Dos 🖤

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Por primera vez desde hacía siglos, Gulf se hallaba en la misma ciudad que Mew Suppasit. A apenas un par de millas de distancia. Posiblemente, menos. Tal vez él incluso estuviera en casa, detrás de la puerta cerrada frente a la que esperaba Gulf.
   
Procuró dominar el pánico que despertaba en él tal posibilidad y, poniendo la palma de la mano sobre la ventanilla del carruaje, salpicada de lluvia, intentó mantener la calma. La cercanía de Mew le parecía palpable, como si alguien tirara de una cuerda atada a algún órgano vital, dentro de su cuerpo. Había tenido esa impresión casi toda su vida, y sin embargo había aprendido a ignorarla. Aquella angustia había ido creciendo, no obstante, a medida que el carruaje se acercaba a las afueras de Londres. Era una molesta opresión en el pecho, como si no pudiera respirar del todo.
   
Esa falta de aire iba acompañada de una debilidad de la voz, de un tono apagado y de la tendencia a dejar escapar una nota estridente cuando menos se lo esperaba. Y lo que era todavía peor: le resultaba imposible hablar con él. Cuando intentaba hablar, se ponía a tartamudear, se repetía o se quedaba parado en medio de una frase, que luego acababa atropelladamente. Hasta cuando conseguía mantenerse callado, se sonrojaba y era incapaz de sostener su mirada. Y, dado que estaba seguro de que Mew no sentía el tirón de ese lazo mágico que parecía unirlos, su conducta sin duda lo irritaría. Mew pensaría de él que era un idiota, lo que pensaba desde el día de su boda. Y volvería a despacharlo antes de que Gulf lograra explicarse.
   
En lo tocante a Mew, le resultaba mucho más fácil expresarse por escrito. Cuando tenía tiempo de ordenar sus ideas y de arrojar al fuego cualquier balbuceo o metedura de pata, no le costaba hacerse entender.
   
En eso, era lo contrario de su marido. Mew se mostraba muy claro cuando se tomaba la molestia de hablar con él. Pero las pocas cartas que había recibido eran parcas en palabras, llenas de tachones y escritas con letra tan tosca que era prácticamente ilegible. Gulf sospechaba que era por causa de la bebida. Las últimas que había recibido eran, en cambio, fáciles de descifrar, pero iban precedidas de un breve preámbulo en el que Hyun Joong explicaba que su excelencia se hallaba indispuesto y había dictado la misiva.
   
Gulf miró su reflejo en el cristal empañado. Había mejorado con la edad. Su cutis era ahora más fino. Iba mejor peinado. A pesar de que residía en el campo, vestía a la última moda. Y aunque nunca había sido bonito, se consideraba un hombre atractivo. Había quienes incluso lo juzgaban hermoso, y aunque no compartiera su opinión al respecto, se sentía halagado por ello. También le habían asegurado que su compañía era encantadora, y su conversación inteligente.
   
Sin embargo, ante el único hombre al que siempre había deseado impresionar, no lograba ser otra cosa que el fastidioso hermano pequeño de Mild Kanawut. Estaba seguro de que Mew solo había cargado con criatura tan anodino por lealtad a su amigo Mild y a los Kanawut.
   
Su propia imagen se disipó ante él cuando el cochero abrió la puerta y bajó el escalón. Sosteniendo un paraguas sobre su cabeza, lo acompañó presurosamente hasta la puerta y llamó. Abrieron, y el mayordomo de su marido lo saludó con la boca abierta.
   
—Lord Jongcheveevat —susurró casi sin aliento.
   
—No es necesario que me anuncie, Tul. Si encuentra a alguien que se haga cargo de mi capa, me pondré cómodo en el salón.
   
Como no se presentó ningún lacayo para ayudarlo, se desató el lazo del cuello y se quitó la capa dejándola caer de sus hombros.
   
Tul alargó el brazo para agarrarla antes de que cayera al suelo.
   
—Desde luego, milord. Pero el señor Jongcheveevat…
   
—No me esperaba —concluyó Gulf.
   
Al fondo del pasillo apareció el secretario de su esposo. Después de echarle un vistazo, miró hacia atrás como un conejo que buscara cobijo al toparse con un zorro.
   
—Hola, Kim —dibujó una sonrisa al mismo tiempo cálida y firme y, pasando junto al mayordomo, se acercó a él.
   
—Lord Jongcheveevat —Hyun Joong parecía horrorizado—. No lo esperábamos.
   
—Claro que no, Kim. De haberme esperado, mi querido Mew estaría cazando en Escocia. O en el continente. En cualquier parte, menos en Londres, bajo el mismo techo que yo —probó a soltar una risa ligera para demostrarle lo poco que le importaba, y fracasó estrepitosamente.
   
Ignoró la extraña punzada que sintió en el estómago y en el corazón al comprobar que no era bien recibido. El secretario tuvo la deferencia de parecer avergonzado, pero no hizo esfuerzo alguno por negarlo.
   
—Supongo que es demasiado esperar que esté aquí en este momento.
   
—Sí, milord. Ha salido.
   
—Eso es lo que le dice usted a su primo Kao, que me atosiga constantemente interesándose por el paradero de Mew. Ya estoy harto, Kim —contuvo la respiración, porque aunque había hablado en voz bastante alta, no quería ponerse a chillar. Luego continuó—: Mi marido ha de aceptar que, si no puede tratar con su heredero, tendrá que tratar conmigo. Es injusto que nos evite a ambos. Y aunque estoy dispuesto a cargar con la responsabilidad de las tierras, de los arrendatarios, las cosechas y varios cientos de ovejas, mientras Mew se pasea por la ciudad, no puedo cargar también con Kao, es así de sencillo, Kim. Es la gota que colma el vaso.

Engaño placentero 🖤. (MewGulf) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora