La ciudad de Nueva dallas, una urbe levantada de las cenizas de lo que alguna vez fue la ciudad de Dallas en Texas. En las calles, la luz de los letreros de neón de los negocios apenas iluminaba el caos que se desataba en cada rincón: gritos lejanos, el sonido de pasos apurados y el inconfundible zumbido de drones de vigilancia que nunca parecían ser suficientes para mantener el orden. Las bandas dominaban territorios divididos por regiones y subregiones y la ley aunque presente era casi nula en la zonas más alejadas del centro de la ciudad
En un callejón desolado del distrito trece, dos hombres caminaban bajo la tenue luz de un farol parpadeante. Uno de ellos cargaba un pequeño bulto envuelto en una manta vieja y sucia: un bebé sus pasos resonaban en las paredes de ladrillo ennegrecido. Sus manos temblaban levemente, por el frío de la noche
-¿Estás seguro de que aquí es suficiente? -preguntó el hombre que cargaba al bebé, deteniéndose junto a un contenedor de basura metálico, oxidado por el tiempo y la indiferencia.
-Es más que suficiente -respondió el otro con un tono cortante mientras encendía un cigarrillo-. Nadie va a buscar aquí. Y si lo encuentran... bueno, no durará mucho en este lugar.
-Es una pena... hubiera sido útil como carne de cañon, lástima que el jefe sea supersticioso y le de miedo que allá salido de un cadáver -musitó, casi inaudible.
-Cállate y hazlo de una vez -respondió su compañero, exhalando una nube de vapor elado antes de mirar a su alrededor vigilando que nadie los viera-.Ya tuve suficiente con desaserme de los padres
Con un último suspiro, el hombre se inclinó y colocó al bebé dentro del contenedor, acomodándolo torpemente sobre unos trozos de cartón húmedos. Cerró la tapa con un leve chirrido metálico y retrocedió, evitando mirar atrás. Los dos hombres desaparecieron poco después en la penumbra de la noche, dejando al bebé a merced de la indiferencia de Nova Rive.
Mientras los dos hombres se alejaban del callejón, uno de sus teléfonos comenzó a vibrar en su bolsillo. El hombre lo sacó y vio el nombre en la pantalla: "Jefe". Intercambiaron miradas y luego respondió la llamada, manteniendo la voz baja.
-¿Ya terminaron? -la voz grave y firme del jefe resonó al otro lado de la línea, impaciente.
-Sí, jefe. Todo listo -respondió uno de los hombres, mirando de reojo hacia el callejón como para asegurarse de que el bebé seguía ahí-. El niño está donde nos pidió. Nadie va a encontrarlo.
Hubo un breve silencio antes de que el jefe respondiera, su tono impregnado de satisfacción.
-Bien. Ese maldito detective ya no podrá interferir en nuestros asuntos. Sabía que su familia era su punto débil -dijo con una risa fría y calculadora-. Deshacerse de él y su esposa fue la mejor decisión que pudimos tomar.
Los dos hombres asintieron, aunque el jefe no podía verlos, y siguieron caminando mientras escuchaban la voz de su superior.
-Ahora, asegúrense de no dejar rastro de esta operación, no quiero que nuestra racha de suerte termine por un descuido
-No se preocupe, jefe. Todo quedó limpio. Ese detective fue un dolor de cabeza, pero ya se acabó. Y su "hijo"... -miró hacia atrás una vez más, como si recordara el bebé dormido en el contenedor-. Dudo que alguien en esta ciudad le importe otro niño abandonado.
El jefe soltó un último suspiro de aprobación antes de colgar la llamada, dejando a sus hombres con la orden tácita de no mirar atrás.
Con el teléfono apagado y el jefe satisfecho, los hombres desaparecieron entre las sombras de Nova Riven. Dejaban atrás no solo a un niño, sino el legado de un hombre que había dedicado su vida a combatir el crimen, un detective que había llegado peligrosamente cerca de exponer al jefe y sus operaciones.
Durante dos días

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Hijos de la calle
RastgeleEn el año 2093 el crimen en las calles de una ciudad comienza a afectar cada vez más a la población, asesinatos, violaciones, secuestros y drogas, la policía no se da abasto, pues sus recursos son escasos y la corrupción se ha infiltrado en las fue...