Capítulo XXI: Un Nuevo Comienzo

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La espada desapareció.

Miguel se acercó al cuerpo de Isabel lentamente. Ella estaba pálida y su cabello empapado, pues la capa se le había caído. En sus labios apenas quedaba vestigios del color rosa que habían tenido anteriormente, y ahora se alojaba en ellos un morado mortal.

Su pecho estaba cubierto de sangre, y sus manos blancas como papeles por toda la sangre perdida; sin embargo la marca aun estaba allí, como si brillara el negro y rojo en la blancura de su piel.

Miguel la abrazó, levantándola levemente del charco de sangre, y con su mano derecha le acarició el rostro ceniciento.

Cuanto dolor expresaban los ojos de Miguel al ver las largas pestañas de los ojos de Isabel cubrir sus hermosos ojos azules que ya jamás se abrirían.

Entonces lloró. Por primera vez en su existencia como Arcángel, Miguel probó lo que era llorar por dolor y por amor. Las lágrimas cayeron sobre la herida de Isabel.

-Cuanto lo siento, Isabel... -dijo con voz quebrada.- No era esto lo que debía pasar, debes... debes vivir —y, acercándosele al oído, le susurró:- Para ti, mi último milagro...

Un aura brillante envolvió a Miguel mostrando sus alas, grandes y blancas como la nieve. Y poniendo sus manos en la herida que ella tenía y elevando su mirada al cielo, pronunció unas palabras en un idioma antiguo y olvidado.

El lugar se llenó de la misma aura brillante como si fueran rayos de sol, de la luna y las estrellas. Abrazó el cuerpo sin vida de Isabel y lo envolvió con sus alas en un abrazo lleno de vida y magia.

Y subió, y subió tan alto que parecía que podía traspasar el cielo mismo.

Entonces empezó a descender lentamente, y los brazos de Isabel empezaron a moverse, aferrándose a quien la abrazaba. Miguel la miró abrir sus ojos muy despacio, pues la brillante luz la cegaba. Ahí estaban esos ojos azules llenos de vida que él tanto había admirado, y a los que ahora amaba como jamás lo había experimentado antes.

Ella le sonrió y él trató de no llorar otra vez; de sus labios salió una sonrisa llena de felicidad y jubilo.

-¿Qué es esto? —preguntó ella, al ver que flotaban rodeados por el aura resplandeciente.

Las palabras de Isabel sonaron como música en los oídos de Miguel, y se dio cuenta de que los labios de ella tenían el color de las rosas silvestres otra vez.

-Somos tú y yo... -respondió con suavidad.

-Entonces si eres un ángel... -dijo ella como recordando, y luego se corrigió:- No, un arcángel...

La lluvia había cesado y el cielo estaba despejado, solo surcado por unas pocas nubes tan blancas como el algodón; y el sol radiante hacia brillar las gotas de agua de lluvia en las hojas de los árboles, como si fuese rocío, mostrando un espectáculo nunca antes visto.

Miguel asintió.

Isabel se sintió confundida y trató de recordar.

-Pero yo... -dijo, cayendo en la cuenta de que había sido herida.- Tú me salvaste...

-Yo —dijo él—, no quería que murieras... te ha sido entregada una nueva oportunidad para vivir... y amar, y ser feliz.

-¿Te quedarás conmigo? —preguntó ella, y él le acarició el rostro mientras aun seguían descendiendo.

-Debes llegar a St. Albans... -respondió él con suavidad.

-Pero prometiste ayudarme. —replicó ella.

-Y así lo hice ¿no crees? —respondió mirándola con intensidad.- Me duele dejarte, pero no puedo permanecer mas tiempo aquí...

-Pero te necesito...

-No... el valor ya lo conseguiste, y por ti misma, eso era lo que necesitabas y lo que estabas buscando verdaderamente cuando saliste de Coventry... ahora podrás descubrir para lo que naciste. —y en un susurro, añadió:- La marca te acompañará como un recuerdo mío...

Ella lo miró con ojos llorosos.

-Y yo... la llevaré con orgullo...

Él sonrió y asintió.

Isabel se acercó a su rostro para besarle, y entonces la luz se hizo mas intensa, y cuando sus labios se encontraron, él desapareció e Isabel descendió hasta llegar al suelo nuevamente.

-Cuando te sientas sola, escucha la brisa. Y cuando la sientas tocar tu rostro y rozar tus labios, entonces sabrás que soy yo el que te besa... -se escuchó proveniente de la gran aura que desaparecía en dirección del cielo.

Isabel la contempló hasta que desapareció por completo, dejando ver lo verde del bosque y los sonidos de los animales saludando al buen clima.

La Marca del ArcángelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora