Veintiuno 🖤

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Cuatro peldaños hasta la calle. Tocó el bordillo con el bastón y se apartó un poco. Y ahora, a la izquierda.

Tendría que pasar dos calles, en aquella dirección, y luego torcer hacia la avenida. Aguzó el oído al echarse a andar, intentando hacerse una idea de lo que lo rodeaba. Era más difícil de noche que de día, porque no podía servirse de los rayos de sol para marcar el rumbo.

Pero, para su primer viaje, era preferible que la calle no estuviera llena de gente. Oyó a un solo transeúnte al otro lado de la calle, y recordó que tendría que tener cuidado con los carteristas. Aunque no tenía que atravesar ningún barrio de mala fama, convenía no fiarse de todos los que se aventuraban a salir después de que anocheciera.

Avanzó tocando el suelo con su bastón delante de sí, para asegurarse de que no había obstáculos. Caminaba más despacio de lo normal, pero pese a ello no parecía estar paseando. Estuvo a punto de caerse cuando el bordillo se acabó de pronto, pero recuperó el equilibrio y miró a ambos lados, intentando distinguir las sombras, mientras aguzaba el oído por si distinguía el ruido de los cascos de un caballo o el traqueteo de un carruaje.

Cuando estuvo seguro de que no corría peligro, cruzó sin tropiezos, en línea recta, y llegó al lado contrario de la calle. Siguió un poco más del mismo modo, y después todo comenzó a torcerse.

Las calles empezaban a estar más llenas de gente, y oyó aumentar el tráfico a su alrededor. Aunque la mayoría de los transeúntes lo dejaban pasar, de vez en cuando alguno se tropezaba con él, y se veía obligado a ajustar su paso al de quienes lo rodeaban. Los cambios de ritmo le hacían más difícil caminar en línea recta, y la esquina pareció llegar mucho antes de lo que esperaba. ¿Había pasado dos o tres calles?

De pronto sintió una mano, ligera como una pluma, en el bolsillo en el que guardaba su cartera. Agarró la fina muñeca con la mano izquierda.

-Eh, tú, ¿qué haces?

-Por favor, señor, no hacía nada malo -un crío. ¿Una niña? No, un varón.

Estaba seguro. Aunque la muñeca que sujetaba era huesuda, no parecía delicada, y la manga de la que sobresalía era de lana basta.

-¿Solo querías meterme la mano en el bolsillo, entonces? Se acabaron las tonterías, chico. Querías robarme la cartera. Y voy a entregarte a la policía.

-Por favor, señor... -sollozó el muchacho-. No he hecho nada malo. Y tengo hambre.

-Y yo soy ciego, no estúpido. Ni tan insensato como esperabas. A mí es mucho más difícil robarme, porque presto más atención a las cosas pequeñas, como tú -soltó un bufido exasperado para que el chico viera que hablaba en serio. Luego añadió-: Si no quieres acabar en el calabozo, más vale que me demuestres tu valía. Me dirijo a Saint James's Square. ¿Conoces el camino?

-Sí, señor. Claro.

-Entonces agárrame de la mano y llévame allí. Mantén los ojos bien abiertos y procura que no se acerque ningún carterista. Si tratas de engañarme, me daré cuenta, así que no intentes nada, o te entregaré a la policía -luego fingió ablandarse-. Pero si me llevas como es debido, habrá un chelín y una buena cena para ti -al oír otro sollozo añadió-: Y un pañuelo limpio.

-Sí, señor.

Sintió que una manita agarraba la suya. El chico le hizo dar la vuelta y echó a andar con paso vivo en la otra dirección. Pasado un rato, Mew llegó a la conclusión de que lo estaba llevando por buen camino. Los sonidos que lo rodeaban y los ecos de los edificios de la plaza eran los que esperaba. Pero le molestaba saber que, en su primera salida solo, había sido incapaz de encontrar una casa que había visitado cientos de veces. Quizá fuera tan inútil como temía. Un inválido indefenso que solo sería una carga para su esposo.

Engaño placentero 🖤. (MewGulf) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora