1.La barra

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Diana
—Señorita, el vuelo ha finalizado— Me levanté y, tras coger mi maleta de la parte superior del avión, me dirigí hacia la salida, observando cómo los pasajeros se reencontraban con sus familiares. A lo lejos, distinguí a él chico de la cresta y a él rubio, esperándome.

—¡Diana!— Horacio vino corriendo hacia mí y me dio un abrazo fuerte.

—¡Qué grande estás, peque!— comentó Gustavo con una sonrisa amplia.

—Tú también has cambiado, aunque Horacio sigue con la misma cresta, joder—respondí entre risas, y él, divertido, se la peinó un poco con las manos.

—Es mi estilo, respeta— bromeó mientras nos dirigíamos hacia su coche. Gustavo se encargó de mi maleta. Cuando vi el coche, enseguida noté que no era suyo, era bastante obvio que lo habían robado.

—Este coche... ¿es vuestro?— pregunté, sabiendo la respuesta. Gustavo se rió y, sin vacilar, decidió mentirme.

—Claro, claro, es nuestro. Vamos a mi casa, te hemos preparado una cama y todo— Condujo como recordaba, un poco torpe, pero nada peligroso. Al llegar, ambos me ayudaron con las maletas.

—Nos vamos, hemos quedado con Trujillo— Me entregaron las llaves y se marcharon. Entré al apartamento y empecé a colocar mis cosas. Sabía que era mi habitación porque en la puerta ponía "Saltamontes", el apodo que Horacio me había dado de pequeña, ya que siempre me escabullía rápido cuando robábamos comida.

Después de acomodarme, decidí salir a explorar la ciudad. Caminé durante horas, recorriendo desde la comisaría del norte hasta la playa, queriendo conocer todo lo que me rodeaba. Mientras tanto, me topé con un tweet que decía: "Se abren las oposiciones mañana a las siete, espero que vengáis preparados". La cuenta oficial de la policía lo había publicado y, tras leerlo, supe que mañana iría a hacer las oposiciones.

Más tarde, entré en una cafetería, donde sin darme cuenta hice mi primer amigo, quien terminaría siendo mi superior.

—Hola, guapa— dijo un chico vestido de blanco que se sentó a mi lado.

—Hola— respondí, notando que me sonreía con amabilidad.

—Soy Greco Rodríguez, ¿y tú?— preguntó mientras removía su copa, intentando romper el hielo.

—Diana García— respondí. Él bebió de su copa sin apartar la vista de mí.

—¿A qué te dedicas?— preguntó con curiosidad. Dudé un poco, pero no había razón para ocultar la verdad.

—Mañana haré las oposiciones— contesté, a lo que él abrió los ojos con sorpresa.

—¿Para la policía?— Asentí, notando cómo me analizaba.

—¿Estás segura?— Su tono me hizo entender que sabía más de lo que aparentaba.

—¿Eres comisario o inspector?— pregunté, captando la situación. Él sonrió y asintió.

—Soy el comisario Rodríguez— dijo con una sonrisa orgullosa. Yo tomé un sorbo de mi vaso, recién traído a la barra, y le respondí con una ligera sonrisa.

—Se nota— Me miró con cierta sorpresa.

—¿Se nota? No eres de aquí, ¿verdad?— preguntó, mientras yo negaba con la cabeza.

—Vengo de Londres, hoy es mi primer día en la ciudad— expliqué, y él me observó con una expresión que denotaba curiosidad.

—¿Y ya quieres ser policía?— Me miraba directamente a los ojos, y yo, sin dudar, respondí con firmeza.

—Ya lo he sido, Greco— dije con determinación. Su sorpresa aumentó al escuchar mis palabras.

—¿Te han destinado o te fuiste?— Dudé un segundo antes de responder.

—Me fui— confesé finalmente. En ese momento, le llamaron por la radio. Entendí que tenía que irse, por lo que me despedí rápidamente.

—Bueno, hasta mañana—. Él se levantó y, con una sonrisa, se despidió mientras caminaba hacia su coche. Le saludé con la mano, y él me respondió con el mismo gesto antes de subirse a su Z y marcharse.

Miré al reloj eran las seis así que decidí volver a casa. Al llegar, encontré a los chicos en el sofá, esperando.

—¿Dónde has estado?— preguntó Gustabo con una mirada de preocupación.

—Estábamos preocupados— añadió Horacio, mientras yo me sentaba en el sofá, tranquila.

—Estaba dando una vuelta— respondí, tratando de calmarles. Ambos se relajaron y, entonces, Horacio cogió mis manos para contarme algo.

—Somos parquímetros andantes de Papu— dijo con una sonrisa divertida. Me quedé pensativa, tratando de recordar quién podría tener ese nombre.

—¿Quién es Papu?— pregunté, confusa. Los dos rieron, y Gustavo sacó su móvil para mostrarme unas conversaciones con alguien llamado "Papu".

—Es el supervergaardiente— dijo Gustabo, riendo, mientras yo seguía sin entenderlo del todo.

—Es el súper de la ciudad— aclaró Horacio finalmente, y ahí lo entendí.

—Es el jefe de policía— supuse, y ambos asintieron al unísono.

—Ahora somos casi policías— bromeó Horacio, con un tono divertido que me hizo sonreír.

—Mañana haré las oposiciones para la policía— Gustabo se acercó y puso su mano sobre la mía, entrelazándola, mientras se tumbaba en el sofá.

—Seguro que te aceptan, hermanita— me dijo con cariño. Le abracé, sabiendo que no era fan de los abrazos, pero siempre me los permitía.

—Eres la mejor policía del mundo, seguro que lo consigues— añadió, con total seguridad en su voz. Dejé las llaves en mi cuarto y, cuando volví a salir, Gustabo vino hacia mí, observándome atentamente.

—Me quiero comprar un piso— le dije de repente. Gustabo me miró sorprendido.

—¿Para qué?— gritó Horacio desde la cocina.

—Para vivir sola— aclaré, asegurándome de que no pensaran que era por ellos.

—Mañana vamos, Di— dijo Gustabo, mientras se dirigía a su cuarto para ponerse el pijama. Yo hice lo mismo y, poco después, los tres nos sentamos a cenar juntos, mientras me ponían al día sobre lo que había pasado en la ciudad desde que llegaron.

✨✨✨No lies ✨✨✨Donde viven las historias. Descúbrelo ahora