𝐬𝐞𝐯𝐞𝐧𝐭𝐞𝐞𝐧

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A Iván se le estaba haciendo bastante tediosa la trayectoria. Rodrigo no se limitó a decir una sola palabra más. Los pasos daban estruendo contra el suelo mientras los coches pasaban a un lado. Escabullirse de la pista no fue tarea fácil, difícilmente lograron salir a rastras del lugar. Iván sentía un poco de culpabilidad, sus amigos habían ido a propósito para pasar una gran tarde todos juntos. A Rodrigo, sin embargo, en ese momento solo le importaba llegar a su casa con Iván detrás de sus espaldas. Rodrigo necesitaba tiempo a solas con el chico de mirada gris, después de tantos días rogando por su compañía finalmente pudo obtener su tan esperado afán. El único contratiempo es que Rodrigo seguía duro en sus pantalones después de esa escena obscena en los baños, y estaba en su total seguridad de que Tomás había sido consciente de ello. También, para su mala suerte, no tenía un coche en el cual conducir. Debía caminar con una erección entre sus piernas a causa del mismísimo pelinegro que tenía caminando a la par. Era insólito, aunque a su vez deseaba rodear su dura polla contra sus manos hasta sentir el líquido fluir en la punta.

Iván sostenía el bastón y procuraba no chocar con algún desconocido, quería evitar cualquier tipo de catástrofe. Rodrigo estaba sumido en sus propios pensamientos, fantaseando indebidamente con Iván lamiendo su falo. Hacía un tiempo que nadie le hacía una buena mamada, y tampoco estaría mal poder aprovechar la ocasión. Sabía que Iván no podría negarse, él tenía la misma necesidad. Lo convencería con sus encantos hasta tenerlo desnudo plegado en su cama, preparado para recibir su pene. Las ansias eran mayores de lo que Rodrigo nunca antes pudo razonar.

—¿Vas bien? —preguntó Rodrigo posando su mirada en Iván.

Estaba cojeando y sus labios seguían sangrientos. Rodrigo no perdonaría a Angelica, ni siquiera podía pensar en hacerlo por más que se viera obligado. Esa chica se había pasado de la raya desde hacía un buen tiempo, pero esta ocasión sin duda fue más allá de lo habitual. Iván sufrió de humillaciones en las clases que
compartía con ella, y Rodrigo no podía estar siempre pendiente de defenderlo, no lograban coincidir la mayoría de las veces.

—Sí, claro. —respondió sarcástico— Para nada me acaban de patear con la punta de un patín.

Rodrigo frunció el ceño y alcanzó los pasos de Iván, poniéndose cerca.

—Por eso te estoy llevando a mi casa.

Iván asintió y se quedó en silencio. Poco después paró sus movimientos al oír que Rodrigo dejó de caminar. Subió un pequeño escalón que daba a la puerta de un edificio.

—Te ayudaré a subir. —dijo agarrándolo del brazo izquierdo— ¿Puedes?

—¿Por qué me tratas así tan de repente?

—Porque estás herido.

Iván chasqueó la lengua y subió las escaleras. Le gustaba que Rodrigo se preocupara por él, no solía demostrar esa clase de afecto tan a menudo. Se sentía algo afortunado, sabía a la perfección que Rodrigo demostraba una clase de emociones con distintas personas. No le convertía en nada en especial, sin embargo tenía la esperanza de ganarse un sitio importante en su corazón.

Rodrigo abrió la puerta y arrastró a Iván dentro de su casa. El aroma era bastante peculiar, una mezcla de frutos del bosque. Iván amaba los frutos del bosque, a parte de tener un buen sabor, el olor que desprendían daba ganas de darles un bocado. Le gustaría poder observar con sus propios ojos el ambiente hogareño que seguramente Rodrigo había logrado formar en el departamento, aunque obviamente, era incapaz.

—Siéntate. —demandó Rodrigo dando palmadas en un sillón.

Iván hizo caso a sus palabras y se sentó. Era cómodo y reconfortante, estaría sentado por un buen rato. Rodrigo se alejó, yendo a buscar las cosas suficientes para curar las heridas abiertas del pelinegro. Alcohol o agua oxigenada serviría, sería más que suficiente.

—Iván, deberías denunciarlo a la policía. —comunicó poniendo una caja en la mesa— Angelica no puede salirse con la suya.

—No quiero problemas. —dijo encogiéndose de hombros en su lugar— Lo dejaré pasar y ya está, algún día se cansará.

Rodrigo frunció el ceño y miró atentamente a Iván. Se mordió el labio, no estando lo suficientemente satisfecho con esa respuesta.

—¿Y si no lo hace? ¿Y si sigue molestándote? La amenacé, pero no creo que sea suficiente. Además, ella también podría denunciar que le di un puñetazo en la cara. —Rodrigo sacó una pequeña esponja del botiquín y puso gotas de alcohol— No está bien que te quedes callado ante estas situaciones. Las malas personas merecen un castigo.

—No lo voy a hacer, y espero que ninguno de ustedes lo haga a mis espaldas. Lo último que quiero es tener que enfrentarme a Angelica.

—No tiene sentido, ella va-

—Te he dicho que no, Rodrigo.

Rodrigo pasó la esponja por los labios, espalda, y piernas de Iván, oyendo varios quejidos. No iba a volver a hablar del tema, Iván era una persona decidida, y cuando se negaba a algo no había manera de convencerlo a lo contrario. Rodrigo suspiró y tiró las curitas usadas a la basura, acercándose al cuerpo de Iván poco después. Estaba indeciso, no sabía si debía lanzarse o quedarse con las simples ganas.

—Iván. —llamó agarrándole del mentón— Déjame darte un último beso.

—¿Por qué el último?

—Porque no quiero enamorarme de ti.

Iván abrió los ojos, aunque los labios de Rodrigo ya se encontraban contra los suyos. Lo besaba con lentitud, no era uno de sus besos salvajes, parecía una muestra de cariño fuera de lo sexual. Iván jadeó al sentir su lengua entrar sin previo aviso, mezclando sus salivas en un delicioso sabor a menta. Quería entender a Rodrigo, le confundían sus actitudes.

Rodrigo lo encaminó hacia su habitación e hizo que se sentara encima de su regazo, quedando en una posición comprometedora. El culo de Iván estaba encima de la palpitante erección de Rodrigo. Su pene reaccionaba al instante cuando Iván se le acercaba en cualquier momento y situación, él era un estimulante. Ambos gimieron placenteros al unísono.

El teléfono de Rodrigo empezó a vibrar en su bolsillo. Irritado, se mordió la parte interna de su mejilla y maldijo las malditas interrupciones. Hoy no era su día de suerte.

—¿Mamá?

Rodrigo atendió a la llamada dejando de lado a su acompañante. Frunció el ceño en confusión, su madre no acostumbraba a llamarlo nunca, solamente en situaciones importantes. En simples palabras, no quería saber nada de su propio hijo, prefería centrarse en sus cosas antes que preocuparse por la vida de los demás. Rodrigo no se quejaba, su familia siempre fue y seguirá siendo así, no hay nada que pueda cambiar.

Aunque quisiera hacerlo.

—Rodrigo, escúchame. —suspiró a través de la línea— Lucas se fue a vivir a Andorra.

—¿Qué? ¿Y las deudas con el señor Martinez?

—Dice que le envíes el dinero.

Rodrigo abrió la boca y no supo qué decir.

—No puedo, no me alcanza, mamá.

—¿A mí qué me cuentas? Háblalo con él, suficiente tuve con hacer de pajarito para decírtelo de su parte. No quiero meterme en sus problemas.

Colgó.

La sala se quedó en silencio. Iván lo había escuchado todo, la voz de su madre era alta y concisa. Rodrigo no estaba feliz de que Iván supiera su más oscuro secreto, le pagaba cualquier deuda a su hermano sin rechistar cada mes. O cada vez que se involucraba en alguna pelea callejera. Iván puso una mano sobre el pecho del ojiverde y se quedó así durante un rato. Entendía que esa clase de cosas eran difíciles de explicar, hasta de llevar a cabo.

Rodrigo pensó qué hacer.

Debía parar esto como sea, su hermano solo le estaba tomando el pelo. Quizás debería empezar a escuchar los consejos de Martin.

—Iván. —habló subiendo la mirada— ¿Quieres venir conmigo a Andorra?

𝘀𝘄𝗲𝗲𝘁 𝗯𝗼𝘆 [pausada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora