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Lya Petit.
Aún recuerdo como si fuera ayer la visita a Inglaterra. Todo tan malditamente ordenado, las personas tan elegantes y comprometidas, su precioso ministerio con paredes de mármol negras y sensacionales tiendas. En ese entonces tenía trece años, no conocía a nadie, solo seguía a mis padres y sonreía a los periodistas y fotógrafos que se acercaban a fotografiarnos y preguntarnos cosas en aquel acento tan delicado.
Pero todo cambio dos años después...
Esa semana era el baile de máscaras en la residencia de unos prestigiosos magos de por allí. Nos la pasábamos en las tiendas del "Callejón Diagon". Me probaba un vestido tras otro, pero ninguno me hacía sentir cómoda, hasta que terminé eligiendo uno color blanco brillante que resaltaba mi cabello rubio.
La máscara que mi madre me había colocado solo dejaba al descubierto la mitad de mi cara y mis redondos ojos color café. Al entrar por los pasillos de un palacio tan grande como el mío, pude sentir la mirada penetrante de todas las familias jodidamente ricas y privilegiadas de clase sumamente alta. Todos bien arreglados, con atuendos de todas las tonalidades que podrían hallarse. Desde el rosa pastel que llevaba una cría de cabellos oscuros, hasta el azul sombrío que lucía una bella mujer. Su tez blanca y cabellos bicolor causó una gran curiosidad en mí. Gracias a su sonrisa de oreja a oreja pude distinguir que era una gran conocida de mi madre. Amplió sus brazos para envolverlos en el cuerpo de mi madre, abrazándola de manera maternal e intensa.
Todos regresaron su atención a lo que estaban haciendo anteriormente a nuestra presencia. La mujer de vestido azul se acercó a mi con una sonrisa. Me miró con suficiencia, como si estuviera orgullosa de compartir el mismo entorno conmigo,
—Narcissa Malfoy. —extendió su mano.
—Lya Petit. —sonreí aceptando el gesto de la dama.
—Pero puedes llamarme Cissy, cariño. —susurró guiñándome el ojo.
Volví a reír. Pero de pronto todo pareció detenerse. Un sacudón tan gigante que causó que la bilis subiera por mi garganta. Me paralice por completo. La voz de mi madre y padre hablando con Cissy se oía tan distante como mi atención que, esta vez, estaba puesta en un muchacho de piel alba como la nieve y ojos radiantes que me miraba con la misma atención. Sonrió y acomodó su mano izquierda en su bolsillo, mostrando un reloj brillante envolviendo su muñeca. Aparté mi atención para no parecer tan estúpidamente obvia. Tragué saliva, nerviosa. Me encaminé hacia la mesa donde reposaban todos los dulces, desde pequeños bombones de color verde oscuro hasta una estructura de la cual se escurría un chocolate totalmente liquido y burbujeante. La música clásica comenzó a convertirse en una sintonía mucho más movida. La gente comenzó a mirarse entre sí, ansiosos por bailar. Mire a mi alrededor, los hombres tomaban las manos de las muchachas, quienes sonreían generosamente. Pose mis ojos en mis padres, quienes se movían al compás de la armonía, con movimientos suaves y finos. Comencé a caminar hacia atrás, observando muchachos de mi edad dispuestos a invitarme a danzar. Giré mi cabeza hacia la derecha, un adolescente de tez negra comenzaba a acercarse.
Mierda.
A la izquierda, un muchacho de piel lechosa y cabello castaño miraba con apatía a el moreno. Comenzaron a acelerar el paso hacia mi dirección. Me pregunté de donde demonios habían salido. Seguí caminando hacia atrás sin detenerme. Me choqué con un hombre sumamente alto y de bigotes blancos.
Que puta vergüenza.
Me sonrió y extendió su mano amistosamente, dispuesto a bailar la pieza siguiente. Negué rotundamente con la cabeza, el insistió. Volví a negar. En un santiamén, volví mi atención a los críos que competían por alcanzarme. Estaban tan distraídos mirándose de manera competitiva, que me perdieron de vista por completo. Aproveché la distracción y me escabullí rápidamente entre la gente. Una vez fuera de la ronda, volví a ver hacia la dirección que se encontraban aquellos chicos. No había nadie. Suspiré victoriosamente. Di pasos haca atrás, aun alerta de que nadie se me aproximara. Uno, dos, tres, y al cuarto movimiento había traspasado una cortina gigante que separaba el salón de baile con otro recinto totalmente oscuro.
—Hola. —una voz repentina me causo una pequeña taquicardia.
— ¡Mon Dieu! —grité tapando mi boca de inmediato.
Allí estaba, otra vez. Con su mano escondida en su bolsillo y sonriendo. Me observó de arriba abajo, sus ojos destellaron por debajo de su mascara color negro con detalles plateados. Una gigante chimenea con filiaciones deleitables y pulcras llameaba a la derecha del muchacho de rizos claros, casi blancos.
El subió las cejas, esperando a que emitiera alguna palabra. Balanceó su cuerpo de adelante hacia atrás.
—¡Désolé, no quise entrar aquí! —balbuceé nerviosa.
Sonrió, una vez más. Se acercó poco a poco. El aroma a perfume lujoso penetró mis fosas nasales causando una extraña sensación en todo mi cuerpo. Mis manos comenzaron a sudar y mi pulso aumentó formidablemente.
—Bienvenue en Angleterre. —soltó estrechando su mano—. Je suis Draco. Draco Malfoy
—Un placer. —sonreí aceptando su gesto—. Se un peu de Ingles. Yo soy Lya...
—Petit. —terminó mi frase—. Me han hablado de ti.
Mis mejillas estaban ardiendo. Me odié por ser tan obvia. Sonreí con suficiencia y comencé a caminar alrededor de el cuarto tan inmenso. El me siguió silenciosamente con sus manos reposando en su espalda. Me crucé de brazos, analizando la estructura de la habitación, fingiendo estar interesada en la arquitectura del palacio.
Sentía su mirada en mí. Tan sutil que moría por irme de allí rápido. Me di la vuelta de golpe, y su respiración chocó contra mi cara. Su aliento caliente parecía haberme hechizado por completo. Volvió a sonreír débilmente, con sus ojos totalmente lujuriosos clavados en mi boca. Creí que por fin besaría a un muchacho, pero pronto se apartó. Acomodó su corbata mirando su reflejo de un enorme espejo que había a mi derecha. No me había advertido de aquel objeto. Lo miré de reojo, el sonrió al notarlo.
—Entonces...—rompí el tenso silencio apartando mi vista de el—. ¿Tampoco te gusta bailar?
El se dio la vuelta para observarme, pero yo ya me había acomodado en un magnífico y cómodo sofá. Estiré mis piernas, dejándolas al descubierto. Draco seguía observándome con atención. Me recordó a una bestia momentos antes de atacar a su presa. Audaz, silencioso, Osado, jodidamente atractivo. Me pregunté cuanto escondía aquella maldita masara.
—Claro que me gusta bailar, francesa —comentó—. Por eso mismo estoy encerrado aquí.
Reí por su ironía.
—¿Qué? —me preguntó violentamente.
—¿Francesa? —me levanté aun riendo—. Prenez soin de vos palabas, Malfoy.
Soltó una carcajada y se acercó bruscamente a mí. Aun con esa puta mirada.
Joder.
Mi cuerpo terminó arriba del sofá, otra vez. Me había acorralado. Tome una bocanada de aire, intentando mantener la calma. Pude haber escapado, pero no lo hice. No quería hacerlo. Mis pies estaban afirmados en la tela suave del sofá, causando que mi vestido subiera levemente, dejando al descubierto mi piel. Su pierna derecha estaba entre medio de las mías, y su mano derecha acariciaba mi cabello. La respiración de Draco se mezcló con la mía, y mi estomago se revolvió.
—Ciertos son los rumores de ti. —susurró aun con sus ojos perspicaces y juzgadores.
Arrugue mi ceño. Confundida. Se acercó más a mí, y su pierna terminó aún más cerca de mí. Me pregunté de que rumores hablaba, pero no encontraba las putas palabras. Me había dejado sin habla. Lo odie por tener aquel poder en mí.
Tomé coraje y lo empujé con toda la fuerza que me accedía mi cuerpo. Me di la vuelta, dedicándole una mirada efímera. Y su puta sonrisa volvió a ponerme jodidamente frenética.
—Nos veremos pronto, Francesa. —soltó.
Salí de la habitación penumbrosa con una extraña sensación en mi estómago.
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todo lo que fuimos, 𝑑𝑟𝑎𝑐𝑜 𝑚𝑎𝑙𝑓𝑜𝑦 +18
FanficEn su sexto año en Hogwarts, Draco Malfoy se ve envuelto en una trama inusual cuando Lya Petit, una nueva estudiante proveniente de una familia adinerada y famosa por su destreza en el entrenamiento de dragones, es confiada a los cuidados de los Mal...