Capítulo XVIII: La Aparición del Enemigo

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-¿No nos quedaremos?

-Mientras mas rápido andemos, más pronto llegaremos a St. Albans...

-Pero... pero —tartamudeó Isabel. Ya empezaba a tener miedo. La paranoia de Miguel con el caballo la habia hecho quedarse aterrada.

¿Acaso era ese jinete de ojos amarillos? Pero ¿por qué Miguel creía en eso? Bueno, Ishbar habia sido muy persuasivo, pero esto era exagerado. Lo cierto era que ella no sabía qué pensar. Lo único que sabia era que la idea de abandonar Studham no le agradaba en lo mas mínimo.

El próximo pueblo era Redbourn, pero estaba a casi dos días de camino, y por otro lado ella no podía quedarse en Studham para siempre por temor a encontrarse con un fantasma, espíritu, alma errante o demonio, o lo que quiera que fuese que a Miguel le asustara o le hiciese ir más rápido a St. Albans.

-Quiero saber qué está pasando, Miguel. ¿Por qué actúas así?

-Es solo que se acaba el tiempo... debo llegar a Londres cuanto antes, y tú debes llegar a St. Albans porque te prometí que te ayudaría a llegar ahí...

-¡No creas que me comeré ese cuento! —exclamó Isabel poniéndose de pie.

Habían entrado a una taberna para comer algo. Parecida a "Los Tres Blancos" aunque allí no habia tanta gente. Se llamaba "El Rey Arthur" en honor a las historias del Rey Arturo y los caballeros de la mesa redonda, pero en realidad no habia nada alusivo a su nombre, solo una pila de borrachos y jugadores de carta.

Pidieron una mesa y la especialidad del día: puerco con patatas y cebolla, y una jarra de cerveza fría que solo se veía en los pueblos cercanos a Londres.

El puerco no estaba mal, pero las patatas parecían una goma intragable. Por lo menos la cerveza era buena, aunque no se la tomaron toda.

Isabel se puso de pie y salió de la taberna molesta. Miguel suspiró, sacó un par de peniques de su bolsillo tirándolos sobre la mesa, y salió tras ella.

-Isabel ¿adonde vas?

-¡Me largo del pueblo! ¿No es eso lo que querías?

Miguel dio un par de zancadas y la alcanzó.

-¿Por qué te pones así?

Ella le lanzó una mirada molesta.

-Dímelo tú... -dijo, esperando que Miguel se atreviera decir algo, pero éste no dio muestra de querer decir nada, solo se acomodó el sombrero.

Isabel hizo una mueca de disgusto contenido.

-¡Bien! —exclamó— Pues vamos...

Y empezó a andar en dirección de la salida del pueblo.

-Ah, esto se está poniendo cada vez mas complicado... -murmuró Miguel, dejando escapar un suspiro, y luego la siguió.

* * *

Veinte minutos caminando y reventó la lluvia. Una llovizna ligera que caía en las hojas de los árboles y resbalaba hasta caer en el suelo.

Siguieron caminando por el camino lleno de hierbas hasta que Isabel divisó una gran masa verde que se extendía ante ellos y continuaba hasta perderse de vista.

-¡Oh, no! ¡Otro bosque! —exclamó.

-Antes te gustaban... y no es solo "otro bosque". Es el Bosque "Fausse"...

-¿El Bosque Fausse? —inquirió ella. Miguel asintió.

-Es muy viejo y se extiende por toda la zona, y llega hasta los lindes de Londres, pero para eso hay que dar un rodeo de millas —dijo Miguel, señalando hacia el este-, es mejor llegar hasta Redbourn y de ahí tomar la ruta que usan comúnmente los coches de posta para transitar por St. Albans y llegar a Londres. Aunque aun nos quedaría Childwick Green después de Redbourn y antes de St. Albans...

La Marca del ArcángelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora