La Marca del Arcángel

Prologo

Octubre 16 de 1849, Inglaterra.

La luna llena, radiante y pálida, iluminaba el pueblo de Coventry, pequeño, pero que algún día se convertiría en una ciudad populosa.

El pueblo parecía en total calma. Las calles de tierra estaban vacías y las velas en las casas apagadas.

Solo una de ellas parecía en extremo movimiento. La pequeña casa de Julián Turner. Era noche de alumbramiento; su esposa Mary estaba embarazada y esa noche había roto fuentes.

Julián acercó una vela al rostro de su esposa. Su frente estaba perlada por el sudor y empezaba a palidecer.

-Puje otra vez, señora... -pidió Cleo, una partera y criada de la casa. Mary así lo hizo hasta por tres veces. Julián le secaba el sudor y le sostenía la mano, dándole ánimos.

Mary pujó y soltó un grito de dolor. La criatura estaba afuera. Cleo le dio un pellizco en la nalga y al instante empezó a llorar. Era una niña.

Se la puso en brazos a Mary.

-Es una linda niña, señora...

Mary jadeaba exhausta, pero una sonrisa se dibujó en sus temblorosos labios.

-Mi pequeña...

-¿Cómo le llamarás por fin? —preguntó Julián.

-Isabel... ese es su nombre.

* * *

La niña fue puesta en una cuna hecha por su padre; dormitaba tranquilamente chupándose el pulgar de la mano izquierda.

Pero no todo fue tan apacible durante el resto de la noche. Mary no dejó de sangrar. La hemorragia no se podía detener y terminó por quitarle la vida.

Julián estaba abatido, su amada esposa había muerto, dejándole una niña recién nacida a quien no tenia fuerzas para volver a mirar.

Cleo se hizo cargo de la niña esa noche y se aseguró de encontrar a alguien que le diera de comer por un buen tiempo.

Pero fue esa noche cuando Cleo se percató de algo que no había visto en la criatura antes. Algo en su mano derecha... ¿una mancha? No, era una especie de escritura, más bien como una doble A mayúscula.

Cleo, desconcertada, le lavó las manos a la niña, pero en vano, pues la marca nunca desapareció.