𝟏𝐬𝐭 𝐒𝐮𝐧𝐬𝐡𝐢𝐧𝐞

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The man who wanted to touch the sun

Zoro se enorgullecía de sí mismo; de él y de todo lo que había logrado conseguir hasta ese momento

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Zoro se enorgullecía de sí mismo; de él y de todo lo que había logrado conseguir hasta ese momento.

El conocer a Luffy ese día y embarcarse en una jodidamente loca aventura con él había sido un salto de fe del que no se arrepentía, y jamás lo haría en todo lo que le quedase de vida. Había demostrado ser capaz de dejar a un lado su orgullo (e incluso su vida) si así ayudaba a pavimentar mejor el camino de ese muchacho que lo había salvado de una muerte segura y había alimentado las ansias de su ambición.

Ese chico torpe, algo tonto, pero vivaz y risueño, capaz de lanzarse a la más peligrosa aventura solo para pasarlo bien.

A su lado, había visto cosas increíbles y conocido gente extraña pero maravillosa; había podido mejorar como persona y como espadachín, había probado el sabor de la amarga derrota, de la deliciosa victoria y había sentido en sus carnes las cicatrices de los sacrificios en pos de poder mantener aquella sonrisa amplia en los labios de su capitán.

Y no se arrepentía, en lo más mínimo; al contrario, Zoro se sentía orgulloso de todas y cada una de sus decisiones, incluso de las más frívolas o más complicadas, porque lo habían llevado hasta donde estaba ahora mismo.

Pero si tuviera que elegir una entre todas como la más complicada (pero satisfactoria), esa tenía incluso nombre propio: Vinsmoke ‘Kuroashi’ Sanji.

Todos sabían que ellos dos no se llevaban bien, o, al menos, ese era el pensamiento general que fluía entre los miembros de la tripulación y entre todos aquellos pobres diablos que se atrevían a interrumpir o meterse en medio de sus discusiones y ...

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Todos sabían que ellos dos no se llevaban bien, o, al menos, ese era el pensamiento general que fluía entre los miembros de la tripulación y entre todos aquellos pobres diablos que se atrevían a interrumpir o meterse en medio de sus discusiones y peleas.
Pero en realidad, lo que Zoro sentía cuando estaba con el cocinero distaba mucho de lo que los demás creían.
Si bien era cierto que la actitud del rubio era un desafío desquiciante para sus nervios, los motivos por los que era él quien, mayoritariamente, terminaba por provocar al cocinero no tenían nada que ver con la discordia, el odio o la simple molestia.

Y es que, desde que conoció a Sanji en aquel restaurante flotante, no había sido capaz de despegar su vista —y su “imaginación nocturna”— de él: la forma en que mordisqueaba el filtro de su cigarrillo cada vez que estaba pensativo o se ponía nervioso, cómo giraba los cuchillos entre sus dedos para prepararse antes de cortar con esa milimétrica precisión (tan parecida a la suya), cómo se balanceaba cuando cambiaba su peso de un pie a otro, la forma en que esos ojos oceánicos analizaban a cualquier nuevo contrincante que lo quisiera enfrentar, sin tan siquiera un mínimo revoloteo de aquel abanico de pestañas doradas,...

𝐄𝐥 𝐛𝐚𝐮𝐥 𝐝𝐞 𝐀𝐩𝐨𝐥𝐨Donde viven las historias. Descúbrelo ahora