23.

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Jack
Estoy como siempre en mi despacho esperando a que pase algo mientras termino el papeleo. Desde ayer, a la gente le ha dado por pensar que Diana y yo somos una pareja imposible. Al parecer, a la gente le parece imposible que alguien como Diana esté con alguien como yo. Es verdad que ella es tan linda, buena persona, amable y yo soy tan serio, borde y como a mí me gusta llamarlo, tocacojones. Me saca de mis pensamientos Volkov entrando por la puerta.
—Hola, ¿te puedo hacer una pregunta?
Se sentó enfrente de mí.
—Claro.
Me eché hacia adelante.
—¿Te gusta Diana?
Pensé en qué le diría de alguien repulsivo ante mi, o sea, Leonidas.
—¡Qué puto asco! ¡Ni lo pienses, gilipollas! En mi vida estaría con ella.
Volkov me miró con cara de miedo.
—Conway, el chiste es que estoy en llamada con ella.
Eso me dejó muerto.
—¡Pe-pe, pero eres gilipollas! —me levanté de mi asiento y saqué la porra. Él salió corriendo. Cerré la puerta con pestillo. Hoy nadie me va a volver a tocar los cojones. Qué asco de gente, se van a cargar.

Diana
Me quedé mirando el móvil, con una pequeña lágrima saliendo de mis ojos.
Siento como si me hubieran echado ácido en los ojos y en el corazón. ¿Cómo unas palabras pueden hacer tanto daño? Lo mejor será dejar de hablar con él. Solo hablaré con él para cosas de trabajo. Solo a mí se me ocurre darle detallitos a él para que diga eso.
Duele, sí, pero lo que más duele es que había llegado a pensar que él me quería. De verdad, había encontrado mi otra mitad, pero como siempre, mi vida es una mierda y nada de lo que quiero me sale bien. Qué asco de vida. La verdad, ahora mismo me mataría, pero tengo que cuidar a Gustabo y tampoco le voy a dar ese placer a Conway.
Es hora de ir a trabajar. Me vestí como siempre y fui a comisaría. Al entrar, todos me miraban con una mirada compasiva, como si les diera pena. Volkov se me iba a acercar, pero yo me fui. Me cabrea que lo hagan por una broma de Greco y Gustabo.
Horacio se me acercó.
—¿Cómo estás?
Puso su mano en mi hombro.
—¿Cómo quieres que esté? —dije bajito.
—Mal, se te nota la tristeza. ¿Vamos a patrullar juntos?
Negué.
—Prefiero atender denuncias.
Me miró sorprendido.
—Joder, se te nota que estás mal con lo que te gusta patrullar.
Me fui a la parte de las denuncias. Me senté y la gente hizo fila.
—Buenos días —dije triste.
—Vengo a denunciar a un policía.
Yo jugaba con el bolígrafo nerviosa.
—¿Tiene el número de placa del policía?
Ella negó.
—¿Y su nombre?
Ella asintió.
—Sí, se llama Gustabo, con B.
La miré a los ojos.
—Pues muy bien, señora, se le sancionará.
Ella se fue con una sonrisa.
Los cojones se le van a sancionar. Qué gente más gilipollas viene.
—Hola, chica, vengo a denunciar a mi vecina.
La miré, tenía la cara arañada.
—Nombre, apellidos y causa de la denuncia.
Me dio los nombres.
—¿Causa?
—Pues que me agrede cada vez que salgo de casa y me acusa de robar su periódico.
Dejé de apuntar.
—Vale, pues se puede ir ya, investigaremos.
Se fue. Después de eso, tiré a la papelera lo que había escrito.
Pasaron muchas personas hasta que no quedaban más. Me levanté y vi cómo Conway andaba hacia mí. Yo me fui hacia el garaje. Él me cogió del brazo.
—¡No te vayas! Tenemos que hablar.
Me solté de su brazo.
—¿Qué quieres decirme?
Me miró a los ojos.
—No siento eso.
Lo miré cansada.
—Me da igual lo que sientas.
Él se quedó de pie mirándome. Me fui a una patrulla y me fui a patrullar. Normalmente iríamos juntos, así que decidí ir a un acantilado y proceder a llorar. Estuve así hasta la noche, hasta las 3 de la mañana. No pensé en ir a casa, no quiero ver a Gustabo. Él se lo ha buscado. Sigo pensando en la puta llamada. Sus palabras se me han clavado en el corazón.

Jack
Estoy en mi despacho. Es la primera vez que siento ganas de llorar y de ir corriendo a verla y decirle lo que siento.
Pero no puedo. No creo que sea el momento. No quiero joderle la vida a alguien tan especial como ella. Sería ponerla en la mira de cualquier persona que quiera matarme. Iría primero a por ella. Ahora, lo más importante que puedo hacer para recuperarla... Sonó la puerta.
—¿Puedo pasar? Quiero hablar.
Dijo Gustabo. Abrí el pestillo.
—¡Qué! —dije enfadado.
—Cálmate, te vamos a ayudar a recuperarla.
Gustabo intervino enfadado.
—¡Los cojones! A recuperar su amistad, nada más, ¿eh? —dije enfadado.
—No te enfades, nena. —dije más tranquilo.
—Bueno, si quieres, te ayudamos.
Los miré y ellos me pusieron ojos de perrito de mierda.
—Vale, anormales, pero como la caguéis, os mato.
Volkov empezó a intentar poner una excusa.
—La idea era que quedaras como un moñas, no como un gilipollas.
—Pues así he quedado.
—A mi hermana le van las cosas cursis. —Sacó el móvil.
—Me está llamando al móvil, ahora vuelvo.
Salió de mi despacho. Luego entró.
—Tengo que irme, hablamos mañana.
Lo miré, estaba preocupado.
—¿Qué le pasa a Diana?
Él miró el móvil.
—Nada, que está borracha en un puente. Tranquilo, suele hacerlo para evadir el suicidio.
Eso me asustó.
—¿Puedo ir contigo?
Volkov me miró raro.
—Yo también voy.
Todos salimos de mi despacho y nos montamos en los Z. Yo y Volkov en uno, y Horacio y Gustabo en otro. Al llegar al puente, la vimos sentada en el suelo, con tres botellas acabadas de vodka. ¿Se las habrá tomado ella sola? A cualquier persona le habría dado un coma etílico.
Gustabo se acercó a ella poco a poco.
—¿Peque, estás bien? —dijo él.
—Sí.
Hablaba con total claridad, parecía que no se hubiese tomado nada.
—Vamos a casa.
La cogió del brazo. Ella se soltó.
—Sabes que no te necesito, Gustabo, para andar.
Se levantó y andó sin tambalearse. Volkov la miraba sorprendido.
—Yo, a las tres botellas, me habría desmayado.
Gustabo intentó arrancar su Z, pero no arrancaba, así que fuimos todos en el mismo Z. Ellos tres atrás y Volkov a mi lado. Yo no podía dejar de mirarla. Gustabo la abrazaba. Ella tenía su cabeza unida a su pecho.
¿Acabo de joder a una familia feliz? ¿Y si ella me necesita más que yo a ella y la estoy cagando intentando no mostrar lo que siento?

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