Seis 🖤

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Mew Suppasit despertó al día siguiente con la misma molesta resaca a la que ya se había acostumbrado. Pronto llegaría una mañana en la que ya no despertaría. Comparado con aquello, sería un alivio. Ese día, sin embargo, seguía vivo y consciente, y se sentía aún peor por culpa del chichón que tenía en la sien. Si lo hubieran golpeado desde atrás, se habría sentido mejor. Pero que lo hubieran golpeado por delante demostraba hasta qué punto habían mermado sus facultades. Suspiró con la cara pegada a la almohada, esperando a que la habitación dejara de darle vueltas para intentar incorporarse.
   
Las náuseas empeorarían, posiblemente, si pudiera ver cómo todo le daba vueltas. Pero, aun así, sentía una especie de bamboleo, como si estuviera cruzando el Canal de la Mancha con mar picada. Seguía en su dormitorio, sin embargo, y sentía el olor de un desayuno que no le apetecía probar.
   
El joven…
   
Había sido un tonto por creer que tendría la suerte de rescatarlo dos veces dentro de aquella taberna. Si por culpa de su insensatez hubiera caído en manos de aquellos rufianes…
   
Se incorporó, alarmado, y enseguida se arrepintió de haberlo hecho. Recordó entonces cómo había acabado la noche. Guardaba un vago recuerdo de su voz en el trayecto de vuelta a casa, junto con la de Hyun Joong. Su secretario debía de haberlo encontrado a tiempo, haber salvado al joven y haberlos ayudado a ambos a llegar hasta allí.
   
Le resultaba aún más penoso que hubieran tenido que rescatarlo.
   
Si había llegado a un punto en que ya ni siquiera podía valerse por sí solo y además ponía a los demás en peligro, era hora de buscar una forma expeditiva de poner fin a todo y dejar de andarse por las ramas, esperando a que la naturaleza siguiera su curso. Esa noche, sin embargo, no era el momento. Aquél desconocido había necesitado su ayuda, aunque solo hubiera sido por un rato. Si la intervención de Hyun Joong lo había puesto a salvo, su orgullo herido poco importaba.
   
Aquél joven decía ser de buena cuna, aunque no fuera, desde luego, muy sensato. Un joven doncel sensato jamás habría entrado en semejante lugar. Tal vez lo que le había dicho era cierto y estaba buscando a su esposo. Una lástima, que tuviera que buscarlo en antros como aquél. Aunque él los frecuentara, no se enorgullecía de ello. Pero al menos tenía el pequeño consuelo de que su esposo nunca había visitado lugares como aquél.
   
El desconocido lo había rechazado al quedarse solos. Así pues, no había visitado la taberna impulsado por el deseo secreto de probar algo distinto. Y luego lo había acompañado hasta su casa. Había estado en aquella misma habitación, aunque no por mucho tiempo. Mew recordaba que le había asegurado que se había defendido muy bien, y que había distinguido una nota de asombro y admiración en su tono escéptico. Era un joven de modales y besos ácidos y cortantes. Y también de olor: Mew habría jurado que aún sentía un vago aroma a limón pegado a su piel, allí donde lo había tocado.
   
¡Qué hombre! Si no le fallaba la memoria, le habría encantado tenerlo por compañía. Su blandura cuando lo había sentado sobre su regazo, y la fricción cosquilleante de su lengua al besarlo… El peso delicioso de sus nalgas rozando sus muslos… Y un beso que insinuaba mucho más, aún por llegar…
   
Mew se rio. Era poco probable que volvieran a verse. Imposible, quizá. El joven se lo había prometido para que le soltara la mano, desde luego. Pero no le había dado su nombre ni sus señas, y se había quejado de su tosquedad. Se frotó la barbilla áspera. Seguramente tenía razón.
   
Su ayuda de cámara tenía que haberlo oído moverse, porque Mew lo oyó entrar y sintió el olor de la taza de té que puso sobre la mesilla de noche y del jabón que llevó a la jofaina para preparar el agua con la que lo afeitaría. Se oyeron otros pasos, el arañar de los aros de las cortinas y el súbito resplandor del sol entró a raudales en su alcoba.
   
—Hyun Joong —dijo—, eres una bestia. Lo menos que podrías hacer sería dejar que uno se acostumbre poco a poco a la mañana.

—Buenas tardes, milord —respondió Hyun Joong amablemente—. Son casi la una.
   
—Qué me importa a mí eso. Sabes a qué hora llegué a casa y el estado en que estaba, porque me trajiste tú —de pronto se le ocurrió una idea—. ¿Y cómo es que estabas allí? Cuando salí de aquí, iba solo.
   
Hyun Joong se rebulló un poco y carraspeó.
   
—Fui en su busca, milord. Mientras estaba usted fuera, Lord Kanawut visitó la casa para informarle de que está pasando unos días en Londres. Insistió mucho en conocer su paradero. Y pensé que convenía…
   
—Entiendo.
   
No era la primera vez que su esposo visitaba Londres. Pero él siempre había logrado evitarlo. Resultaba muy violento, sin embargo, pensar que estaba tan cerca, después de lo sucedido esa noche. Buscó a tientas el retrato en miniatura de Gulf que había en la mesa, junto a la cama, y lo tocó distraídamente.
   
—El señor llevaba ya bastante tiempo fuera —prosiguió Hyun Joong—. Y el servicio estaba preocupado.
   
Dentro de la cabeza de Mew, una vocecilla replicó que lo que hiciera él con su vida no era asunto de nadie. La preocupación de sus sirvientes no era más que piedad apenas velada, y la sospecha de que ya no podía valerse solo.
   
Refrenó su ira. Esa noche, lo habían dejado inconsciente en una taberna.
   
Difícilmente podía afirmar que era capaz de defenderse por sus propios medios.
   
—Agradéceles su preocupación —dijo—. Y gracias a ti también por intervenir a tiempo. Procuraré tener más cuidado en el futuro —no pensaba hacer tal cosa, en realidad. Pero no tenía sentido decírselo a Hyun Joong.
   
Luego, como si se hubiera acordado de pronto, sacó a relucir la cuestión que más le preocupaba:
   
—Has dicho que Gulf está en la ciudad. ¿Le preguntaste cuál es la razón de su visita?
   
—No dijo nada al respecto, milord —Mew oyó que movía nerviosamente los papeles que llevaba en las manos.
   
—¿Te ocupaste de la transferencia de fondos de la que hablamos después de tu última visita al norte?
   
—Sí, milord. Lord Kanawut inspeccionó los daños de las tormentas de esta primavera y las obras de reparación en las casas de los arrendatarios ya están en marcha.
   
—Supongo que no será por eso, entonces —comentó Mew, intentando no ponerse nervioso.
   
La eficiencia de su esposo era casi legendaria. Hyun Joong le había leído el informe en el que Gulf explicaba con detalle los daños, sus planes de reparación y el presupuesto previsto. La firma que solicitaba de él no era más que una pequeña cortesía por su parte, para hacerle sentir que participaba en la administración de sus tierras.
   
Pero, si había ido a Londres, y si había ido a visitarlo, tenía que tratarse de un asunto mucho más personal.
   
—¿Cómo está? —preguntó con toda la tranquilidad de que fue capaz.
   
Se hizo un silencio tan prolongado que Mew empezó a preguntarse si estaría enfermo, o si había algo que era preferible que no supiera. Después Hyun Joong dijo:
   
—Parecía estar bien.
   
—Últimamente pienso a menudo en él —seguramente era por mala conciencia. Porque habría jurado que aquel olor a limón seguía prendido en la habitación con tanta fuerza que temía que Hyun Joong también lo notara—. ¿Pidió algo? ¿Más dinero, quizá?
   
—Estoy seguro de que, si lo necesitara, extendería él mismo un cheque a cuenta de los fondos destinados al mantenimiento de la casa.
   
—Ah. Ropa, entonces. ¿Va de compras con frecuencia? Sé que mi madre lo hacía. Puede que haya venido por eso.
   
—Nunca se ha quejado de que le faltara nada —contestó su secretario como si el tema lo aburriera.
   
—Joyas, entonces. No le he regalado ninguna desde que nos casamos.
   
—Si le interesa, tal vez debiera preguntárselo usted mismo —contestó Hyun Joong con cierta aspereza, como si, a pesar de su paciencia, empezara a estar harto de tantas preguntas.
   
—¿Mencionó por casualidad si vendría a visitarme otra vez? —la pregunta lo llenaba de miedo y de esperanza, como siempre.
   
Porque, aunque le habría gustado muchísimo volver a verlo, no quería saber lo que diría si averiguaba la verdad.
   
—Creo que mencionó que tal vez buscara casa aquí, en Londres —pero Hyun Joong no solo parecía extremadamente inseguro. Parecía estar ocultándole un secreto. Posiblemente, a petición de su esposo.
   
—¿Visita a alguien más, que tú sepas? —como si tuviera derecho a estar celoso, después de tanto tiempo. Pero era perfectamente lógico que Gulf hubiera buscado a alguien que lo entretuviera en su ausencia. Hacía tres años. En ese tiempo, habría alcanzado la plenitud de su belleza y madurez.
   
—No, que yo sepa, milord. Pero mencionó a su primo Kao.
   
—Mmm —bebió un sorbo de té, intentando aparentar tranquilidad.
   
Podía parecer una traición por su parte. Pero era en cierto modo lógico, imaginaba Mew, que fijara su interés en Lord Kanawut futuro conde de Jongcheveevat. De ese modo, cuando él muriera, Gulf podría conservar el título, y también la casa.

—¿Se encuentra bien, milord?
   
Mew sintió que Hyun Joong se relajaba en parte al oírle decir que tal vez pudieran verse. Para su buen amigo había sido duro hacer el papel de mediador.
   
Hyun Joong empezó a removerse otra vez, como si hubiera algún otro problema.
   
—¿Venías a darme alguna otra noticia? —preguntó Mew.

—Ha llegado el correo —contestó su secretario sin inflexión.
   
—Me lo imagino, si es más de mediodía. ¿Tienes que leerme algo?
   
—Una carta. No lleva señas, y el sello estaba sin marcar. Me he tomado la libertad…
   
—Claro, claro —Mew restó importancia a su preocupación con un ademán—. Dado que no veo la letra, mi correspondencia es un libro abierto para ti. Por favor, léeme esa carta —dejó la taza, tomó una tostada del plato y esperó.
   
Hyun Joong se aclaró la garganta y comenzó a leer con evidente nerviosismo:
   
—«Deseo darle las gracias por prestarme su ayuda anoche. Si me concede el honor de cenar conmigo, tome el carruaje que enviaré a su residencia a las ocho en punto de esta noche».
   
Mew esperó, pero Hyun Joong no dijo nada más.
   
—¿No hay firma?
   
—No, ni tampoco saludo.
   
—Tráela. Quiero examinarla —dejó a un lado el desayuno y tomó el papel. Pasó los dedos por él, deseando poder palpar el significado de aquellas palabras. Nada indicaba que fueran a cenar solos, pero tampoco se decía que fuera a haber más invitados—. ¿Y no hay pista alguna respecto a la identidad del remitente? ¿Ninguna dirección? ¿Un membrete de algún tipo? —si hubiera habido un sello o un monograma grabado, lo habría palpado con los dedos.
   
—No, señor. Suponía que conocía usted la identidad del joven.
   
Mew se acercó el papel a la nariz. Sintió el olor levemente acre de la tinta fresca, y una nota de perfume de limón. ¿Habría frotado el papel contra su cuerpo, o solo lo había acercado al frasco de perfume? Sonrió. ¿Sabía acaso que él se preguntaría cómo se había impregnado el papel de aquel olor? Prefería pensar que lo había sostenido contra su pecho, cerca de su corazón acelerado.
   
—Respecto a eso… —qué patanería la suya, no haberle preguntado su nombre. Le incomodaba que Hyun Joong viera lo bajo que había caído, porque el hombre era mucho más que un sirviente, después de servir juntos durante años en el ejército y de lo mucho que dependía de él desde entonces. Pero, a medida que crecía el aprecio de Hyun Joong por Lord Kanawut, Mew había empezado a sospechar que su lealtad estaba algo más que dividida—. No hubo tiempo para una presentación formal. Acabábamos de conocernos cuando llegaste. Y, como sin duda notaste, había cierto revuelo —hizo una pequeña pausa para que su secretario asimilara aquella información. Luego dijo—: Pero tú lo viste, ¿no? ¿Cómo era?
   
Notó que Hyun Joong se removía inquieto otra vez. Nunca antes le había pedido al pobre hombre que lo ayudara en una aventura amorosa. Debía de sentir escrúpulos de conciencia por verse obligado a traicionar a Lord Kanawut. Pero Mew no podía refrenar su curiosidad.
   
—¿Era atractivo? —preguntó.
   
—Mucho —reconoció Hyun Joong.
   
—Descríbemelo.
   
—Cabellos negros. Ojos marrones oscuros. alto y delgado. Mentón decidido.
   
Decidido. Eso no le costaba creerlo. La noche anterior había demostrado una fortaleza de carácter y una franqueza de las que cabía deducir que no se dejaba engatusar por bellas palabras. Mew notaba la atracción que sentía por él chisporroteando sobre su piel como el aire antes de una tormenta.
   
—¿Y? —insistió, ansioso por saber más.
   
—Llevaba ropa cara.
   
—Y cuando lo acompañaste a su casa, ¿dónde era? Porque lo acompañaste tú, ¿verdad?
   
Hyun Joong se removió otra vez.
   
—Me hizo jurar sobre mi honor que no le daría más datos acerca de su identidad o de su lugar de residencia. Puede usted exigirme que conteste con franqueza, desde luego. Es mi jefe…
   
Mew suspiró.
   
—Pero no voy a hacer uso de ese derecho y obligarte así a incumplir la palabra que le diste como caballero.
   
—Gracias, milord.
   
—Además, confío en que él mismo me lo diga, si voy a verlo esta noche.

Oyó a Hyun Joong rebullir otra vez, incómodo.
   
—No espero de ti que te involucres más en este asunto, Hyun Joong, aparte de ayudarme con la lectura de la correspondencia. Sé que eres una ayuda muy valiosa para Gulf, como lo eres para mí mismo. No voy a ponerte en otro apuro.
   
—Se lo agradezco, milord.
   
—Esta noche, tomaré el carruaje cuando llegue y aceptaré el agradecimiento de ese joven, sea en la forma que sea. Sospecho que eso será todo. No volverás a oír hablar de este asunto.
   
—Muy bien, milord —pero Hyun Joong, parecía muy poco convencido de ello.🖤

Engaño placentero 🖤. (MewGulf) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora