Capítulo XVI: El Guardián del Bosque Maldito

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Lindslade. La gente caminaba por las calles con paso rápido, se saludaban con altivez, todos ocupados en sus asuntos. ¿Los extranjeros? Si, los trataban bien, pero Isabel se convenció por completo que no era más que hipocresía.

-No quiero quedarme aquí, Miguel.

Él la miró.

-Yo tampoco.

Ambos sonrieron.

-Salgamos del pueblo y hagamos una fogata cerca —propuso él-, ya está anocheciendo.

Caminaron, saliendo del pueblo sin percatarse que una mirada los seguía.

* * *

El fuego ardía mientras Isabel tendía las capas, una a cada lado del fuego como de costumbre. Miguel salió de la penumbra de entre los árboles, sacándose de los bolsillos unas nueces.

-¿Volvemos a las nueces, no? —comentó Isabel con una mueca.

-Tú fuiste la que no quiso quedarse en Lindslade, si mal no recuerdo.

-Tendrá que ser en Billington.

Miguel la miró de reojo.

-Sí, claro... -respondió él con una vaga sonrisa, sentándose sobre su capa. Le pasó unas cuantas nueces a Isabel, y ella sacó un poco de pan y queso.

-Quisiera que me contaras algo, Miguel. —dijo ella de pronto.

-¿El qué?

-Dime algo sobre tu país, de tu familia, de la gente que vive allá... por favor.

Miguel se llevó un bocado a la boca, y estuvo tanto tiempo masticando que Isabel pensó que no le quería responder. Parecía ido de momento y solo cuando empezó a masticar el segundo bocado, habló.

-Mmm... bueno... -hizo un gesto que parecía que tragaba-, mi país... es grande, es uno de los mas grandes del mundo, es un lugar en el que existen jardines inmensos, donde siempre está todo verde —dijo, como recordando-. Allá nunca llega el invierno y el sol nos calienta el corazón, y nos alegra... -él la miró- ¿Mi familia? Bueno, ya conoces a Holy... todos son casi como ella, buenas personas que están dispuestas a ayudar al que lo necesite, y la gente siempre tiene una sonrisa en el rostro para ti...

Isabel sonrió ante la perspectiva de un lugar como ese. Miguel siempre decía cosas imposibles de creer del todo, pero las decía con tal mirada en los ojos, que no podías dejar mucho lugar a las dudas, así fuese lo mas loco que jamás hubieses escuchado.

-Bien, ya es hora de dormir —dijo él-. Buenas noches.

-Buenas noches, Miguel...

* * *

Septiembre 29

El trabajo en Billington había sido más fuerte que el de otros lugares, pero el más beneficioso. La posada, la mas grande que Isabel haya podido ver desde que estuviera recorriendo los caminos, enseñaba como tratar a la gente con dinero, la cual dejaba gratificantes propinas, no solo por el desempeño sino por la simpatía y amabilidad que demostraba Isabel.

En la misma posada, Miguel trabajaba en los establos con los animales y caballos que tanto le agradaban. Era magnifico verlo hablándoles al oído como si fuesen una persona mas, un ser especial.

Isabel le llevaba la comida en sus ratos libres y charlaba con él, y aprovechaba de acariciar a los caballos y a los perros que viajaban con sus amos.

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