Salieron de entre los gruesos y frondosos árboles del bosque pisando fuerte con sus pesadas botas, cargados de armamentos y cubiertos de pies a cabeza por su traje de combate–que no era más que un pantalón de piel marrón oscuro, una camisa blanca de lino y una larga gabardina de cuero café–, de cara al claro resplandeciente a la luz de la luna. En completo silencio, en compañía de la tranquilidad y quietud del bosque, el padre de Timoteo, en compañía del mismo y del mayor de sus hermanos se acercaron a la cristalina laguna. Su padre se hincó en una rodilla y con suavidad colocó su palma sobre la superficie de la fresca agua clara.
Esa fue la primera vez que Timoteo vio el brillo, el fulgor, los destellos y la aparición de la vigilante de la puerta. La driada. Jamás en su vida había visto un espectáculo y criatura más preciosa, se había dicho cuando sus ojos se posaron por primera vez en la etérea mujer pálida frente a él. Escuchó a su padre decir una fanfarria y a la criatura llamarlo por su nombre como aprobación, segundos después en el fondo del claro, al otro lado de la laguna los troncos torcidos y viejos de dos árboles derribados se contorsionan hasta crear un arco que supuso era la puerta. Su padre y hermano caminaron hacia ella, con una última mirada a la mujer de ciegos ojos lechosos los siguió.
La experiencias al atravesar la bruma en aquella ocasión le resultó dolorosa–los huesos parecían romperse o astillarse en el proceso, podía sentir como si la piel le fuera arrancada de todo el cuerpo, en un ardor insoportable–y vertiginosa–la cabeza le dio vueltas y el estómago de le volcó en dos ocasiones–,solo por pura fuerza de voluntad no se desmayó ante la intensidad de lo que estaba sucediendo. Era como ser hecho pedacitos en millones de partes hasta reconstruirse de nuevo en uno, cuando la transición entre un mundo y el otro termina. En ninguna de las seis puertas anteriores se había sentido igual, eso solo era una pista de lo distinto y difícil que podía resultar el lugar.
No esperaba lo que vio cuando sus sentidos volvieron a funcionar de nuevo. Criaturas todas tan distintas y extravagantes, conviviendo armoniosamente las unas con las otras. Con un dialecto inteligente, con un comportamiento racional y tan humanamente posible como el suyo mismo. Como su madre le había dicho y no sabía si eso le agrada, pues aun viviendo en un pueblito poblado en Withsmed, no estaba acostumbrado a relacionarse con nadie fuera de sus padres y hermanos por más que su arrogante y altanero comportamiento pudiese indicar lo contrario. No sabía lidiar con las grandes multitudes y la interacción con extraños. Jamás se le ocurrió que sus habilidades sociales fueran a ponerse a prueba fuera de su propio mundo, menos aún cuando lo único que había hecho en los otros mundo había sido luchar o buscar soluciones para plantas y animales. Aún no comenzaba con su prueba y algo tan fácil como mantenerse de pie en el medio del gentío ya le parecía difícil, no quería ni imaginar como sería después.
–bienvenido a Hondyl, hermanito–le dijo su hermano y comenzó a andar tras su padre a través del tumulto dejando a un consternado Timoteo un par de pasos por detrás.
Tan desconcertado y abrumado se encontraba que apenas se había dado cuenta que minutos antes habían estado en una inmensa caverna para después pasar a encontrarse bajo un completa y absoluta oscuridad. El penetrante lienzo de negro profundo se comvirtio en otro factor para afligirlo. No había luz de luna o sol, ¿Las sorpresas terminarían en algún momento? ¿Porque nunca le había mencionado esa significante dato de información? Estaba comenzando a sentirse sofocado. Lo único que evitó un desvanecimiento completo de su mente fue la imperiosa belleza en verde, marfil y violeta de la ciudad que se alzaba ante él con cada paso que daba tras su padre y hermano.
Ha venido, ha llegado. ¡Por fin está aquí!
Lo sabe, él lo siente. ¿Puedes sentirnos?
El embelesamiento no duró mucho, los histéricos gritos y susurros eufóricos le llenaron los odios, haciéndolo llevarse las palmas a los oídos por la brutalidad del asalto.
¿Qué demonio era eso? se preguntaba.
Desesperado, en busca de apagar el ruido o encontrar la fuente de aquellas voces miró a su alrededor. No importando donde mirase donde buscará o siguiera el sonido de voces, ninguna de ellas correspondía a aquellas revoltosas voces en su mente. Algunos metros por delante de él su padre y hermano parecían no darse cuenta del suplicio que estaba sufriendo.
Es la noche, es el momento. ¡Ha llegado el día!
Él lo hará. ¡La luz, la luz, la luz!
–Basta, basta, basta–murmuraba sujetándose fuertemente la cabeza en el medio de la pequeña plaza.
No entendía lo que decían, no era capaz de comprender las palabras y descifrar a que se refieran. No le era posible entender y no pretendía hacerlo. Solo quería callarlas, hacerlas guardar silencio y que lo dejaran en paz.
Una mano se posó en su brazo, tomándolo con firmeza. Sacándolo de su ensimismamiento y alejando las voces.
–...Tim, Tim, ¡Tim!–repetía su padre. Llamándolo.
Desorbitado, enfocó su imponente figura que lo miraba ceñudo.
–Timoteo, ¿Qué ocurre?–le preguntó su padre al verlo más sereno. Él no entendió la pregunta, ni la preocupación en su mirada.
En algún punto se había encogido con la cabeza aģachada y las manos presionadas con fuerza en su cabeza. Y por la forma en la que todos en la plaza, no solo su padre y hermano, lo miraban y por la resequedad en su boca y garganta, también había comenzado a gritar. La vergüenza lo invadió. Rápidamente se puso de pie, se sacudió las ropas y comenzó a andar sin dirección entre la gente. Su acompañantes lo siguieron sin medir palabra, no sin antes intercambiar miradas que no pasaron desapercibidas para Timoteo.
Y aunque las voces se habían callado, una incómoda sensación de opresión en el pecho, justo donde se encontraba su corazón se había instalado.

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CAREVER
Short StoryTimoteo es un joven impetuoso cuyo esfuerzo y determinación lo han llevado a buscar cumplir con su destino. Un destino que lo guiara a descubrir una verdad sobre su vida que le fue negada desde su nacimiento.