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—Bien, esta es la oficina de Prusia. Espero que no mientas respecto a lo que sabes; de lo contrario ambos terminaremos muertos.

El cochero tragó saliva, y miró la puerta de la oficina. Sabía que lo que él vio ese día era demasiado comprometedor; además, era bien conocida la rivalidad entre austriacos y prusianos pese a la reciente paz, así que decir lo que hizo Austria-Hungría podría incluso crear otra guerra como la de las Siete Semanas. Pero ahora no había vuelta atrás, tenía que hablar con toda la verdad o le costaría la vida «Soy un idiota, debí pensarlo mejor antes de involucrarme en esto». Mientras él seguía sumergido en sus arrepentimientos, se abrió la puerta, y el país ordenó al guardia y al cochero que entraran a la oficina. 

—Ludwig, creí ordenarte que le sacaras toda la información posible a los trabajadores del palacio de Schönbrunn ¿Por qué trajiste a aquí al cochero? —dijo con una expresión seria.

—Ninguno de ellos se atrevió a hablar. Pero él pudo ver algo importante —miró al cochero para que hablara.

Hizo una reverencia. —Su alteza, debo advertirle que lo que observé es demasiado polémico, e incluso podría causar un conflicto entre naciones; agradecería que usted considerara la situación, lo asimilara con calma y...

—Ve al grano —interrumpió— ¿Qué fue lo que viste?

Miró hacia otro lado durante unos instantes, algo nervioso. —Cuando Imperio Alemán se despidió del Imperio Austrohúngaro, este ordenó a todos sus sirvientes que se retiraran a los interiores del palacio.

—¿Y entonces? —arqueó la ceja, impaciente.

—Cuando todos ellos se fueron, le dio un beso en los labios al Imperio Alemán.

Ludwig miró con sorpresa al hombre; en cambio, Prusia transformó su mirada impaciente y molesta en una tranquila y aparentemente serena. El cochero tenía un mal presentimiento sobre esa reacción.

—Él estaba sorprendido, pero no se opuso al beso—continuó explicando—; y luego subió al carruaje de forma tranquila.

—Estas hablando con toda la verdad ¿cierto?

—Así es, su alteza.

—¿Viste alguna otra cosa?

—No, fue todo lo que vi.

—Gut... —sacó de su cajón 10 billetes de 1000 marcos—. Esto es para ambos, 5 mil cada quién. Les agradezco su lealtad y honestidad —sonrió.

Tomaron los billetes con gran sorpresa, y le agradecieron al reino, quien después pidió a ambos que se retiraran para continuar con su respectivo trabajo. Todo aparentemente estaba en calma, al menos durante un par de minutos. Ella miró su oficina, y su vista se posó en la puerta; se acercó, y su sonrisa se borró de inmediato.

Un gran estruendo se escuchó en todo el palacio, acompañado de unos gritos llenos de ira. Brandeburgo, que se encontraba en otra habitación, rápidamente corrió a la oficina de Prusia.

—¿Prusia, que hiciste? —miró a su pareja preocupado.

Había roto su puerta a golpes. —¡ESE MALDITO AUSTROHÚNGARO SE QUIERE APROVECHAR DE MI HIJO!

—...¿Qué? Espera, no grites, te escucharán. Explícame que pasó —acarició su cabeza.

Suspiró pesadamente. —Alguien de confianza me acaba de informar que vio algo cuando Deutsches Reich estaba en Viena —susurró—. Al parecer, ese loco besó a nuestro hijo.

—... ¿Sabes qué? Tuviste razón todo este tiempo respecto a declararle otra guerra, hay que deshacernos de ese fenómeno —cerró sus puños con fuerza.

Unter Meinem BettDonde viven las historias. Descúbrelo ahora