Uno 🖤

3.6K 226 11
                                    

Aunque Gulf Kanawut podía afirmar sin temor a equivocarse que no había mucha gente que le desagradara, empezaba a sospechar que odiaba a Kao, el primo de su marido. Cuando iba de visita, pensaba Gulf, miraba la casa como si estuviera deseando ponerse a medirla para ver si cabían sus muebles.
   
Era muy exasperante, sobre todo porque tenía derecho a sentir que la casa era suya. Si Gulf no tenía hijos, el título recaería en él. Y desde que su marido lo había abandonado, hacía varios años, las visitas de Kao eran cada vez más frecuentes y entrometidas, y él parecía cada vez más convencido de que acabaría heredando el título y la casa. Últimamente había adquirido la costumbre de preguntarle por la salud de su esposo con una sonrisilla satisfecha, como si estuviera al tanto de alguna información que él desconocía.
   
Aún más molesto era sospechar que tal vez fuera así. Aunque el señor Kim Hyun Joong, el secretario de su marido, insistía en que el conde estaba bien, insistía con igual tesón en que Mew no deseaba comunicarse con él. Era improbable que fuera a visitarlo. Y Gulf no sería bien recibido, si iba él a verlo. ¿Le estaban ocultando algo, o la animadversión que sentía Mew por él era tan transparente como parecía?
   
Gulf ya no podía soportarlo más.
   
—¿A qué viene esa cara, Kao? Casi parece que dudes de mi palabra. Si piensas que Mew está enfermo, lo menos que podrías hacer es fingirte apenado.

Kao lo miró con una sonrisa petulante, como si al fin lo hubiera atrapado.
   
—No creo que Jongcheveevat esté enfermo. Más bien dudo que exista.
   
—Qué bobada. Sabes perfectamente que existe, Kao. Lo conoces desde que eras niño. Asististe a nuestra boda.
   
—Y de eso hace ya casi tres años —miró a su alrededor como si acabara de descubrir el aire—. Aquí no parece que esté.
   
—Porque reside en Londres la mayor parte del año —todo el año, de hecho. Pero eso más valía no mencionarlo.
   
—Pues sus amigos no lo han visto por allí. Cuando se reúne el Parlamento, su escaño en la Cámara de los Lores siempre está vacío. No asiste a fiestas, ni va al teatro. Y cuando visito sus habitaciones, o acaba de salir o se espera que vuelva.
   
—Quizá no desee verte —contestó Gulf.

Si era así, no podía hacer otra cosa que alabarle el gusto a su marido ausente.
   
—Yo tampoco tengo especial interés en verlo —repuso Kao—. Pero por el bien de la sucesión, exijo ver alguna prueba de que ese hombre respira aún.
   
—¿De que respira aún? De todas las ridiculeces que has dicho, Kao, creo que esa es la peor. Eres su pariente vivo más cercano. Y su heredero. Si el conde de Jongcheveevat hubiera muerto, se te habría notificado inmediatamente.
   
—En caso de que quisieras hacerlo —lo miraba con recelo, como un gato. Como si estuviera seguro de que, si le sostenía la mirada, Gulf acabaría por reconocer que tenía el cuerpo de Mew enterrado bajo la tarima del suelo.
   
—Si algo le ocurriera a Mew, te lo diría, naturalmente. ¿Por qué iba a ocultártelo.
   
—Por muchas razones. ¿Crees que no sé que cuando está ausente te deja a cargo de la finca? Los sirvientes te obedecen a ti. He visto al mayordomo y al capataz venir a pedirte instrucciones, y te he sorprendido estudiando los libros de cuentas como si tuvieras la más remota idea de qué hacer con ellos.
   
Después del tiempo que había pasado leyéndolos, sabía perfectamente cómo hacer las cuentas. Y a su marido no le importaba que se ocupara de ellas. Incluso lo había felicitado por lo bien que administraba la finca en los escasos y parcos mensajes que le había hecho llegar a través de Hyun Joong.
   
—¿Y a ti qué más te da? Todavía no eres conde.

Kao entornó los ojos.
   
—Es antinatural. No quiero ver mi herencia dilapidada por culpa de la mala administración de un doncel. He escrito a Jongcheveevat muchas veces para hacerle partícipe de mis temores. Y sin embargo, nada indica que vaya a venir a hacerse cargo de lo que es suyo por derecho. Pasa tan poco tiempo aquí que lo mismo daría que estuviera muerto. Y puede que lo esté, a ti parece traerte al fresco. Has organizado la administración de las tierras a tu antojo, ¿no es cierto? Pero si Jongcheveevat ha muerto y crees que puedes mantener la farsa de que sigue siendo el señor de esta casa, estás muy equivocado.
   
Gulf respiró hondo, intentando conservar la calma. A pesar de que Kao siempre había sido insoportable, él había procurado mostrarse amable por el bien de su marido. Pero ni su marido ni Kao valoraban su esfuerzo, y su paciencia tenía un límite.
   
—Tus acusaciones son ridículas.
   
—Yo creo que no, señor mío. La última vez que visité las habitaciones de Jongcheveevat, los sirvientes me aseguraron que estaba indispuesto. Pero cuando entré por la fuerza, no descubrí ni rastro de él.
   
—Si abusas de su hospitalidad y maltratas a sus criados, no me extraña que no desee verte. Tu conducta es sumamente grosera. Y el hecho de que no lo hayas visto no significa que no lo haya visto yo. ¿Cómo crees que se firman los papeles que tienen que ver con la finca? No puedo firmarlos yo mismo —lo cierto era que sus falsificaciones eran bastante creíbles. Y lo que no podía falsificar, se lo pasaba al secretario de su marido, que luego se ocupaba de devolvérselo. Sabía que Hyun Joong era tan leal a su marido como servicial con él. Y aunque no tenía pruebas de que el secretario también falsificara la firma de esos documentos, a veces tenía sus sospechas.
   
Kao no parecía muy convencido.
   
—Al contrario. No me cabe ninguna duda de que podrías firmar documentos, y de que los firmas. Si, por milagro, recibiera una carta de tu marido, tendría que probar fehacientemente que la escribió de su puño y letra.
   
—Y supongo que no me crees cuando te digo que mantengo contacto regular con él.
   
Su primo se echó a reír.
   
—Claro que no. Creo que es una estratagema para impedir que reclame lo que me corresponde por derecho.
   
La certeza de Kao de que su matrimonio era una farsa lo estaba sacando de quicio.
   
—Esta finca no es tuya. En absoluto. Pertenece a Mew Suppasit, actual conde de Jongcheveevat. Y después de él, a su hijo.
   
Kao se rio otra vez.
   
—¿Y cuándo habrá un heredero de tu invisible marido?

La idea se le ocurrió de pronto, y no pudo refrenarse.
   
—Dentro de ocho meses, muy posiblemente. Aunque es igual de probable que sea una niña. Mew, sin embargo, afirma que en su familia el primogénito siempre es un niño.
   
—¿Estás… estás…? —farfulló Kao.
   
—Encinta, sí —contestó, envalentonado después de pronunciar la primera mentira—. No tenía intención, naturalmente, de hacerte partícipe de mi estado. Sería muy poco propio de un señor noble. Pero ya que te empeñas en lanzar sobre mí sospechas infundadas, no me queda más remedio que hacerlo. Y yo que tú me cuidaría mucho de decir lo que posiblemente estás pensando: que no es hijo de mi marido. Si osas decirlo, informaré a Mew de cómo me hablas cuando no está presente. Y a pesar de que son primos, tendrás que responder ante él por extender rumores malintencionados acerca de mí. Estuvo en el ejército, ¿sabes? Sigue siendo un excelente tirador, y un maestro con la espada. Además de muy suspicaz en lo tocante a mis sentimientos. No querrá que nadie me haga daño — esa era la mayor mentira de todas. Pero ¿qué importaba, comparada con aquel bebé imaginario?
   
Kao tenía la cara blanca y moteada de rojo, y sus labios se tensaban como si estuviera a punto de darle una apoplejía. Por fin logró decir:
   
—Si eso es cierto, cosa que sinceramente dudo, no sé qué decir al respecto.
   
Gulf sonrió y lo miró con astucia.
   
—Eso, mi querido primo Kao, es lo más sencillo del mundo. Lo único que deberías decir es «enhorabuena». Y luego «adiós». Los donceles en mi estado se cansan fácilmente. Y, ¡ay!, no me quedan fuerzas para seguir hablando contigo —lo agarró de la mano y lo empujó con fuerza hacia la puerta del salón, dejando que su propio impulso lo hiciera salir al pasillo.
   
Cuando estuvo fuera, cerró la puerta rápidamente y apoyó los hombros contra ella como si tuviera que impedir por la fuerza que entrara otra visita.
   
Al principio de la entrevista, había temido tener que inventarse a su marido extraviado. Ahora tendría, además, que sacarse de la manga un bebé, y conseguir que Mew admitiera que era su padre, lo fuera o no.
   
«O no». Esa era una posibilidad interesante.

Gulf no tenía ningún admirador al que alentar en tan apasionado empeño. Y aunque no se consideraba falta de atractivos, sospechaba que había cosas que ni siquiera el leal Hyun Joong estaría dispuesto a hacer para mantener las cosas tal y como estaban.
   
Pero si Mew tenía algún interés en que siguiera siéndole fiel, convenía que al menos lo visitara el tiempo justo para demostrar su buena salud, si no su virilidad. Hacía casi un año que no tenía noticias suyas. Aunque los criados juraban haberlo visto, sus caras de preocupación hacían sospechar a Gulf que allí había gato encerrado. Tanto Hyun Joong como ellos le aseguraban con idéntico nerviosismo que no hacía falta que fuera a Londres a cerciorarse de ello. De hecho, sería un craso error.
   
Gulf sospechaba que había otro de por medio. Intentaban que no se enterara de que su marido estaba viviendo con otro. De que Mew estaba dispuesto a abandonar a su esposo y a renunciar a futuros hijos legítimos a cambio de vivir con su querido y su retahíla de bastardos.
   
Intentaba convencerse de que eso era absurdo, de que estaba cargando las tintas. La mayoría de los hombres tenían amantes, y sus esposos preferían ignorarlo. Pero a medida que los meses se convertían en años y Mew seguía sin hacerle caso, cada vez le costaba más fingir que no le importaba.
   
De momento, sin embargo, el problema no era lo que hubiera hecho Mew, sino lo que había dejado de hacer. Ya resultaba bastante difícil sentirse objeto de un rechazo total. Pero si además corría el riesgo de perder su casa por ello, la situación se volvía intolerable. Llevaba tres años viviendo allí y consideraba la finca Jongcheveevat su hogar por derecho. Y si el necio con el que se había casado era declarado muerto por no molestarse en aparecer en público, tendría que cederle la casa al patán de Kao. Lo cual sería sumamente inconveniente para todos.

Gulf miró el escritorio que había en el rincón y pensó en escribir una carta perentoria a su marido informándole de la cuestión. Pero era un asunto demasiado urgente y personal para arriesgarse a que la leyeran otras personas. Sospechaba que Hyun Joong leía todo el correo del conde, y no quería correr el riesgo de que el secretario supiera que le pedía favores sexuales a su marido por escrito. Además, sería doblemente humillante que la respuesta no estuviera escrita de puño y letra por su marido, o que no hubiera respuesta. O peor aún: que fuera negativa.
   
Total, que era mucho mejor hacer un viaje urgente a Londres, acampar en las habitaciones de Mew y esperar a que regresara. Cuando los sirvientes vieran que iba en serio, accederían a dejarlo ver a su marido, como era lógico. Y cuando por fin viera a Mew, le diría que o le engendraba un hijo, o le decía a aquel odioso Kao que todavía estaba vivito y coleando para que lo dejara en paz de una vez por todas.
   
Después podrían volver a vivir cada uno por su lado. Y Mew podría seguir ignorando su existencia, como sin duda era su deseo. 🖤

Engaño placentero 🖤. (MewGulf) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora