Mi peludo amigo me despierta con sus pequeñas garritas, lo dejo en la cama estirándose y salgo de la habitación aún en pijama. Cambio de decisión y en lugar de entrar al baño voy a la habitación de mi madre.
La veo dormir tranquilamente, supongo que sus sueños son dulces. No como los míos, los míos son tristes y amargos.
Esta vez decido seguir mis impulsos, salgo apresuradamente de la habitación y bajo corriendo las escaleras con dirección a la cocina. Nunca he cocinado perfectamente, pero creo que al menos podré hacer unos huevos decentes para mi madre. Busco todo lo necesario para el desayuno, y pongo manos a la obra.
Después de una desastrosa hora el almuerzo está listo, o algo así.
Subo la comida en una charola y la llevo a la recámara de mi madre. Toco la puerta.
—¡Mamá!—¿Qué pasa? —pregunta con voz ronca.
—Preparé el desayuno. —Le muestro la bandeja.
—Me habías asustado, déjalo ahí, luego lo comeré. —Señala el buró.
—¿Segura? Se enfriará.
—Sí, ya vete y déjame dormir.
Casi puedo oír como mi corazón se fragmenta aún más.
Acomodo el desayuno en el lugar que señaló y salgo de su habitación.
Voy al baño para darme una buena ducha con agua fría pero antes paso a mi recámara por una toalla.
Ya en la ducha disfruto del agua casi helada que recorre mi cuerpo, ojalá pudiera congelar mi corazón. Toco las cicatrices que adornan mi piel y suspiro, recordando todo lo que me llevó a realizar esos cortes, todo el sufrimiento concentrado en un minuto.
Sacudo la cabeza y prosigo con lo que fui a hacer al baño.
Al terminar voy directo hacía mi cuarto. Kira se encuentra durmiendo en la cama, es como un angelito peludo. Al dar un paso más dentro de la habitación siento que mi pie impacta contra algo viscoso, miro hacia abajo y descubro mi pie lleno de popó de Kira. Instintivamente doy un brinco, arrojo la toalla y mientras me limpio maldigo en voz baja. Debo comprar un arenero, bueno, mi madre debe hacerlo... después de todo ella será la que cuide a Kira cuando ya no esté, si no lo regala claro.
Busco ropa en el armario, pero ¿qué se pone alguien para morir? No tengo ni la menor idea. Elijo algo sencillo, un pantalón de mezclilla negro y una blusa guinda de manga corta, además de unas botas azules. Vaya combinación.
Cepillo mi desastroso cabello negro y lo dejo suelto. Permanezco frente al espejo observando mi reflejo, aquella chica de ojos cafés y piel pálida al fin va a morir. Al fin voy a dejar de existir en este mundo. Veo como una lágrima se desliza por mi mejilla y aprieto los dientes, nunca debí permitirme ser tan débil.
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Más allá de las palabras
Ficțiune adolescențiA sus tan sólo 17 años de vida Evolet ha atravesado por el intento de suicidio en dos ocasiones, ambas en un lapso de menos de seis meses. Esta vez la tercera no será la vencida, ya que en su vida aparecerá Alejandro, un chico que entorpecerá las co...