La muerte es piadosa, salva a los condenados del infierno llamado vida.
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Las manecillas del reloj nunca fueron tan odiadas por aquel niño, que espera que las manecillas se muevan más rápido para escapar de aquel horrible infierno que se hace llama hogar ¿puede siquiera llamarse así?, su pequeño cuerpo duele demasiado y su alma está destruida como su propio cuerpo, las sonrisas que aprecia cada día lo hacen sufrir y volverse loco, todo es horrible. Ni su madre lo puede salvar de aquel tormento, ni siquiera su hermana menor puede tomar su lugar porque no podía desearle ese agonizante mal a alguien como su hermana aunque realmente quisiera que ella también estuviera en esa posición, que llorara como él, que fuera tratada y destrozada como él.
Es terrible desearle ese mal, pero funcionó, su hermana también se sumó al catálogo de esa sonrisa que siempre se hacía más y más grande ante el dolor, cuando lloraba, cuando gritaba hasta no poder y que sin más fuerzas se sometiera a esas manos.
Todo fue culpa de su madre y su temor a aquel que supuestamente ama.
No sabía el porqué de su situación, pero todo es mejor de lo planeado, nunca imagino que todo aquello influiría en su relación con Akemi y está ayudando demasiado. La situación de los rumores respecto a su extraña relación está afectando negativamente al albino que se acerca con intenciones de ocultarse de todos. Akemi poco a poco toma confianza con él, para pedir pequeñas caminatas por el campus del colegio, incluso sus charlas duran un poco más. Todo es tranquilo en la cafetería, nadie molesta a ninguno de los dos. ¿Por qué hacerlo? Claramente todos temen al nuevo matón del colegio, que es más agresivo e incluso irracional que el anterior. Al parecer solo soporta a una persona en ese lugar. Y es el albino sonriente que juega con su comida para aliviar la tensión de aquellas miradas sobre él. Todo está yendo como su plan indica.
Después de haber seguido a Akemi hasta su hogar, regreso por la calle en busca de su siguiente objetivo, el susodicho alcalde ordenó asesinar a uno de sus antiguos socios. Pero primero debe alejar a su maldita hija. Sus ojos captaron una cabellera rubia acercándose, aquella chica insoportable lo había encontrado de casualidad y sabía que lo estaba siguiendo desde hace unas horas. Bien podría deshacerse de esa odiosa chica sin cerebro, sin embargo, es hija de su benefactor y no es un buen negocio. Antes de poder acercarse a ella, esta paso corriendo, aquello lo desconcertó. Siguió con su búsqueda y de nuevo sentía la presencia, molesto se giró y se encontró con esos horrendos ojos azules. Se ocultó inútilmente entre una pared y un poste de luz viejo.
—Eso es tan patético, sé que estás aquí estúpida rubia —comentó de forma seca y sin ganas se acercó para empujar de forma brusca a la chica que se cayó al suelo.
—¡¿Qué te pasa?! —grita furiosa al ser empujada pero también avergonzada al ser descubierta.
—No sería, ¡¿qué te pasa a ti?! —grito molesto mientras la chica se sonrojó. —por qué mierda me sigues, ¿acaso eres una perra faldera o algo así?
—¡Qué te pasa, no soy nada de esa mierda! Además, pídeme disculpas, ¡no sabes quién es mi padre! —se levantó del suelo molesta, sacudiendo su ropa indignada.
—Me vale una mierda tu estúpido padre —comentó indiferente mientras se aleja.
—¡Oye!, vuelve sé que lo estabas siguiendo ¡enfermo! —esta vez grito más fuerte sintiendo los celos recorrer todo su cuerpo. Odiaba a ese chico, demasiado.
—¿Con qué derecho lo dices tú acosadora? —se dio la vuelta para enfrentarla y se cruzo de brazos.
—No soy una acosadora, tú eres el acosador siguiendo al maricón ese —expreso tratando de provocar al azabache, cosa que consiguió ganándose un puñetazo en la cara. Chillando de dolor.
—No insultes a Akemi —afirmó limpiando su puño con su ropa, asqueado de tocar a la rubia.
—¡¿Cómo puedes golpear a una señorita como yo?! —grito, histérica tocando su mejilla rojiza.
—No eres una señorita, eres un vil parásito que juega con los demás y los deshechas ¿por qué no usarte como uno de ellos? —aclaró dando una patada en la cara de la chica.
—¡Ahg, mi bello rostro!, ¡oh dios que alguien me salve! —grito llorando en el suelo agarrando su nariz rota.
—Patética escoria —susurro asqueado de la chica y sin más que decir, se marchó.
—¡Regresa merezco una disculpa maldito bastardo! —grito, enfadada aún sin levantarse del suelo.
El azabache ignoró los insultos, además de sus supuestas amenazas contra él por dañarla con la conciencia tranquila y una sonrisa satisfecha de sus acciones siguió su camino. Y en el suelo plagado de mugre se levanta Seiko cubriendo su nariz, molesta se fue directo a casa caminando con un aura asesina.
Mientras el azabache seguía en busca de su víctima, el suceso de la rubia lo tiene de muy mal humor. Las calles oscuras del pueblo parecen estar abandonadas y en cada rincón de algún local se puede apreciar un gran cartel del alcalde Yukiteru prometiendo falsedades como cualquier político, Erilk se acerca y lo observo, Seiko se parece mucho a su padre. Tan falsa y estúpida como él. Pero debajo de todos esos carteles falsos apenas se logra visualizar lo que fue el cartel más inspirador para el pueblo, los dos políticos que anteriormente fueron queridos, el matrimonio Shaiming.
Antes de poder irse observo a lo lejos un hombre que cerraba lo que parecía ser una tienda. Sonrió aliviado, por fin lo encontró, podía desquitarse y liberar toda su ira que tanto tuvo que retener para no llamar la atención, por fin el supuesto socio del alcalde. Se acercó fingiendo la mejor de sus sonrisas y de forma amable saludo al hombre.
—Buenas noches, señor —expresó amablemente.
—Buenas noches, joven —sonrió el hombre volviendo a su tarea de cerrar la puerta.
Cuando el hombre volvió a darse la vuelta observo como un cuchillo se acercaba a su rostro y sus ojos se llenaron de sorpresa como de horror, no tuvo tiempo de moverse había quedado en shock. Todo fue tan rápido que lo único que se escuchó del hombre fue un desgarrador grito junto con la risa desquiciada de Erilk.
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El ángel de los ojos vacíos (en proceso)
Ngẫu nhiênEl dulce deseó de percibir su desesperación y saborear la sangre entre su lengua, la coagulación sobre sus dedos le hacen temblar como un animal hambriento. Aquel horror en su mirada lo seduce, tentando entre perversión y deseos carnales que nunca p...