Capítulo VII: Muchas Preguntas, Pocas Respuestas

208 16 0
                                    

Anduvieron tranquilamente colina abajo. La vegetación cambiaba abruptamente y pasaba del pasto semiseco a árboles y arbustos, además de algunos abetos.

Estaban dejando atrás Baginton y unos kilómetros mas adelante, quizás podían llegar a Stareton y pasar la noche en el pueblo.

El viaje no podía durar más de semana y media si Isabel pensaba viajar en coche de posta, pero Miguel pensaba que eso quizás no llegara a pasar.

Isabel miró disimuladamente a Miguel; parecía distraído mirando el paisaje. Ya debían ser algo más de las tres de la tarde y el clima había cambiado; el sol no había estado demasiado fuerte, pero ahora el cielo empezaba a cubrirse de nubes grises y espesas.

-Creo que va a llover... -dijo Miguel.

-Necesitamos llegar a Stareton antes de que eso ocurra... -dijo Isabel algo preocupada.

-Eso va a estar difícil, lo mas probable es que en una hora empiece a llover...

-¿Cómo puedes saberlo? Además, no hay lugar cerca donde podamos resguardarnos... ¿qué vamos a hacer entonces?

-Pues caminar lo mas rápido que podamos y si vemos un lugar apto donde sea posible resguardarnos, seria lo mejor, porque no creo que podamos llegar a Stareton por ahora.

-¡Fabuloso! —exclamó Isabel irónica.

Siguieron caminando, observando bien alrededor para ver si encontraban algún lugar donde pudieran protegerse, pero sin éxito.

Al cabo de una hora, tal y como había predicho Miguel, empezaron a caer las primeras gotas.

-¿Qué vamos a hacer? No encontramos ningún lugar donde podamos ir, más que debajo de un árbol. —dijo Isabel, arrebujándose en la chaqueta.

Miguel estaba absorto y no la escuchó. Buscaba el rastro de una vereda que había visto antes. Estaba seguro de que era por esa zona, pero ¿por qué no lograba verla?

-¡Miguel! ¿No me estás escuchando?

-¡Ven conmigo! —dijo Miguel tomando a Isabel por la mano derecha. Al primer instante ella se resistió y la venda de su mano se soltó. Quiso recogerla, pero Miguel se lo impidió.- ¡No hay tiempo, vamos!

Corrieron por entre los matorrales y entonces Miguel divisó el camino. La lluvia se hacia cada vez mas fuerte. Isabel no veía por donde iban, sólo sentía las grandes gotas caer en su cuerpo dolorosamente.

Miguel la condujo por la vereda hasta que vio lo que realmente le interesaba: un granero.

Abrió la puerta sin mucho esfuerzo y entraron.

-¡Dios! —exclamó Isabel-. A veces odio el clima de Inglaterra. Un día está soleado y al siguiente ¡un diluvio!

-O a las horas... -añadió Miguel-. Estas muy mojada...

-Estoy bien... -respondió ella sin mas.

-Trataré de encender un fuego, sino, te congelarás...

-Querrás decir, ambos... -le corrigió. Miguel la miró.

-Claro... -dijo, luego mirando alrededor del granero, añadió:- Estamos de suerte... -fue hasta un rincón y alzó un trozo de madera-, hay leña aquí...

Isabel se quitó la chaqueta y la gorra, los cabellos le cayeron por los hombros. Se frotó las manos para calentarlas y vio la marca al descubierto en su mano derecha. Miró a Miguel, estaba de espaldas amontonando parte de la leña para conseguir encender un fuego. No creía que él hubiera visto la marca.

La Marca del ArcángelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora