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"No tengas miedo, no hay nada bajo la cama". Es lo que se suele decir cuando un niño tiene miedo de que haya un monstruo que pueda lastimarlo, y se le intenta demostrar que no hay peligro alguno, para que olvide ese temor.

El problema es, que esos monstruos son mucho más reales de lo que se piensa.

Existía uno de estos seres en particular, que era mucho peor que otros; mientras unos solo se conformaban con asustar a la gente, otros devoraban a las personas mientras dormían sin piedad alguna; y bien, este monstruo pertenecía a ese último grupo. Una noche, decidió entrar a una habitación, buscando que hubiese una víctima nueva que comer; se escondió bajo la cama, y esperó.

Escuchó los pasos cansados de alguien, que finalmente se acostaba en la cama; pasados unos minutos, ya estaba soñando. La bestia aprovechó el momento para salir de su escondite con cautela, y acercarse a su futura presa; sin embargo, cuando vio a la persona que se encontraba durmiendo, tuvo un sentimiento extraño. ¿Qué habrá sido?¿Curiosidad?¿Compasión?¿Admiración? No sabía con certeza, pero se quedó observándolo detenidamente.

Se trataba de un hombre joven, bastante apuesto, de cabello lacio y negro; el monstruo se percató, por los colores de su rostro, que se trataba de un país. Se quedó mirándolo durante un rato, y después, con algo de delicadeza, acarició la mejilla izquierda del chico; al final, decidió no hacerle daño, y volvió a esconderse. "Es mejor que me quedé vigilándolo un rato antes de devorarlo" pensó para sí.

Y así, la noche volvió a transcurrir con total calma; pero después, esas noches en las que el monstruo se quedaba bajo la cama, se convirtieron en meses.

El sol se asomó por la ventana de la habitación; el muchacho de ojos azules comenzó a despertar, verificando que ya era de mañana. Se sentó en la cama un tanto somnoliento, y miró al suelo aún sin estar activo al cien por ciento; le gustaba la idea de quedarse envuelto nuevamente en las mantas calientes, y recargar su cabeza en la suave almohada de plumas; pero no, no podía hacer eso hasta que llegara la noche nuevamente, pues tenía cosas que hacer ese día, y no tendría el tiempo suficiente para tomar una siesta. Después de su pequeño debate mental, estiró sus brazos, bostezó, y luego se levantó de la cama por completo.

Caminó hacia el armario, lo abrió, y tomó la ropa que usaría; el siempre tenía la costumbre de vestir elegante y formal, pero esta vez tendría que ir un poco más arreglado de lo normal, pues debía visitar a alguien. Un par de minutos más tarde, terminó de cambiarse, y se dirigió a la puerta para salir; sin embargo, sintió que algo le tomaba la mano derecha.

Confundido, se volteó para ver qué era lo que lo detenía, y cual no fue su sorpresa al ver a una gran criatura detrás de él; su primera reacción fue intentar correr, pero la bestia no lo dejó avanzar ni un solo centímetro. El joven imperio no podía mantener la calma, y casi temblaba por el temor y nerviosismo de aún no entender del todo la situación; aunque se sorprendió aún más cuando ese monstruo le habló.

- No intentes huir de mí, no tienes escapatoria.

- ¿Eh? -se quedó mirando a su contrario unos segundos, y luego reaccionó- ¿Quién...qué eres?¿por qué no me sueltas?

-El monstruo se acercó al joven, y lo abrazó con dos de sus cuatro brazos- el quien soy no es lo relevante; ahora tu me perteneces -Se dio cuenta de que el pelinegro estaba con la mirada baja y todavía intentaba separarse de él, y soltó una carcajada- Oh, estás demasiado nervioso, eres adorable.

- ¡No soy adorable! -exclamó mientras fruncía el ceño- ya basta, aléjate de mi.

- Deja de pelear conmigo, Imperio Alemán -sonrió levemente, y se apegó más a él- Eres afortunado de seguir vivo, pues si yo no estuviera enamorado de ti, ya te hubiera devorado sin pensarlo.

Unter Meinem BettDonde viven las historias. Descúbrelo ahora