CAPÍTULO 34

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Los días que siguieron fueron caóticos. Mi padre comprendió que decidiera cancelar todas las reuniones de organización para galas benéficas y no asistiera a la facultad, pero no estuvo tan convencido de que fuera lo correcto después de ver cómo aprovechaba el tiempo.

O, mejor dicho, cómo lo desperdiciaba.

Me pasaba las horas delante de la televisión —si era la hora de almorzar, o bien me saltaba la comida o prendía el televisor del comedor—, en busca de pistas que pudieran conducirme a Alí.

El paso de los días —aún no se había cumplido la semana— fue ayudándome a esclarecer la situación. No lo que había ocurrido con Alí, sino lo que estaba ocurriendo conmigo. Tenía que aceptar que, muy probablemente, Alí era un delincuente. Esa era la parte fácil, porque la acusación de... ¿fraude? —todavía me costaba comprender qué había hecho con exactitud: los detalles se los reservaba el gobierno— dejaba de ponerme el vello de punta cuando entendía que había estafado a las macroempresas que cotizaban en bolsa. Es decir: en ningún caso había herido a nadie físicamente. Lo difícil era asimilar que, al ser un delincuente, Alí dejaba de ser quien yo creía.

Se había convertido de la noche a la mañana en alguien a quien no conocía.

Ni siquiera Millie debía conocerlo. La llamé con uno de los muchos números de empresa que tenía mi padre. No cogió ni una sola de las llamadas. Solo cuando le escribí diciéndole quién era, Millie tuvo la iniciativa de comunicarse conmigo.

—Pensaba que no me lo cogías porque estabas cubriendo a Alí y ponerte en contacto conmigo o con alguien vinculado con él podría ser un problema —fue lo primero que le dije.

Nunca respondo números extraños. Podría ser la policía, o un estafador, o alguien que quiere mis datos para suplantar mi identidad.

Ese comentario me hizo pensar en el diagnóstico de esquizofrenia con el que Alí había resuelto la cuestión de Millie. ¿Sería cierto, o en eso también habría mentido? En ningún caso me parecía adecuado preguntarle abiertamente si padecía algún trastorno mental. Tendría que renunciar a la verdad una vez más.

—Bueno, seguro que las dos nos pondríamos la mar de contentas si cierto estafador nos llamara, ¿no? —comenté con todo el buen ánimo que pude fingir. Llevaba horas sin dormir, con ataques de ansiedad continuos, y me costaba incluso enfocar la vista—. Has visto en televisión lo que ha ocurrido, ¿verdad? Lo están buscando.

Sí. —Millie suspiró, y no me pareció el suspiro grandilocuente de una persona con manía persecutoria. Su argumento, de hecho, fue muy cabal; propio de una madre resignada—. Sabía que tarde o temprano lo acabarían trincando. Siempre ha estado metido en líos como ese. Era cuestión de tiempo que el FBI lo alcanzara. Solo espero que se encuentre bien, aunque, conociéndolo, no debo ni preocuparme. No hay quien lo pille.

—¿No está contigo?

Millie se quedó un momento callada. Pensé que se daba tiempo para elaborar una mentira, pero seguramente había percibido la urgencia de la novia en mi tono de voz.

No. Si viniera a esconderse a mi apartamento, lo encontrarían antes.

—¿Y no tienes ni idea de dónde puede estar?

Escondido en la ciudad, eso seguro. No me creo lo que dicen los medios de que ha escapado del país. Ni siquiera él puede burlar la seguridad de los aeropuertos estadounidenses, y menos cuando una foto de su cara circula por todos los medios.

—Gracias, Millie. —No pude resistirme a seguir investigando. Ella era la única persona que conocía que podía ayudarme—. ¿Todo de lo que se le acusa... es cierto?

Soy un premio; GÁNATELO. Un retelling de AladdínDonde viven las historias. Descúbrelo ahora