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POV POCHÉ

Me follé a Juliana una vez más antes de que ambas nos desmayáramos de agotamiento. Fue mi primera chica a pelo. Nunca había tenido relaciones sexuales sin condón. No me gustó que se me olvidara cubrir mi polla, pero una vez que estuve dentro de su húmedo calor, no pude forzarme a detenerme. Una persona decente al menos le habría preguntado si tomaba la píldora, pero joder. Era mi esposa. Si quería penetrar profundamente en mi esposa, lo haría.

Así que lo hice.

Dos veces.

Y fue el mejor sexo de mi vida.

Lo único extraño era lo apretada que estaba la primera vez. Sabía a ciencia cierta que había estado con otras personas, pero tal vez no tantas como había asumido. Me sentí mal por pensar lo peor de ella. Obviamente no tenía tanta experiencia como los rumores me hicieron creer.

Me desperté a la mañana siguiente con el sonido de la ducha corriendo. Cuando abrí los ojos, ella ya no se encontraba en la cama a mi lado. Rodando para ponerme de espaldas, me estiré y bostecé, sintiéndome más satisfecha de lo que había estado en mucho tiempo.

Me levanté de la cama y me dirigí hacia el baño. Cuando llegué a la puerta, me detuve, observando su cuerpo desnudo mientras lo enjabonaba. Tenía su largo cabello mojado y pegado a sus hombros, y los ojos cerrados. La había visto desnuda la noche anterior, pero, verla así, sin saber que estaba siendo observada y completamente cómoda consigo misma, sentí que mi polla comenzaba a endurecerse una vez más.

No podía tener suficiente de ella.

Sintiendo mi mirada, se volvió hacia mí y sonrió mientras un rubor se extendía por sus mejillas.

En los últimos seis meses de estar con Juliana, nunca la había visto sonrojarse. Era diferente, pero jodidamente adorable.

Tal vez el matrimonio la cambiara, la ablandara un poco y la hiciera más dócil conmigo.

Sabía una cosa: estar casada me estaba cambiando, y solo había pasado un día.

Me deleité con sus tiernas curvas, mis ojos siguieron la caída de su figura antes de aterrizar en sus senos perfectos. Eran respingones y perfectos para mis manos, y los había probado toda la noche. Mi boca se hizo agua solo con verlos.

Levantó la mano para comenzar a lavarse el cabello y cerré los ojos, recordando cómo lucía como un abanico en las almohadas y cómo lo agarré en un puño cuando lo jalé con fuerza y desde atrás la noche anterior. Tal vez fuera nuestra nueva conexión. Quizás fueran los papeles que firmamos uniendo nuestras vidas, pero, de alguna manera, se había vuelto más sexy.

No pude contenerme más. Caminando por el baño, abrí la puerta de vidrio y me metí en la ducha con ella. Con los ojos cerrados, tenía la cabeza echada atrás y el agua caliente caía en cascada a través de sus mechones jabonosos mientras los enjuagaba. Seguí el camino de la espuma y el agua mientras se deslizaban por sus hombros, sobre sus pechos y su plano vientre antes de desaparecer entre sus suaves muslos.

Mierda.

Lo era todo.

Se quedó sin aliento cuando abrió los ojos marrones y me encontró de pie delante de ella. Me miró con suaves ojos como una pequeña gacela lista para ser cazada.

Tomé sus labios suavemente al principio, bebiendo su sabor a menta antes de girar mi lengua sobre su labio superior. Nunca había sido un amante amable, pero, por alguna razón, entendí que necesitaba que lo fuera. Si fuera cualquier otra mujer, ya la habría empujado contra la pared de azulejos y me habría movido en su interior, pero con ella era diferente. No era de torturas y angustias lentas, pero estaba empezando a disfrutar de las expresiones y las sonrisas tímidas.

La forma en que decía mi nombre con un suspiro y me acarició la espalda cuando me acercaba.

La forma en que me miraba a los ojos con confianza y admiración cuando la hacía venir.

Era adictivo.

Ella era adictiva.

Nuestras lenguas bailaron juntas mientras deslizaba las palmas por sus caderas y llenaba mis manos con su exuberante culo. Cuando la levanté, sus piernas envolvieron automáticamente mi cintura. Empapada, salí de la ducha y la llevé a la cama. Se rio cuando la puse sobre el suave edredón, empapando la ropa de cama con su cabello y nuestros cuerpos húmedos.

Sus manos vagaron sobre los músculos de mis hombros antes de que perdiera sus dedos en los mechones de mi cabello. Me apretó el cabello, acercándome a ella, queriendo sentir todo de mí. Me acerqué a ella, dejando que mi polla se deslizara por su apertura, y gimió contra mis labios.

Muy receptiva.

Tan jodidamente mojada y lista para mí.

Arrastré mi erección sobre su coño una vez más y ella rompió el beso, echando la cabeza atrás contra el suave edredón. Sus ojos se cerraron con fuerza, y su cuerpo comenzó a temblar y temblar en mis brazos.

—Dios, eso se siente... —Suspiró.

—Jodidamente increíble —terminé por ella.

Perdiendo mis dedos en su cabello mojado, agarré las largas hebras y mantuve su cabeza quieta mientras besaba su mandíbula y cuello hasta que chupé un pezón rígido entre mis labios. Sus pechos eran pálidos y pesados, con pezones de color rosa palo que me encantaba chupar. Tomé uno, masajeándolo suavemente mientras movía el otro con mi lengua.

Ella gritó, arqueando su cuerpo como si se ofreciera como sacrificio. Me di un festín sobre ella, probando su dulce piel con mi lengua. Le lamí los pechos, chupando hasta que estuve segura de que no podía soportarlo más, luego bajé más, mordisqueando su carne.

Una vez llegué a sus caderas, le pellizqué el muslo y su cuerpo se levantó de la cama, dejando atrás un pequeño lugar húmedo que no era por su ducha. Era su dulce crema lo que se derramaba en la cama por mí y, ahora que la había visto, quería acercarme y saborearla.

Gruñí, levantándole la pierna sobre mi hombro mientras colocaba unos agresivos chupetones en el interior de su muslo. Me agarró el cabello, tirando fuerte de mi cuero cabelludo. Bajé mis besos más, capturando un labio vaginal con mis dientes y pasando la lengua por la suave piel.

Ella jadeó como si nunca hubiera sentido la lengua de una mujer. Aunque me sorprendió, me encendió entre las piernas, causando que mi polla se tensara más. Que se endureciera. Necesitaba lo que me ofrecía. Sus manos pasaron de mi cabeza a agarrar las sábanas como si la cama fuera a evitar que volara cuando sus caderas salieron despedidas de la cama, dándome la bienvenida a comerla.

Capturé su pequeño botón hinchado y chupé, sacudiéndolo con mi lengua.

—Poché —gritó ella.

—¿Te gusta? —pregunté, segura de que estaba llorando de placer y no de dolor.

—Dios, sí.

—Bien. Aguanta, nena; está a punto de ser aún mejor

Ella temblaba, su aliento saliendo jadeante.

—Por favor, Poché.

Mi nombre en sus labios me empujó y, una vez más, enterré mi lengua en su interior, lamiendo sus jugos mientras la follaba con mi lengua. Le di un empujón a sus piernas, extendiéndolas más para acomodar mis hombros, y levanté su otra pierna sobre mi hombro.

Con sus muslos descansando cómodamente en mis hombros, me sumergí más profundamente, comiendo y chupando sus azucarados jugos. Apretó las piernas, capturando mi cabeza entre sus muslos firmes, y giré la cabeza y le di un pequeño mordisco, haciéndole saber que me gustaba cuando era ruda conmigo.

—Poch... oh, Poché. Por favor.

Sus piernas temblaron, sus dedos encontraron su camino hasta mi cabello una vez más, empujándome y moviéndome contra su coño y rogándome que la hiciera venir con mi boca. Gimoteó suavemente, su respiración entrecortada y acelerada antes de que empezara a cantar mi nombre como si fuera un dios al que le rezaba.

Agarré sus caderas, manteniéndola inmóvil mientras tiraba de ella hacia mi boca, y luego la solté, moviendo la lengua con fuerza y rapidez hasta que todo su cuerpo se tensó. Gritó mi nombre y llenó mi boca con su dulce liberación.

SOLO TÚ (GIP)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora