𝟗 ⋆ Flammis acribus addictis

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CAPÍTULO NUEVE FLAMMIS ACRIBUS ADDICTIS

❝Sé que nos temes a todos, sé que temes a mi padre, pero a partir de ahora, témeme a mí

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❝Sé que nos temes a todos, sé que temes a mi padre, pero a partir de ahora, témeme a mí.❞
Izzy Morgan.

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La primera cosa que Izzy pensó al día siguiente fue puta mierda, porque el cerebro le bombeaba tanto que sentía que se le escaparía por los ojos y porque nunca había estado tan arrepentida de no haber puesto cortinas en su habitación ("princesa, llegará el día que suplicarás tenerlas", le había advertido Simón, y ella había rodado los ojos argumentando que no tener cortinas la ayudaría a despertarse temprano. Suponía que había llegado el día que Simón predijo, pues demonios que detestaba la luz que se colaba entre sus ventanas). Su segundo pensamiento fue puta mierda también, ya que al girarse a su mesita de noche vio que eran mediodía y en la mañana debía de vigilar a Daryl Dixon. Ahí fue cuando le golpeó el tercer puta mierda en menos de un minuto, porque junto a su reloj en la mesita de noche había un Jack Daniels a medio terminar... y un sombrero de Sheriff que reconocería a kilómetros.

—Qué. Demonios. —le murmuró al sombrero, como esperando que le saliera una boca y comenzara a darle explicaciones de porque se había colado en su cuarto sin su permiso.

Lo que sea, sentenció Izzy mientras reunía toda su fuerza de voluntad para levantarse de la cama, el misterio del sombrero de Carl Grimes tendrá que esperar a que le pague una visita a Daryl Dixon.

Así que se cambió de ropa, dándose cuenta que no se había tomado la molestia de ponerse el pijama. En su lugar, aún vestía la misma camiseta de ayer y sus jeans estaban cubiertos de barro. Vale. ¿Que demonios había hecho el día anterior?

La pregunta seguía presente mientras buscaba un paracetamol por su cuarto y se lo tragaba junto a un sorbo de Jack Daniels ante la falta de botellas de agua, y también siguió presente cuando hizo una mueca de evidente asco porque Dios, sabía aún peor de lo que recordaba.

Siguió presente cuando se ató el cabello en una cola alta, se abrochó los cordones de sus botas de combate y cuando caminó a través de los pasillos que conducían hacia Daryl Dixon. Sin embargo, sus neuronas se empeñaban en ser incapaces de evocar recuerdos de lo que había hecho. Era una enorme laguna mental que dudaba poder recuperar, donde habían dos vagas imágenes que se le venían a la cabeza: lluvia, torrencial y furiosa cayendo a su al rededor como el berrinche de un niño consentido, y los ojos azules de Carl mirándola directamente, un poco más suaves y ajenos a la rudeza habitual.

Se sacudió el pensamiento de la cabeza. Carl Grimes y su ridículo sombrero de Indiana Jones iban a esperar a que solucionara el asunto de Daryl. Punto.

Su plan consistía en más o menos ir a buscarlo, disculparse por la tardanza, y luego llevarlo hasta la herrería donde lo tendría trabajando hasta las seis mientras ella practicaba movimientos con su nueva mini-hacha creada por el arquero. Eventualmente Daryl le haría algunas correcciones en voz baja; la postura, el movimiento de la muñeca, la inclinación del hacha al lanzarla, e Izzy las aplicaría tan pronto como las escuchaba y mejoraría. Era su manera de entrenarla de lejos. Una rutina en la que llevaban inmersos desde que comenzó a trabajar en la herrería.

REQUIEM ⋆ Carl GrimesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora