Capítulo XIX: Verdades al Descubierto

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Otra vez el hombre soltó su carcajada siniestra y sus ojos parecieron destilar un brillo amarillo.

-¡Que tierno! —exclamó.- Pero no os sintáis culpable, chiquilla... él también os ha mentido ¿no es cierto, Miguel?

-¡Calla, Demonio! —gritó Miguel.

El hombre soltó una mueca de ira y sus ojos volvieron a destilar el mismo brillo amarillo de antes.

-¡Sí, eso es lo que soy! —gritó.- Por lo menos yo no oculto mi origen, no como tú... Arcángel.

-¿Arcángel? —repitió Isabel, de pronto. No parecía entender de qué iba todo lo que hablaban. Le daba la impresión que, de vez en cuando, se comunicaban en un idioma extraño y antiguo ya olvidado.

-¡Ya decía yo que no lo sabíais! —exclamó el hombre- ¿Cuánto tiempo lleváis viajando juntos? ¿Un mes o más? Pero no sabíais nada del "Ser" que os acompaña... ¿no habéis sentido en algún momento que estabais sola? ¿Qué al buscarle de reojo, no podíais verlo a "él"?

Isabel se quedó petrificada al escuchar sus palabras tan atinadas.

-¡Ah, si! Una ilusión —continuó con su mismo tono venenoso-, una visión a la que podéis tocar y ver en determinado momento... ¿le habéis visto comer o beber verdaderamente? ¿Habéis notado algún cambio físico, le ha crecido el cabello o la barba, quizá?

Isabel movió la cabeza de un lado a otro, aturdida. No recordaba. Todo era intensamente cierto. Las palabreas eran tan filosas como cuchillos tajando la carne. Sentía el cuerpo adolorido y un horrible mareo.

Los árboles se reían de ella, de su ingenuidad y de su estupidez al no darse cuenta de lo que pasaba. Podía escuchar los relinchos de Bauglir que le decían lo tonta que era y le oprimían el corazón.

Pero ¿cómo era posible todo eso? Ella había visto y escuchado a Miguel hablar con otras personas «¡no puede ser cierto!»

-Desde luego... -dijo el hombre.

Isabel lo miró con el ceño fruncido.

«¿Acaso puede escuchar lo que estoy pensando?» se preguntó.

-Nada en esta vida es coincidencia, niña. —dijo en tono despectivo y dándole a entender que conocía sus pensamientos.

-¡Basta, déjala en paz! —exclamó Miguel.

-¡Ella no se me escapará como Charles!

-¿Qué? ¿Q-Qué dijiste? —tartamudeó Isabel.

-¿Charles Angels? —repitió el hombre, mirando a otro lado y encogiéndose de hombros.- hombre bajo, frente despejada, cabello castaño y ojos de cordero degollado... no lo conoces —dijo, y luego fijó su mirada otra vez en Isabel-, pero claro que habéis oído hablar de él, por eso os dirigís a St. Albans... -pronunció con tono burlón-, para ver que os dice sobre la marca.

Isabel lanzó un pequeño grito. Su brazo derecho se alzó en contra de su voluntad a una seña del hombre y el guante empezó a salirse de su mano sin que ella pudiera evitarlo. Cuando el guante cayó al piso, la marca se dejó ver: negra-rojiza, como tinta mezclada con sangre, una doble A mayúscula entrelazada.

-La Marca del Arcángel... -sibiló el hombre y luego lanzó un escupitajo, como si le causara asco mencionar esas palabras.

Isabel gimió de dolor ante la presión invisible en su muñeca; parecía como si se le fuera a desprender el brazo del tronco.

El hombre hizo un movimiento de mano e Isabel quedó libre, cayendo al suelo adolorida.

-No, nada en esta vida es coincidencia ¿cierto, mi querido Arcángel Miguel? —dijo sombriamente.

La Marca del ArcángelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora