Capítulo II: Una Muerte Extraña

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Al terminar la misa, Isabel esperó a que casi todos salieran y dejaran al padre Smith solo. No tuvo que esperar demasiado, y al cabo de unos minutos empezó a andar en dirección al altar, donde se encontraba el cura.

El padre Smith, era un hombre joven, de unos treinta y cinco años, rubio y de ojos azules claros. Se había convertido en una tentación para muchas mujeres en el pueblo que jamás en su vida habían pisado una iglesia. Él, sin embargo, era un hombre más bien despistado en esos asuntos y trataba a todos por igual, ya tenía dos años en la parroquia.

Sabia qué preguntarle, pero sus manos sudaban una entre la otra, y no dejaba de frotarse la venda que tapaba la inquietante marca de su mano derecha.

A falta de escasos pasos para poder entablar una conversación con el cura, la silueta de un joven atravesó la iglesia a todo correr.

-¡Isabel! —Exclamó el joven mozo.- ¡Isabel!

Isabel se volvió. Era Peter, el hijo de la vecina. Un muchacho que no tenía más de trece años.

-¿Qué pasa, Peter? ¿Por qué gritas en la iglesia? —Inquirió el padre Smith.

-Perdón, padre... -dijo jadeando.- pero es necesario que vengas conmigo Isabel...

-¿Adonde? —preguntó sorprendida.

-¡A tu casa! ¡Es tu padre!

-¿Qué le pasa a mi padre, Peter? —inquirió sobresaltada.

El muchacho no pudo contestar, unas lágrimas cayeron por sus mejillas. Trató de balbucear algo, nervioso, pero nada entendible.

-Tranquilízate muchacho... -dijo el padre Smith.

Isabel tuvo un mal presentimiento y dejando a Peter y al cura, echó a correr por la calle en dirección a su casa.

Mientras corría, muchas cosas asaltaron su mente, pero la imagen que mas se hacia presente en su pensamiento era la de esa misma mañana. Tan real, tan tierno... aunque fuese duro con los demás, para ella siempre tenia una sonrisa o un gesto... no podía imaginarse qué le había sucedido, pero lo peor se abrigaba en su corazón.

Pronto vio la casa. No se había dado cuenta de lo descuidada que se veía por culpa del frente que, en comparación con las otras casas, parecía estar en ruinas. Su padre jamás había sido rico y ya quizás nunca lo fuera.

Al llegar a la puerta, casi se cae al tropezar con un viejo escalón semiderruido. Entró en la casa haciendo un gran esfuerzo por no gritar desesperada.

Lo primero que notó fue que la cocina estaba desordenada, como si hubieran buscado algo. El fuego estaba encendido y una vieja olla destinada a hervir agua estaba puesta encima del mismo, pero el agua ya se había evaporado casi por completo.

Fue rápidamente hacia el pequeño salón de su padre y se encontró con que, apoyada contra la pared de la puerta y sentada en una silla, estaba la vieja criada. Ésta al ver a Isabel se incorporó pesadamente.

-¿Dónde está mi padre, Cleo?

-Mi niña... -dijo la vieja, y los ojos se le llenaron de lágrimas.

-No... -negó Isabel y sus ojos también se llenaron de lágrimas que no se decidía a derramar. Caminó hacia la puerta del salón.

-No pude hacer nada, lo intenté, pero... -balbuceaba Cleo.- todo fue tan rápido...

Las manos de Isabel temblaban, pero aun así se negaba a llorar.

Cuando entró, despacio, vio a su padre acostado en el suelo. Parecía dormir placidamente, pues su semblante no expresaba dolor alguno ni enfermedad. Solo la falta de su color natural le hizo dudar a Isabel que todo marchaba bien y al acercarse mas pudo notar, con gran dolor y tristeza, que su padre no respiraba.

* * *

Llovía a cantaros en todo Coventry y eso había hecho que prácticamente nadie fuera al cementerio.

Solo Cleo, Isabel y el chico, Peter, estaban presentes. El padre Smith dijo unas palabras de su libro de oficios de difuntos y algunas palabras que trataban de reconfortar el dolor de los presentes; al terminar, se marchó rápidamente a resguardarse de la lluvia.

El ataúd fue bajado por tres hombres que estaban a la espera de que el padre diera por terminado el oficio, y luego fue cubierto por lo que era prácticamente lodo.

Isabel no hablaba, simplemente miraba lo que hacían. Al cabo de un rato ella, Cleo y Peter empezaron a andar penosamente hacia las afueras del cementerio.

Al llegar a la casa, Cleo sirvió una taza de café caliente, mientras Isabel fue a cambiarse de ropa. Peter las había dejado para marcharse a su casa.

-Nadie fue, Cleo... -dijo Isabel en tono suave al entrar en la vieja cocina. Los cabellos aun le chorreaban agua.

-Fue por la lluvia... -dijo la vieja en el mismo tono, sentándose.

-¡No, no fue por la lluvia! —Exclamó molesta.- No tenia amigos... ¡no tenia nada!

-Te tenía a ti... -dijo Cleo con fuerza.

-Y ahora soy yo la que no tengo nada... -dijo abatida.- no tengo dinero sino para una semana y sé solo algunas cosas de carpintería, pero nadie me dará trabajo... Cleo, no tengo ni para pagarte. —y en tono mas bajo, añadió:- y para colmo tampoco tengo amigos tal y como le pasó a él.

Cleo no dijo nada, pensó que era mejor dejar que Isabel se desahogara.

Por su parte, Isabel tampoco esperó que Cleo dijera nada, sino que salió a la calle y echó a andar, bajo la lluvia, en dirección a la iglesia.

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