CAPITULO 4

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Naru sacó la cabeza por la puerta.

-¡Konohamaru! -gritó a su sobrino de catorce años-. ¡Dejad de hacer el idiota!

-Vale -gruñó el chico. El doncel volvió a meter la cabeza, aunque seguía vigilándolo. Lo adoraba, pero no olvidaba que era solo un crío, con la energía y torpeza de comienzos de la primera parte de la adolescencia. Su sobrina, Moegi, se quedaba dentro con el, donde había aire acondicionado, pero habían ido también dos amigos de Konohamaru y los tres hacían el payaso en el muelle. Naru suponía que alguno caería al agua en cualquier momento.

-¡Qué tontos son! -exclamó Moegi con todo el desdén de sus trece años. Su tío sonrió.

-Mejorarán con la edad.

-Más vale -comentó la chica. Volvió a la novela de amor que leía sentada en la mecedora. Era una chica guapa, morena como su padre y con una estructura ósea fina que mejoraría con la edad. Konohamaru era más extrovertido.

Un barco se acercó a los surtidores. Naru salió a atender a los clientes, dos parejas jóvenes que, a juzgar por sus quemaduras, debían llevar mucho tiempo en el agua. Cuando se marcharon, miró el sol en el cielo sin nubes. No había ninguna posibilidad de que la lluvia refrescara el ambiente. Aunque solo llevaba unos minutos fuera, sentía ya el pelo pegado a la nuca. ¿Cómo podían estar los chicos fuera y tener además energía para hacer el tonto?

Al entrar de nuevo en la tienda se detuvo, cegado momentáneamente por el paso del exterior al interior. Moegi charlaba con alguien, un hombre al que Naru tardó un momento en reconocer. Respiró hondo.

-Señor Uchiha.

-Hola -su mirada negra bajó por las piernas de él, desnudas bajo el pantalón corto. La mirada lo puso incómodo y pasó detrás del mostrador para marcar la venta del gasoil y dejar el dinero en la caja.

-¿Qué desea? -preguntó sin mirarlo. Sabía que Moegi los observaba abiertamente, alertada quizá por el modo reservado en que su tío trataba a aquel cliente.

-He traído mi barco -dijo Sasuke-. ¿Tiene sitio libre para dejarlo aquí?

-Por supuesto -los negocios eran los negocios. Abrió un cajón y sacó un contrato de alquiler-. Rellene esto y le enseñaré un lugar. ¿El otro día vio alguno que le gustara más que otro?

El hombre miró el papel que tenía en la mano.

-No. Cualquiera servirá -repuso con aire ausente mientras leía el contrato-. ¿Hay una copia extra? -preguntó, reacio a firmar algo de lo que no conservara copia.

El doncel se encogió de hombros y sacó otro contrato, tomó el que sostenía él y colocó una hoja de papel carbón entre los dos. Grapó todo junto y se lo devolvió. Sasuke rellenó el papel, dando su nombre, su dirección y el tiempo que pensaba alquilar el sitio. Firmó y le devolvió los papeles antes de sacar la cartera y depositar una tarjeta de crédito en el mostrador.

Naru seguía sin mirarlo, por lo que él lo contempló a placer. En los tres días que hacía que no la¡o veía, había decidido que no podía ser tan encantador como le pareció a él. Se equivocaba. Desde que llegó al puerto y lo vio sirviendo gasoil, sentía una tensión en sus partes que apenas lo dejaba respirar. Seguía siendo tan sensual como un dios pagano, y él lo quería para sí.

Había hecho mucho en esos tres días. Había visitado a Kiba , comprado un barco, un coche y una casa al lado del río. Tardaron dos días en entregarle el barco, pero de la casa tomó posesión antes, y se había instalado ya la tarde anterior. El agente inmobiliario no se había recuperado todavía de la rapidez con que hacía tratos. Pero Sasuke no estaba habituado a perder tiempo. En un tiempo récord consiguió que le pusieran gas y electricidad, terminó los papeleos, contrató un servicio de limpieza que limpiara a fondo la casa y compró muebles nuevos. También había puesto otro plan en marcha, un plan que haría caer en la trampa a Naruto y Kiba Inuzuka.

Amando a un doncelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora