𝙲𝚊𝚙𝚒́𝚝𝚞𝚕𝚘 𝟷: 𝐋𝐚 𝐠𝐫𝐚𝐧 𝐥𝐥𝐞𝐠𝐚𝐝𝐚 𝐝𝐞 𝐮𝐧 𝐝𝐞𝐦𝐨𝐧𝐢𝐨

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Volumen uno:
No te enamores de mi mente, está loca

Arco uno:
Lo que oculta su sonrisa y lo que muestran sus ojos.

Arco uno:Lo que oculta su sonrisa y lo que muestran sus ojos

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Se despertó en la solitaria habitación, suspiro con pesadez extendiendo lentamente su brazo para presionar el botón y apagar la insistente alarma.
Automáticamente se colocó su uniforme como cada mañana, siguiendo su rutina. Salió de su hogar con rapidez, llegando tarde otra vez. Camino por las calles vacías de su vecindario, después de un minuto llegó al centro del pueblo donde la gente ataca con sus miradas, juzgando, como de costumbre.

Conocido como el hijo de políticos corruptos o también como el bicho raro. Siendo un pueblo pequeño, siempre se corre la voz sobre los rumores y chismes, sobre cualquiera. Él camina con la cabeza agachada y un aura depresiva que lo caracteriza, era normal que todos hablaran a sus espaldas e incluso que otros lo miren con pena, odio también rareza; no es que su baja autoestima o aspecto ayuden.

Aunque el albino siempre fue una persona callada podría decirse que incluso tímido, sonreía. Aun cuándo lo trataran de hacer sentir mal a pesar de aparentar no sufrir por ello. Pero en realidad le afecta muchísimo. Guarda todo en su mente pensando que nunca escuchó aquellos comentarios hirientes y críticas, debía ser fuerte. Hacía unas semanas su abuela había fallecido, más bien se suicidó. Con ello había hecho una promesa imposible de nunca quitarse la vida, pero cómo no hacerlo, si todo el mundo siempre está contra de ti.

Siendo señalado y marcado.

Después de seguir su camino abrió las puertas gastadas del colegio, siguió por los pasillos del lugar y nuevamente las miradas carcomen su corazón, juzgando cualquier error para criticar, solo tenía que apresurar el paso, giro por el pasillo largo entre varios de sus compañeros. Entro a su salón de clases, era típico de todos los días encontrar basura sobre su pupitre además de los insultos como algunos dibujos obscenos. Criticando su orientación sexual y su ropa.
Maldito pueblo, que juzga sin pensar. Que se supone que todos son muy "liberales". Tan solo demuestra que son hipócritas con sus acciones contra él. Todos piensan que pueden meterse con el pobre huérfano y salir sin daños.

De su mochila sacó un pañuelo para eliminar aquellas palabras grandes marcadas en rojo, "perra". Otra vez quería morirse.

—Maldito pueblo. -susurro con algo de molestia. —Ojalá mueran todos desgraciados. —formuló entre dientes.

Apretó los puños reprimiendo sus lágrimas, debe soportar, apartó un poco la suciedad y tomó asiento en el rincón. Las clases comenzaron, no prestó atención. Está perdido en sus propios pensamientos; en su propio auto desprecio.

<< Que alguien acabe con mi patética existencia, soy tan cobarde que no puedo hacerlo yo mismo. >>

Pensó el albino con tristeza en su mirada. Agotado, sin embargo, lo peor, es que, tiene que soportar aquellos que lo rodean. Había sucedido lo de siempre, roban su dinero y ya no podía ir a la cafetería y aguantando su estómago que ruge ante la necesidad de alimento.
El chico dio un vistazo por la ventana al gran árbol del patio, una sonrisa débil se formó en su rostro, saco su libreta y lápiz comenzando a dibujar el bello paisaje, con el silencio del aula todo es pacífico. Mueve su lápiz con delicadeza y entusiasmo, es su consuelo, cuando dibuja olvida su vida de mierda y puede imaginar otra forma en la que es feliz.

Sin embargo, su paz acabó con el momento que el sonido del timbre sonó, todos volvían de mala gana y también esos chicos que tanto lo molestan, se acercaron con malicia quitando su libreta dejando solo trozos de lo que una vez fue su libreta. Sollozo en el suelo y su llanto fue interrumpido ante el sentir de un líquido frío en su cabeza, su cabello se humedece como sus ojos, aquel jugó apestoso caía en su frente. Los vergudos de su vida se alejaron entre carcajadas y aplausos eufóricos. Abandonó el salón de clases, corriendo. Se encuentra sentado fuera de la escuela. Se sentía sucio, miserable y tan roto.

—¿En verdad soy tan malo? —se cuestionó a sí mismo con su voz temblorosa. —Soy patético, demasiado.

Con una rama que encontró por el patio, dibuja en la tierra. Un semblante triste adorna su rostro junto sus lágrimas, aguantando las ganas de gritar. El tiempo transcurrió; de forma desanimada regreso a paso lento al aula donde observo como todas sus pertenencias están regadas por todo el suelo, no importa llegar tarde a casa. No es que alguien esté esperando su regreso con ansias, sus padres ya no están y su abuela siempre estaba de viaje, pero con sus llamadas estaba algo acompañado. Pero ahora ya no tenía nada. Ni el dinero que dejaron en su vida es suficiente para llenar el vacío en su pecho.

Ese vacío. La sensación de no tener a nadie a tu lado. Podría escapar de ese pueblo, pero el costo sería abandonar aquella casa donde los recuerdos de sus padres lo mantenían de pie cada día. Los recuerdos ayudan a enfrentar sus demonios internos.

Volvía a casa con su cabeza agachada, mirando el suelo, arrastrando sus pies.
Llegando a su hogar con una mirada vacía, su vivienda es lúgubre y oscura, sin importar todas las luces en ella podía lograr sentir el calor y energía cuando sus padres vivían. Se tiró en su cama, entre sollozos abrazo su almohada, ya no sería consolado por su madre ni mucho menos regañado por su abuela ante su poca masculinidad. Su vida es una mierda a pesar de tener diecisiete. Tiene una autoestima por los suelos, su familia está muerta. No es como si, su querida abuela hubiera sido cariñosa con él. Al contrario, fue una mujer tan distante y fría como un hielo, sus palabras firmes siempre tuvieron efectos negativos en su persona.

—Puedes hacerlo. —susurro tratando de mantener su voz firme, pero solo consiguió quebrarse. —Pero duele mucho. —se contestó, mirando los cortes en sus muñecas.

Él quería sentirse querido. Observó con esperanza, a la inmensa luna, esperando que alguien escuchara su petición. Se quedó en silencio, hasta que por fin tuvo valor de rogar.

—No se lo pido a alguien en concreto, por favor, solo pido una simple cosa, ¡envíen a alguien que me quiera, se los imploró por favor, por favor!
—rogó a la nada con todas sus fuerzas, observando por la ventana el oscuro cielo.

Él rompió en llanto, sintiéndose más miserable pidiendo deseos como un niño pequeño. Como a la estrella fugaz que tanto creía en su niñez, lleno de esperanza. Esperanza que él, quiere volver a recuperar.

—Estoy cansado y vivir no sirve cuando, no están. —susurró entre lágrimas mirando una foto de sus padres mientras sus párpados poco a poco se cerraron lentamente, ante el inminente cansancio.

El joven se había quedado dormido frente a la ventana.

Lejos del pequeño pueblo de Sakuranbo, dos camiones de mudanza recorrían la angosta, pero larga carretera, desde Nueva York. Pasaron el cartel de bienvenida del pequeño y pacífico pueblo. Que pronto sería nublado por una oscuridad inminente. Siguieron su recorrido por un camino de piedras, hasta que llegaron a una casa de dos pisos, alejada del pueblo, esta gran vivienda se encuentra en un pleno campo desolado y vacío, rodeado por grandes pinos como algunos troncos.

—Sakuranbo es un pueblo bastante aburrido, perfecto para mí, es hora de trabajar. —una sonrisa se formó en el rostro del atractivo chico que mostraba poca cordura.

Su mirada se clavó en la luna. Con esos ojos sombríos que pondría al más valiente de nervios, este río a carcajadas mientras el eco de su risa ronca sonaba alrededor, cortando su risa, volvió a su semblante frío e inexpresivo para luego entrar a su nuevo hogar cerrando fuertemente la puerta que pronto sería el infierno para muchos.

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El ángel de los ojos vacíos (en proceso)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora