La alarma suena y busco mi celular para apagarla. Froto mis ojos y sacudo la cabeza.
—Hora de volver a la dura realidad. —Suspiro.
Tomo una toalla y voy a la ducha para tratar de arreglar mis ideas. El agua fría me despeja.
Al terminar vuelvo a mi cuarto, Kira empieza a pasar entre mis piernas cuando me dirijo al armario. Escojo un pantalón azul y una blusa negra de manga larga. Termino de cambiarme y me paro frente al espejo, ¿cuándo empecé a lucir tan apagada? ¿Cuándo empecé a quedarme sin vida?
Bajo la cabeza. Quito el plástico que protege mis tatuajes y observo el de mi muñeca, Carlos sí es que es un artista. Tomo mi celular y lo guardo el en el bolsillo de mi pantalón, acaricio a Kira y bajo las escaleras.
Agarro las llaves del coche y salgo de la casa, cierro con llave. Me subo al auto, espero no chocar.
Después de seis semáforos en rojo llego al hospital, me estaciono cerca y me dirijo a la sala de emergencias. Susana está sentada sola.
—¿Dónde está mi madre? —pregunto.
—Fue a comer, por cierto, Sam ya despertó, le están haciendo algunas tomografías para saber si no sufrió un daño grave. Al parecer se golpeó muy fuerte en la cabeza.
—Oh, me alegra que haya despertado, es una buena señal. —Sonrío un poco.
Mi madre llega con un par de cafés.
—¿Ya te dijo Susana la noticia? —pregunta mi madre, le da un café a Susana y se sienta a su lado.
—Sí, la verdad es un alivio que esté mejor.
—Elena, ya puedes ir a descansar —dice Susana.
—Claro que no, nos quedaremos hasta la hora de visita, ¿verdad, Evolet?
—Ah, sí. Estaremos aquí hasta las dos. —Me siento al lado de mi madre.
—Oh, que hermoso tatuaje. —Mi madre toma mi mano y ve con más detenimiento el tatuaje.
—Espera, ¿tú obligaste a mi hija a hacerse un tatuaje? —pregunta Susana.
—Ella quiso hacerlo, no creo que yo la haya obligado —digo enojada.
—Cuida tu tono, Evolet.
Alejo la mano de mi madre y me levanto.
—Voy por un vaso de agua.
—Ah, sí, para tu pastillas, ¿no? —pregunta.
—Sí.
Salgo de la sala de emergencias y me dirijo a la cafetería, vuelvo la mirada hacia abajo al pisar un chicle y choco con alguien.
—Oh, lo siento —digo en voz baja.
—Pequeña —dice Alejandro. Me envuelve con sus brazos.
—Hasta que te apareces por acá. —Me separo de él—. Sam ya está mejor, si es que has venido por eso.
—Vine a verte a ti, bueno, también a Sam. —Me toma de la mano y me guía hacia fuera.
Llegamos al jardín del hospital sin decir una sola palabra, él se sienta a la sombra de un árbol y yo frente a él.
—¿Cómo te fue? —pregunto.
—Pues, fui el ceniciento de la familia por una semana. —Se ríe.
—¿Te gusta Samantha?
—¿Qué? ¡Claro que no! Ella es simplemente una amiga, es como una hermana, pero sin enfadar tanto, ¿por qué? —pregunta.
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Más allá de las palabras
Novela JuvenilA sus tan sólo 17 años de vida Evolet ha atravesado por el intento de suicidio en dos ocasiones, ambas en un lapso de menos de seis meses. Esta vez la tercera no será la vencida, ya que en su vida aparecerá Alejandro, un chico que entorpecerá las co...