CAPITULO 2

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Era un día caluroso de verano, típico del sur. El cielo mostraba un tono azul profundo y aparecía punteado de nubes algodonosas y blancas que se deslizaban empujadas por una brisa tan débil que apenas movía la superficie del lago. Unos cuantos pescadores y practicantes de esquí acuático se repartían el agua, pero la mayoría de los pescadores habían salido pronto y vuelto antes de mediodía. El aire era pesado y húmedo, intensificando los olores del lago y las lujuriosas montañas que lo rodeaban.

Naruto Namikaze contemplaba su dominio desde los grandes ventanales de la parte de atrás del edificio principal del puerto. Todo el mundo necesita un reino propio y el suyo era aquel laberinto de muelles y barcos. Nada de lo que ocurría allí escapaba a su atención. Cinco años atrás, cuando se hizo cargo de él, estaba en las últimas y apenas cubría gastos. Necesitó un préstamo importante para meterle la inyección de capital que requería, pero en menos de un año había empezado a dar más beneficios que nunca. Con suerte, terminaría de devolver el préstamo en tres años más. Y entonces el puerto sería solo suyo, libre de deudas y podría expandirse y diversificarse un poco. Confiaba en que los negocios siguieran así; la pesca había bajado mucho debido al programa de «control de maleza» por parte de la Autoridad del Valle Tennessee, que había conseguido matar la mayor parte de las plantas acuáticas que albergaban y protegían a los peces.

Pero el se había mostrado cauteloso. Su deuda era manejable, a diferencia de la de otros, que pensaron que el boom de la pesca duraría siempre y se habían endeudado mucho para expandirse.

El viejo Jiraiya le había hecho compañía la mayor parte de la mañana, sentado en la mecedora detrás del mostrador y distrayéndolos a sus clientes y a el con historias de cuando era muchacho a principios de siglo. El anciano era tan duro como una suela de zapato, pero tenía casi cien años y Naru temía que no durara mucho más. Lo había conocido toda su vida, y siempre ya de viejo, con pocos cambios, tan permanente como el río o las montañas. Pero sabía muy bien lo incierta que es la vida humana y atesoraba las mañanas que Jiraiya pasaba con el. Y él también las disfrutaba; ya no salía a pescar, pero allí se sentía aún cerca de los barcos, podía oír el ruido del agua contra los muelles y oler el lago.

Ahora estaban los dos solos y el viejo se había lanzado a otra de las historias sobre su juventud. Naru, sentado en un taburete, miraba de vez en cuando por las ventanas para ver si se acercaba alguien al surtidor del muelle, sin dejar de prestar atención a Jiraiya.

Se abrió la puerta lateral y entró un hombre alto y delgado. Se quedó quieto un momento; después se quitó las gafas de sol y se acercó a el con un movimiento de pantera silenciosa.

Naru solo le lanzó una mirada rápida antes de volver su atención a Jiraiya, pero fue suficiente para hacerle subir sus defensas. No sabía quién era, pero reconocía lo que era: un forastero. Había muchos norteños que se habían jubilado en Guntersville, atraídos por sus inviernos suaves, el coste bajo de la vida y la belleza natural del lago, pero él no era de ellos. Para empezar, era muy joven para estar jubilado. Su ropa era cara y su actitud desdeñosa. Naru conocía a los de su clase. Y no lo impresionaban para nada.

Pero era solo eso. También era peligroso.

Aunque sonreía a Jiraiya, examinaba instintivamente al desconocido. El se había criado con chicos temerarios y problemáticos. El sur los producía en abundancia. Pero ese hombre era otra cosa. No buscaba el peligro, él era el peligro. Poseía un temperamento y una voluntad que no admitían oposición, una fuerza de carácter que asomaba sin disimulo a sus ojos negros

No sabía cómo o por qué, pero presentía que era una amenaza para él.

-Disculpe -dijo. Y la profundidad de su voz lo acarició como el terciopelo. Un escalofrío recorrió su espina dorsal. Sus palabras eran corteses, pero la voluntad de hierro que escondían le dijo que esperaba que lo atendiera en el acto.

Amando a un doncelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora