LA BOLERA

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Le dije que mientras conducía le daría las indicaciones necesarias para ir hasta mi casa, dado que él no sabía dónde vivía y yo no sabía decirle el nombre de la calle. Empecé a indicarle de manera errónea intencionadamente, no me quería ir a casa, era muy pronto, además dudaba de que lo mejor para él fuese estar solo en ese momento. Cuando vinimos a este pueblo el miércoles me fijé en que había una bolera bastante cerca de la entrada a Hawkins, era lo único entretenido que parecía que había allí, por lo que sería exactamente a dónde le llevaría mientras él pensaba que íbamos a mi casa. Le dije que aparcara en los estacionamientos de la bolera, frunció el ceño y me miró confuso, pero no dijo nada, simplemente me obedeció, me impactó bastante que lo hiciese como si realmente creyera que yo vivía allí. Una vez que aparcó el coche y bajé, le pedí que bajase también.

—Déjame adivinar, ¿no vives aquí, cierto?

—Pensé que lo averiguarías un poco antes —me reí—. Venga, sal ya, no tengo toda la noche.

—¿Por qué me has traído aquí? —preguntó mientras bajaba.

—¿Qué ibas a hacer en tu casa? —se quedó en silencio—. Tranquilo, no hace falta que contestes, ibas a llorar por tu ruptura y a comerte la cabeza, seguro que hasta te culparías a ti mismo. Estamos aquí porque no quiero que pases una mala noche, vamos a divertirnos.

—No me conoces, ¿por qué haces esto por mí?

—¿Y por qué no debería hacerlo?

Le dediqué una sonrisa y empecé a caminar hacia la entrada del lugar, él iba detrás de mí y estaba segura de que también sonreía. Antes de que llegase pagué una hora para poder jugar los dos, pedí un par de zapatos de bolos del número 38 y después Steve los pidió del 42. Mientras él se dirigía a las pistas, le pregunté al hombre del mostrador si vendían comida, asintió y me entregó un papel plastificado en el que salía el menú, me decidí por pedir unas patatas fritas y un par de hamburguesas, era lo más típico, tenía que gustarle. También pedí un par de refrescos.

Empezamos a jugar, primero fue mi turno, lancé una bola azul procurando que fuese recto hasta los bolos, fue rodando y rodando hasta que se desvió de su camino, no le di a nada. En la pantalla apareció mi puntaje: "0".

—Joder —me quejé.

Volví a tirar para ver si al menos podía tirar dos o tres, con eso me bastaba. Cogí otra de las bolas, esta de color verde, y lancé de nuevo, esta volvió a desviarse de su camino y conseguí 0 puntos de nuevo.

—Me traes aquí y encima eres malísima —me dijo riendo.

—No es tan fácil, ¿sabes?

—Ya, seguro, aparta.

Me echó a un lado y cogió él una de las bolas, rosa. Con cuidado fue moviendo su brazo hacia delante y hacia atrás, y tiró. No se desvió en ningún momento de su recorrido, tumbó todos los bolos, consiguiendo 10 puntos.

—Seguro que ha sido la suerte del principiante.

Los bolos se colocaron de nuevo y Steve volvió a lanzar y de nuevo marcó diez puntos.

—¿Y ahora qué?

—Esto está trucado —contesté de brazos cruzados.

—Sí, seguro que es eso y no que eres pésima jugando —me dijo.

—¿Y qué esperabas? Es la primera vez que juego, pero en este pueblo no hay nada divertido por eso estamos aquí.

Nos trajeron la comida diez minutos después e hicimos un pequeño descanso para comer, después nos volvimos a poner a jugar y cada vez que tiraba él se reía de mí, llegó el punto en el que solo se reía hasta cuando cogía una de las bolas. Era el final de la partida, me tocaba tirar a mi, lancé y de nuevo, 0 puntos. Golpeé el suelo con mi pie de la rabia. Steve se echó a reír por décima vez esa noche. Cogí una bola más y cuando iba a tirar, Steve me paró.

—Deja que te enseñe como se hace —habló.

Se colocó detrás de mí, pasó su mano por mi brazo hasta llegar a la mía, hizo que lo estirarse un poco hacia atrás y antes de lanzarla me dijo que colocara mi pie izquierdo hacia adelante, noté como él hizo ese mismo gesto, acompañando a mi cuerpo. Estando ya en esa posición, me ordenó que lanzase, y así lo hice, la bola rodó por el suelo y tumbó todos los bolos, marcando así mis únicos diez puntos de toda la partida. Di saltitos de alegría al ver que por fin lo había conseguido. Me giré hacia él y le abracé, Steve correspondió a mi abrazo mientras sonreía orgulloso. Al separarme de él nos miramos fijamente aún sonriendo, me di cuenta a los pocos segundos de que aquello era bastante raro y aparté la mirada.

—Ya se ha acabado nuestra hora aquí —me dijo.

—Sí, me alegra que te lo hayas pasado bien, aunque sea riéndote de lo mala que soy.

Steve se rio una vez más.

—Podríamos volver a salir otro día —propuse.

—Claro. Pero ahora será mejor que te lleve a casa antes de que piensen que te ha pasado algo.

—Espero que no se hayan dado cuenta de mi ausencia.

Salimos de la bolera y nos subimos al coche de nuevo, me dijo que le diese las indicaciones, pero que esta vez no le engañase, me reí ante el comentario y le aseguré que no volvería a hacerlo.

STRANGER THINGS 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora