Una pesadilla provoca que despierte de golpe, sudando y asustada. Me incorporo y froto mis ojos esperando que mi respiración vuelva a la normalidad, después de un rato lo hace. Un escalofrío me recorre al recordar el sueño y sacudo la cabeza. Voy al escritorio y checo la hora en el celular, falta media hora para las tres. Me siento, saco un papel del cajón y comienzo a escribir una carta.
Querida Samantha:Ni siquiera sé qué escribir, pero aquí vamos. Hoy es una de esas noches en las que un solo pensamiento ronda mi cabeza, es el de morir, ¿por qué? Créeme que no lo sé, quizá la vida no está hecha para mí. Ahora imagino lo que dirán en el funeral, será algo así como: "Era muy joven" o "Sólo quería llamar la atención".
Sí, definitivamente algo así dirán, quizá algunos otros (quiero creer que mi padre y madre) le lloren a mi cuerpo sin vida y se abracen a él, sin saber que eso necesitaba cuando aún latía mi corazón, un abrazo. Pero basta, esta era una carta de consuelo y terminó siendo una de desahogo. Intentaré dejar de mojar la carta con mis lágrimas.
Te quiero mucho, Sam. Fuiste mi mejor amiga (en realidad la única), no te sientas culpable al pensar que ese día debiste cuidarme más, porque mi muerte es inevitable (já, como la de todos), pero a mí me llegó más pronto. Nombra cruel al destino si eso te alivia un poco, y recuérdame como hace once años, cuando aún la felicidad tocaba en mi puerta y me llevaba a jugar en los columpios. Aquél tiempo en el que te pedía que empujaras más fuerte, porque pensaba que podía tocar el cielo.
Con cariño, Evolet.
PD:Creo que desecharé esta carta, ahora casi es ilegible por culpa de mi llanto.
Seco mis lágrimas con el dorso de la mano y me recuesto en la cama, miro el techo, ¿cómo acabar con este sufrimiento?
Un puente.
Miro alterada hacia los lados, pero no encuentro a alguien que haya podido emitir aquellas dos palabras. Solo se encuentra una persona en la habitación, y soy yo. Me doy dos palmaditas en la cabeza, no dormir lo necesario debe estar afectándome, ahora hasta voces escucho.
Pero es una buena idea, caer de un puente justo cuando pase un automóvil. Una muerte casi segura. Creo.
Me cepillo los dientes mientras observo mi reflejo en el espejo, soy el reflejo de mi padre. Somos el mismo desastre de persona.
Termino de lavar mis dientes y salgo del baño.
—¡Mamá! —Grito mientras bajo las escaleras.
—Estoy en la sala—responde.
—¿Qué es lo que querías decirme? Con eso de que fuiste a levantarme para hablar, supuestamente, de algo importante.
—He pensado que deberías inscribirte en la Universidad. Las inscripciones empiezan la semana que viene.
—Pues, estaría bien. Aunque aún no sé qué estudiar —digo.
Como si en verdad fuera a seguir viva para entonces.
—¿Qué tal psicología? Te rehúsas a ir al psicólogo pero sería una buena opción, ¿no crees?
—¡Sí, claro! —Respondo con notorio sarcasmo.
—Perfecto. —Sonríe.
—Creo que no notaste el sarcasmo, madre —digo, mientras me cruzo de brazos y ella hace una mueca.
—De pequeña decías que querías ayudar a las personas ¿recuerdas?
—No, no lo recuerdo. Y en todo caso, ya no soy la misma de hace años. Ni siquiera soy la misma de ayer, ¿sabes? Ni siquiera tú eres la misma. Todos cambiamos. Así que no importaría siquiera si lo recordara, porque ahora ya no deseo lo mismo.
Se queda callada. Y yo tomo asiento al lado de ella.
Cambia el canal una y otra vez hasta que se harta, se levanta y me mira.
—Piensa que vas a estudiar, no te voy a durar toda la vida —dice con voz apagada.
Asiento con la cabeza.
Pero no mamá, vas a vivir más tú que yo.
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Más allá de las palabras
Teen FictionA sus tan sólo 17 años de vida Evolet ha atravesado por el intento de suicidio en dos ocasiones, ambas en un lapso de menos de seis meses. Esta vez la tercera no será la vencida, ya que en su vida aparecerá Alejandro, un chico que entorpecerá las co...