LA CARRERA DEL PRÍNCIPE

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Minutos, probablemente y sin exagerar, solo habían transcurrido un par de segundos cuando Timoteo, entre la multitud logró identificar al alto, imponente y atractivo elfo, cómodamente recostado en un sofá de terciopelo rojo, rodeado de media docena de jóvenes mujeres que le daban fruta y vino, reían y lo mimaban, sobre una tarima, en un rincón elevado del recinto a pocos metros del cuadrilátero 

Apenas se movió de su posición para acercarse cuando las voces en su cabeza volvieron a hacerse presentes, dejándolo estático en su lugar. Aturdido.

-La hora se acerca.

-Ya está cerca.

-Es el momento.

-Atrapa al príncipe, cumple tu misión y sigue las flores.

Repetían una y otra vez las voces en su cabeza.

Entre los gritos de la multitud y los susurros nadando en su mente, como un duro golpe, sentía que estaba apunto de volverse demente. Apretó fuertemente sus palmas contra los oídos, sosteniendo la cabeza en ellas, evitando que el ruido entrara o que saliera, intentando silenciar las muchas voces que le llenaban los sentidos.

Su pecho ardió como una hoguera en su interior y la opresión en su pecho se hizo más fuerte, estrujando y causando dolor justo sobre su corazón que latía acelerado contra su caja torácica.

Un destello violeta en la solapa de su gabardina de cuero, llamó su atención. El corazón en su pecho dio un salto repentino causado por el impacto. En su bolsillo el cuarto pétalo se había tornado púrpura. Su tiempo se estaba terminando, debía darse prisa. Haciendo uso de toda su fuerza de voluntad se obligó a ignorar, los gritos, las voces, el presentimiento de que algo lo acechaba y se enderezo, irguió los hombros y alzó la cabeza y miró en dirección al elfo que lo miraba entre la curiosidad y la sospecha, después de todo era un sujeto alto y fornido, detenido patéticamente a la mitad de una turba bulliciosa. El elfo se puso de pie, caminó un par de pasos hacia el frente, estudiando a Timoteo: apariencia, vestimenta, complexión y raza, cuatro simples características que sirvieron para advertir al elfo y hacerlo correr en la dirección opuesta, entre la multitud, lo más alejadamente posible de Timoteo. 

Previniendo su movimiento, Timoteo echó a correr detrás del elfo. Zigzagueando entre la gente, abriéndose paso entre empujones y codazos, para acercarse lo más posible al elfo, siguiendo el rastro del brillante color esmeralda de sus ropas. Cuando se vio alejado de la multitud, en la entrada del granero, sin perder prisa elfo tomó impulso e inició una carrera en su huida. No podía perderlo, de ninguna manera, no cabía esa posibilidad. Así que Timoteo corrió, corrió y corrió tras su presa, hasta que pensó que lo perdería al doblar en una esquina de una callejuela abandonada y sucia. Entonces gritó el nombre del príncipe. No tenía la certeza de que este lo fuera, pero sabía que no ganaba nada si no se arriesgaba.

-¡Príncipe Eider!-El eco resonó en las paredes de la callejuela.

El elfo, en su carrerilla, giró la cabeza para ver a Timoteo pisarle los talones. El joven cazador vio crecer en su rostro el sentimiento de pánico y desesperación, al tiempo que daba traspiés y perdía el equilibrio. Sin pensarlo dos veces, Timoteo tomó su desequilibrio, aceleró su pasos y lo tacleo, mandandolos a ambos al sucio, mohoso y maloliente suelo.

-Mal-dición-exclamó en un quejido el elfo bajo el cuerpo de Timoteo, con la mejilla pegada al suelo.

-Ha sido una gran carrera-dijo Timoteo sentado sobre la espalda del elfo.

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