CAPÍTULO 9

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—¿Qué haces aquí?

—Resulta que este es mi hotel.

Me tomó del brazo y bajamos juntos a la calle. Caminaba a grandes zancadas, y aunque yo no tenía las piernas cortas, un paso de mi padre equivalía a dos de los míos. Al admirar su perfil, supe que estaba metida en un lío, aunque ya me había olido que algo iba mal al verlo aparecer un día después de su vuelo.

—¿No tenías que firmar un acuerdo con Durand?

—Era lo prioritario en mi lista de tareas pendientes hasta que me he enterado de que estuviste hace dos noches en Williamsburg. ¡En una sala de conciertos que suele servir de tapadera para el tráfico de drogas!

Pasé totalmente la parte de «la tapadera para tráfico de drogas» por culpa de la ira que me invadió.

—¿Ja'far te lo ha dicho?

Mi padre se detuvo a un paso de entrar en el Cadillac.

—¿Ja'far lo sabía?

«Oh, mierda».

Una cosa era ser vengativa y otra muy distinta una chivata. No estaba a favor de agregar más defectos a mi personalidad, y menos cuando Ja'far podría reprochármelos.

—¿Ja'far lo sabía? —repetí yo, haciéndome la interesante. Entré en el coche con cara de asombro—. Vaya, ese chico está en todo. ¿Me colocaría un micro en el vestido?

—No te burles de mí, Jasmine —me advirtió, agachándose con el capó del coche como apoyo para hablarme directamente—. Apenas me dio tiempo a deshacer mi equipaje cuando Hakim me dijo que llegaste de madrugada al hotel y confirmé en un roñoso periódico digital las que eran sus sospechas. Fuiste al condenado concierto que ese enano rastafari vino a promocionar, ¿no?

—Me acojo a la Quinta Enmienda. —Me crucé de brazos—. ¿También tienes comprado a Hakim para que me persiga?

—Es evidente que Rajah no sirve para nada. Voy a tener que despedirlo.

Abrí la boca para nada, porque mi padre dio un portazo airado. Tuve que contener los sapos y culebras que estaban a punto de asfixiarme hasta que él hubo rodeado el coche para sentarse a mi lado.

Apenas se puso el cinturón, me giré.

Me sentiría culpable por tener que mentirle, pero si ese era el precio que tenía que pagar para conservar a mi guardaespaldas, gustosamente lo pagaría.

—No vas a despedir a Rajah. Estuvo conmigo en todo momento y por eso no me ocurrió nada.

—Su deber es impedir que vayas a donde no puedas estar segura.

—Rajah no tiene derechos sobre mí porque es un guardián de pago, no un tutor legal. No puede prohibirme un capricho.

—Pero puede llamarme si insistes en meterte en problemas. ¿En qué estabas pensando?

—En ti, de hecho. Pensaba en ti y en tu encerrona con Ja'far, en lo mucho que te diviertes controlando mi vida. Mírate. Has tomado un avión para venir a gritarme. ¿Sabes que también me puedes gritar gracias a un aparatito tecnológico denominado «teléfono móvil»?

—Pero no puedo presentarte a tu nuevo pretendiente por teléfono.

—¿Mi nuevo pretendiente? —Lo miré boquiabierta—. ¿Menos de veinticuatro horas en París y ya me has encontrado un musulmán millonario con un viñedo en Burdeos? Me postro a tus pies, Ryad Ajdid. He subestimado tu talento.

—No es francés, pero has acertado con el principio de la descripción.

—No existía el margen de error en este caso. Debería alegrarme que mi padre consulte las billeteras de sus amigos antes de pasármelos. ¿Quién es el dichoso pretendiente esta vez? ¿Vas a hacer que me pierda un brunch en Petite Boucherie para presentarme a otro imbécil?

Soy un premio; GÁNATELO. Un retelling de AladdínDonde viven las historias. Descúbrelo ahora