𝐂𝐀𝐏𝐈𝐓𝐔𝐋𝐎 12

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Era sábado por la mañana, la luz del sol iluminaba los jardines del palacio y las aves cantaban alegres dándole la bienvenida a un nuevo día

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Era sábado por la mañana, la luz del sol iluminaba los jardines del palacio y las aves cantaban alegres dándole la bienvenida a un nuevo día. Una mañana tranquila para Sonic, quién se había despertado temprano para visitar el jardín junto a su padre, habían salido bastante temprano a completar las tareas matutinas en el jardín, era una costumbre que habían tomado ambos. Desde más pequeño Sonic acompañaba a su padre y lo ayudaba con lo que podía, observaba y aprendía de él, se preguntaba por qué no le pedía a alguien más que lo hiciera por él, pero Jules aseguraba que cuidar de su jardín era su trabajo, no el de nadie más, ganándose la admiración y el respeto de su hijo, que compartía con él una gran fascinación por las plantas y flores en general.

Una vez terminaron su padre se despidió de él regresando al palacio para cumplir con sus responsabilidades como rey, claro, antes le advirtió que no llegara tarde para desayunar o su madre se enojaría.

No tenía prisa, ese día no vería clases por lo que ningún instructor lo estaría esperando. Pensó en buscar a su hermano para jugar un rato, pero primero tendría que encontrarlo. Atravesó el jardín dispuesto a llegar a su habitación donde suponía podría estar, pero la silueta de su hermana frente a él lo hizo detenerse.

Su hermana se detuvo por igual, y una sonrisa ladina se dibujo en sus labios, Sonic la observó con detenimiento, ella escondía ambas manos detrás de su espalda, algo tramaba, y su sonrisa se lo confirmaba.

—Sonic, por fin te encuentro

Habló con un tono sospechoso. El erizo arqueó una ceja confuso

—¿me estabas buscando?

—Sí —asintió sin borrar su sonrisa—. Venía a saludarte, está mañana no te dije buenos días y me sentí culpable

Sonic estaba bastante confundido, ¿qué le pasaba?, no lo sabía, pro sin duda tramaba algo.

—¿Qué quieres, Sonia?

Su hermana frunció el seño aparentemente ofendida

—¿Cómo que qué quiero?, ¿que acaso no puedo buscarte para saludarte sin traerme nada entre manos?

—...no, no puedes —ella resopló.

—aunque me ofende semejante acusación —mostró en sus manos un objeto, uno que reconoció muy bien—. Sí , me traigo algo entre manos. Verás, encontré ésto, y esperaba que me dijeras qué es.

—es una corona de flores —respondió con simpleza al trenzado de flores silvestres que traía su hermana en manos.

—ya lo sé, tonto. No te hagas el gracioso conmigo.

𝐋𝐀 𝐋𝐄𝐘 𝐃𝐄 𝐒𝐏𝐄𝐄𝐃Donde viven las historias. Descúbrelo ahora