𝐨𝐧𝐞

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Rodrigo cruzó las puertas de la cafetería, viéndose algo apurado. Estaba vacío, había llegado temprano ese día, por suerte. No era propio de él ser puntual, ni mucho menos, sus compañeros disfrutaban echándole en cara todas las mañanas que si seguía así iba a terminar de patitas en la calle. Subió las persianas observando el intenso sol, soltando un ligero estornudo por el contacto directo a sus orbes.

Él odiaba el verano. ¿A quién siquiera podía llegar a gustarle esa época del año? Mosquitos por doquier, axilas sudorosas, olor a muerto, todo lo que el castaño repudiaba se resumía en una sola cosa; calor. Suspiró poniéndose detrás de la barra, apoyando su barbilla en una de sus manos, pensativo. Tenía universidad, sin embargo, no podía partirse en dos para asistir a tantas cosas. Debía trabajar. Sus padres estaban hartos de prestarle dinero.

Un dúo apareció a lo lejos, captando la atención de Rodrigo. Dudó en si ir a saludar o quedarse donde estaba.

—Oh, vaya, qué grata sorpresa. —dijo un chico de tez blanquecina con falso entusiasmo.

—Deja de molestar, Tomás. —replicó Rodrigo rodando los ojos— No es para tanto.

—¿Te funcionó el despertador esta vez? —Angie no perdió el tiempo en meter uno de sus comentarios burlescos.

—Ajá, ajá.

Rodrigo ignoró cualquier otra palabra y se dispuso a fregar las mesas, dejándolo todo magníficamente impecable. Tiró el trapo sin cuidado alguno encima de la cafetera, buscando una que otra cosa entre uno de los cajones que yacía justo debajo del recibidor. Cuando se hizo con su objetivo, sonrió victorioso. Sirope de caramelo, el mejor y único sabor que hacía agua sus papilas gustativas.

—No me digas que vas a engullirte un bote de sirope a las ocho de la mañana.

Tomás clavó su mirada en el aperitivo, subiéndola poco después hasta llegar a ver la expresión de su amigo.

—¿Eres tonto? Voy a tomarme un café.

—Cuidado no se te suba la cafeína a la cabeza, nenito.

Tomás rió mientras que Angie barría el suelo. A Rodrigo no le hizo ni una pizca de gracia, ninguna cosa proveniente de la fémina le causaba risa. Volvió a rodar los ojos, era un gesto típico de él.
Se hizo un café y sorbió de la bebida estando satisfecho. Cuando terminó, metió a lavar la taza. Necesitaba comer algo para empezar con buen pie el día. En un momento libre, agarró su celular y le dio un rápido vistazo. Su mejor amigo, Martín, no dejaba de mandarle mensajes contándole lo aburrido que era estar sin su presencia en clase. Sonrió divertido, volviendo a guardar el aparato en uno de sus bolsillos.

Casi nunca tenían una gran cantidad de clientes, mucho menos con cuarenta grados de temperatura. Habían otras cafeterías más grandes y apetecibles, de eso no cabe duda, aunque ninguna se comparaba a los deliciosos pastelitos que servían donde trabajaba el chico de ojos verdes.

Pronto se hicieron las doce del mediodía, hora donde los universitarios salían de sus clases para ir a almorzar. Habló con Martin, el chico decía que no podía ir a visitarlo esta vez ya que le prometió a su novia una comida decente juntos. El lugar se empezó a llenar de gente, obviamente no en cantidades abundantes. Rodrigo salió a atender a algunos, Angie y Tomás por otro lado charlaban tranquilamente en una esquina.

—Ey, ustedes dos, ¿tienen pensado trabajar? — cuestionó interrumpiendo su momento.

—Ay, perdón jefe, enseguida vamos. —soltó Tomás siendo sarcástico.

Rodrigo frunció el ceño y volvió a tomar orden. Caminaba de un lugar a otro sin parar, parecía una marioneta. Bueno, todo sea por dinero. Pasados unos minutos viró de reojo una silueta masculina entrar, acompañado de un rubio oxigenado. No le tomó mucha importancia.

—¿Ellos siempre acuden? —sacó de repente Angie, viendo detenidamente a la pareja sentada en una de las mesas más alejadas.

—¿Eh? ¿De qué hablas? —decidió entrometerse entonces Rodrigo, curioso.

—No lo sé. —Tomás se encogió de hombros— Sara dice que el pelinegro es un buen tipo.

Rodrigo alzó una ceja, tenía cierto interés en ese chico justo ahora. Él era tan liberal que optaría por ir y sacarle tema de conversación. Detuvo los pensamientos indecentes. Capaz llegaba a intimidar al pobre cliente, hasta asustarlo, sin mencionar que estaba acompañado.

—¿Pidieron su orden? —habló refiriéndose a esos dos muchachos.

—No.

—Bien.

Esta era su oportunidad, quería simpatizar un poco con alguien. ¿Qué tal si se hacían amigos? a Rodrigo no le era difícil conocer nuevas personas, le encantaba. Martín le llamaba obseso un par de veces. Cuando salían siempre entrelazaba una charla con cualquiera. Así lo hizo con él, así terminaron siendo mejores amigos.

—No los ahuyentes, por favor. —suplicó Angie.

—¿Ahuyentar clientes? ¿Yo?

Se dirigió hacia la mesa, haciéndose varias ilusiones. ¿Por qué se hacía ilusiones? Él tampoco lo sabía con certeza, simplemente esa era su forma de ser.

—Hola, ¿qué desean pedir? —saludó formal, estando sonriente.

El rubio le dirigió una mirada desconfiada, mientras que el pelinegro estaba estático manteniendo sus ojos en un punto fijo. Rodrigo hizo todo lo posible para no alzar una ceja, era extraño, el chico no tuvo reacción alguna.

—Un jugo de melocotón y un-

—Batido de chocolate, por favor. —terminó la frase el contrario.

Rodrigo se alejó unos centímetros, soltando un "bien" como respuesta. Escuchó las pocas raíces de la conversación de ambos chicos. Podía parecer un entrometido, sí, totalmente.

—Iván, tengo que irme dentro de nada, Alejandro necesita ayuda con los exámenes. ¿Podrás arreglártelas solo?

—Tengo veintiún años, Nicolás, supongo que podré.

Angie llamó al castaño y este acudió al llamado, viéndose interrumpido en su gran momento de metiche.

—Decime su orden.

—Jugo de melocotón y batido de chocolate. — informó sin querer apartar la mirada del chico.

El rubio cruzó miradas con él, frunciendo el ceño. Estaba observando mucho a su acompañante, debía parar.

—Provecho. —Rodrigo dejó los platos en la mesa—¿Deseas azúcar en el batido de choco-

—Está bien así, gracias.

Respondió el rubio en lugar del pelinegro. Rodrigo no dijo nada más y asintió con la cabeza, yéndose. Eso le pareció todavía más extraño que lo anterior.

—Ya me voy, Iván. —Nicolás agarró sus cosas y dejó el dinero encima de la mesa— Cuídate, te estaré llamando.

—¿Te vas sin terminar el jugo?

—Termínatelo tú, sé que te gusta. —Nicolás revolvió cariñosamente el pelo de Iván, despeinándolo.

Iván estuvo observando la nada misma
un largo rato, sorbiendo de vez en cuando su batido de chocolate. Tenía pensado beberse el jugo de su amigo después del batido. Se intentó levantar, sin embargo para su mala suerte terminó cayéndose casi al suelo.

Casi.

Unas manos firmes rodearon sus caderas, evitando que chocara contra el pavimento o aún peor.

—¿Estás bien? —preguntó Rodrigo. Desde su punto de vista, ese pelinegro parecía desorientado.

Iván, avergonzado, alzó la cabeza zafándose del agarre suavemente. Sus pies se veían algo inestables y torpes, por lo que se sostuvo con la punta de un sillón. Rodrigo apreció sus largas pestañas, eran preciosas. Pero, había algo más.

Ese chico era ciego.

𝘀𝘄𝗲𝗲𝘁 𝗯𝗼𝘆 [pausada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora