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Miraba a mi alrededor sin comprender que hacía exactamente hay, el parque de Gótica era nuevamente mi parada, pero al contrario que otros días no veía a nadie pasar por el, ningún sonido era audible más que el viento y el canto de algunos pájaros.
Camine sin ningún rumbo en particular, simplemente pasear por el parque a pesar de su soledad inquietante, el cielo estaba gris escondiendo el sol atrás de sus densas nubes, no era un día tan espléndido.
— Andy — Escuché una voz repentinamente atrás de mi, me gire sorprendida al escuchar quien era.
— ¿Bruce? — Me dije extrañada al verlo, en ningún momento lo oí llegar y menos verlo.
Estaba algo lejos de mí, pero lo reconocí fácilmente, quería caminar a su lado pero algo en mi me lo impedía.
— Me haz mentido, Andy — Su severa voz retumbó en mi cabeza al igual que sus palabras.
¿Le he mentido?
— Un momento ¿A qué te refieres? — Pregunte sin entender.
Simplemente frunció su ceño y bajo su mirada, se dió la vuelta dejándome allí con todas mis dudas encima.
No espera.. no te vayas.
— ¡Bruce! — Mi corazón se estrujaba cada vez más al notar que me ignoraba, no quería verme, no quería escucharme.
Se iría de mi lado.
— ¡Espera, por favor! — Volví a tomar control de mi cuerpo y corrí detrás suyo para alcanzarlo, sentía mi corazón latir con fuerza y como el aire faltaba en mi interior.
No era por correr, nada de eso, era la ansiedad y el miedo que estaba sintiendo por verlo marcharse.
— ¡Por favor! Por favor... — Finalmente lo alcance para aferrarme a su espalda rodeándolo con mis brazos, lo sostenía tan fuerte sintiendo que si lo soltaba lo perdería para siempre.
Permaneció inmóvil, sin siquiera pronunciar una palabra o hacer el mínimo movimiento.
No sentía su calidez, no percibía esa exquisita fragancia que inundaba su presencia, ni siquiera sentía que el estuviera aquí, como si se hubiera esfumado su alma ante mis ojos.
...
03: 57 a.m
Llevaba más de una hora en el suelo del baño intentando calmar los latidos de mi corazón y la horrible presión que sentía en mi pecho, las lágrimas manchaban mis mejillas cada vez más.
La posición fetal era incómoda, pero la única que conocía en estos momentos de debilidad, mamá solía decirme que simplemente llorara y dejara salir todo lo que me atormentaba, pero a veces no funcionaba.
