Capítulo XII: La Entrada al Monasterio

169 17 0
                                    

La iglesia catedral era pequeña en comparación con muchas otras, sobre todo la de St. Albans, o eso le decía Miguel a Isabel, pero para ella ésta era mucho mas grande que la de Coventry.

-Aquí... -dijo Miguel, mientras trotaban hacia la iglesia.- los monjes son amables, y nos darán cobijo y alimento si queremos pasar la noche.

Isabel jadeó.

-Yo solo quiero un fuego y quizá, una bebida caliente...

Al acercarse a la puerta de la iglesia apareció un monje que los recibió.

-Buenas tardes, hermano. —dijo Miguel, resoplando por el esfuerzo.

-Oh, ya veo que venís corriendo, y estáis todos empapados —dijo el hermano monje, con sus ojos pequeños y rasgados, alto y delgado, y con el cabello negro rapado a la usanza del ministerio-. Entrad, os buscaré toallas para que os sequéis... seguidme y os llevaré hasta un fuego.

El hermano monje los sacó de la iglesia y los llevó por un corredor, hacia la cocina del monasterio, hizo una seña para que esperaran y al cabo de unos minutos llegó con unas toallas de paño y un par de abrigos de lana.

-Sacaros la ropa mojada o pescareis un resfriado. —dijo el monje, y metió a Isabel en una pequeña habitación para que se cambiara. Cuando salió, observó que Miguel estaba tan bien abrigado como ella.

Entonces el monje los condujo hacia la entrada de la cocina, donde los fuegos estaban siendo alimentados. Al instante le llegaron a Isabel los aromas de las comidas en cocción, y sintió que el estomago le gruñía. El monje les hizo sentarse a una mesa y les ofreció té caliente.

-En otro momento os ofrecería cerveza o vino aguados, pero no saben muy bien cuando están calientes —dijo el hermano monje con una sonrisa-. Soy el hermano Robben.

-Es un placer, hermano Robben. Yo soy Miguel y ella es mi compañera de viaje, Isabel Turner.

Isabel hizo un gesto inclinando la cabeza, pero le produjo cierta extrañeza el hecho de que Miguel no dio su apellido, y para colmo, aclara el punto de que ella solo era "compañera de viaje".

-¿De dónde venís? —preguntó el monje.

-Venimos de Lillingstone Dayrell.

-Hemos cruzado el bosquecillo, pero la lluvia nos ha tomado sin previo aviso, y sin un lugar donde resguardarnos... —añadió Isabel.

El hermano Robben asintió con su habitual sonrisa. Su tez era blanca y sus manos se veían grandes y fuertes; sus ojos, en cambio, eran tan rasgados que parecía que no podía abrirlos, pero eso le daba un toque más amable cuando sonreía, que era casi siempre.

-Yo espero que deje de llover... -dijo el monje, mirando hacia la ventana-, para así poder trabajar mejor.

Isabel le miró atenta y el monje volvió a mirarles a ambos.

-Espero que os quedéis para la cena, y así conoceréis al Padre Abad.

-Bueno, eso dependerá de si continua lloviendo para entonces, o no... -respondió Miguel- ¿Quién es vuestro señor Abad?

-El Abad es el buen hermano Milius, nativo de Escocia, aunque viene de la celda de Saint John-in-the-forest.

-Ya veo... -asintió Miguel.

Isabel no entendió demasiado, para no decir nada.

-Bien, os dejaré aquí mientras os calentáis —dijo el hermano Robben-. Podéis pasear por el lugar, pero no en los aposentos de los monjes... sois libres aquí, pero no interrumpáis las labores de los otros hermanos.

La Marca del ArcángelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora