Armand le gusta demasiado. —confesó limpiándose él mismo sus lágrimas.

— ¿Y eso qué tiene de malo?

— Aquí... parece otro mundo, y él quiere venirse a vivir en este lugar.

— ¿Y eso es todo? —preguntó esperando que realmente fuera así—. Pues no debes de angustiarte por algo que no ha sucedido, quizá Armand viva algún día en esta casa, pero será dentro de muchos años, y para entonces tú también probablemente tendrás tu propia casa.


Adiel negó vigorosamente con la cabeza, volvió a llorar desesperando a Severus quien creyó que había logrado resolver un conflicto infantil.


— ¡No quiero otra casa! —apremió angustiado—. Quiero vivir con Armand siempre, papá, pero él hace planes y ni me ve... él no me quiere en esa vida que le espera.

— Escucha, sí me he dado cuenta que Armand es frío contigo, pero no debes preocuparte. Me parece que es cuestión de tiempo para que pueda quererte tanto como si fueras su hermano.

— ¡No, no, no! —negó volviendo a agitar su cabeza, la idea era aún peor para su corazón—. ¡No quiero que sea mi hermano, quiero que sea mi esposo!


Severus se quedó impávido ante esas palabras, jamás esperó que un niño tan pequeño como Adiel las mencionara, y pasado el primer momento de asombro estuvo a punto de reír divertido por la ocurrencia, pero justo entonces Adiel volvió a limpiarse las lágrimas dejando escapar un suave suspiro de dolor.


Pensó que si reía cometería el peor error de su vida, además ¿quién era él para juzgar sus sentimientos? Cariñosamente volvió a abrazarlo conmoviéndose por los suaves sollozos que continuaban escapando de los labios de Adiel.


— Así que... esposos, ¿eh?

— Sí. Yo siempre le he querido mucho, papá, y desde hace tiempo sueño con que me quiera igual. —Adiel cerró los ojos sonriendo enamorado—. Me gustaría que me besara como tú besas a papá Harry.

— ¡Adiel! —exclamó sonrojado—. Eres muy pequeño para esas cosas.

— ¿Porqué?... ¿cuántos años debo tener?


Severus iba a responder que cuarenta, pero nuevamente decidió no bromear. Recordó sus propios inicios en cuestiones del corazón, así que volvió a apartar al niño para sonreírle afectuosamente.


— Tienes razón, no hay edad para amar, pero puedo prometerte que a veces el primer sentimiento que te acelera el corazón, no es amor. Yo no era demasiado mayor que tú cuando conocí a alguien que me hizo pensar que le amaría por siempre... pero luego entró Harry en mi vida, y él me enseñó lo que realmente significa amar.

— ¿Tú crees que me pasará lo mismo con Armand?... ¿Que lo olvidaré? —preguntó con tanta angustia en su mirada que Severus tuvo que admitir su duda ante la fortaleza de ese sentimiento.

— No lo sé, pero puedo recomendarte que no te preocupes por esto. Estás en edad de jugar, reír y aprender un montón de cosas, Adiel. Tómate los asuntos del corazón con menos tristeza y un día, podrás comprobar si lo que hay aquí... —le dijo poniendo su mano en su pecho—... es amor, y si has elegido al adecuado para ti.


Adiel asintió, no tenía muchas esperanzas de que Armand llegara a corresponder sus sentimientos. Era doloroso pero lo admitía, y no quitaba sentido a llorar, sin embargo, aún lo deseaba con todas sus fuerzas.


— Gracias. —dijo sonriendo sinceramente—. ¿Sabes? Es la primera vez que le digo a alguien lo que siento por Armand y me alegra mucho que hayas sido tú quien esté conmigo para escucharme. Te quiero, papá.

— Y yo me alegra de que confíes en mí de tal manera, hijo.


Severus sonrió orgulloso de sí mismo, tanto por haber logrado recuperar la sonrisa de Adiel, como por el hecho de llamar a Adiel como su hijo, le salió del corazón hacerlo. Suavemente le abrazó mientras agradecía en silencio que Harry lo llevara a sus vidas.



Adoptando un corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora