CAPÍTULO 12

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Ja'far sabía que yo odiaba Bergdorf Goodman, la fantasía de seis plantas de las altas esferas neoyorquinas. Prefería reservar un día entero en boutiques exclusivas, como la ya perdida Henri Bendel, o visitar directamente los grandes almacenes de clase media. Por eso no me dejó marear la perdiz a lo largo de la Quinta Avenida y, como no había tiempo para pedir cita a mi modista particular —no me gustaba abusar exigiendo que me vieran de inmediato, cosa que, sin embargo, harían—, entró sin pensarlo en Saks Fifth Avenue.

Sí, Ja'far lo sabía todo sobre mi proceso de duelo, mis giros emocionales de película de Tarantino y también sobre mis preferencias comerciales. Sabía también que no vestía Marc Jacobs desde que una de sus empleadas hiciera un comentario racista sobre mi ascendencia, que me sentaban fatal los sombreros y que mi anillo de compromiso no sería de Tiffany's de ninguna manera, sino de Harry Winston. No podía sorprenderme, pues, que se dirigiera sin preguntar a la sección de mi marca fetiche: Alexander Wang.

—Tendrías que preguntarle a tu cita a dónde pretende llevarte para saber qué ponerte, ¿no?

—No es así como funcionan las reglas. Yo aparezco vestida de determinada manera y en función de eso vamos a un sitio u otro. Y si ya ha hecho un plan concreto, deberá cambiarlo e improvisar para que no tenga que cambiarme.

—Por supuesto. Al servicio de la princesa.

Lo miré de reojo, aunque no lo necesitaba para saber con qué intención había hecho el comentario.

No entré al trapo.

—De todos modos, no creo que Alí me lleve a nadar a una piscina comunitaria. —Acaricié con los dedos un pantalón de seda negra con detalle de capa—. Creo que un vestido de cóctel servirá para cualquiera que sea el plan.

Apenas llevaba un minuto y medio entre las prendas cuando apareció la dependienta de turno con una enorme sonrisa en los labios. Como todas las encargadas de Saks, iba vestida con un gusto impecable: una falda larga y acampanada con transparencias y un fino jersey con detalles en los hombros que abría un escote recatado.

Era nueva, y lo sabía porque no me costaba recordar las caras de todos los que me habían hecho la pelota entre aquellas cuatro paredes. Demasiados para mi gusto.

A veces prefería los desaires. Me daban sensación de normalidad.

—¿Puedo ayudarla en algo? ¿Busca algo particular?

—No, la verdad es que no vengo con una idea en mente. Solo quiero un vestido apropiado para una cita nocturna, algo sofisticado pero no pretencioso, algo sexy pero no descocado, y...

Me di cuenta de que no me estaba escuchando en cuanto ubicó a Ja'far a unos pasos detrás de mí.

La reacción de las mujeres a los hombres que me acompañaban siempre me irritaba, pero esa vez me limité a sonreír con resignación. Cerré el pico y decidí darme una vuelta por las prendas de exposición mientras ella asimilaba que la perfección existía.

No huí lo bastante rápido para no escuchar a la dependienta, por desgracia.

—Ja'far, ¡cuánto tiempo! —Al girarme con el ceño fruncido la vi abalanzarse sobre él y apretarle el hombro con una mano cariñosa. Lo saludó con sonoros besos en las mejillas. Debía ser europea, quizá del norte, a juzgar por su rubio blanquecino y su piel pálida. Y por lo de besucona, claro—. ¿Vienes por un regalo, o vienes solo a saludarme?

Preguntó eso segundo con un deje seductor que me puso la piel de gallina.

Solté el vestido midi con pliegues que estaba manoseando para captar a tiempo la sonrisa de Ja'far. Esa sonrisa que reservaba a las mujeres atractivas, un grupo del que por lo visto yo nunca había formado parte.

Soy un premio; GÁNATELO. Un retelling de AladdínDonde viven las historias. Descúbrelo ahora