CAPÍTULO 28

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Tuve la impresión de que todo el restaurante se callaba para escucharlo. Nadie se movió. Solo Alí, que cambió de postura en su asiento y le sonrió como si le hubiera contado algo divertido.

—Ja'far —masculló mi padre, anonadado.

Él no le hizo ningún caso. Tenía la vista fija en Alí, y parecía que no hubiera cogido aire desde que había hecho el primer comentario sobre Palestina.

—El equipo ganador, ¿eh? —escupió, envenenado—. ¿Cómo no vas a ganar, si cuentas con el apoyo de las potencias capitalistas, que son las que han garantizado y promocionado tu ocupación en territorio palestino? ¿Cómo no vas a ganar, si tu estado tiene poder económico de sobra para conseguir munición de calidad en el extranjero y masacrar a una población que se defiende con armas caseras? ¿Cómo no vas a ganar, si eres el opresor y el que manda?

Quise intervenir para calmar el ambiente, pero yo misma me había quedado de piedra. Nunca, jamás lo había visto tan fuera de sí. Una vena había aflorado en su sien, delatando la tensión que se agolpaba en sus músculos, y los ojos se le habían oscurecido a la par que enrojecido por la necesidad de arrojarse sobre él.

Me alegré de que la mesa hiciera su deseo inviable.

—¿Te parece educado acaparar la conversación con tus discursos políticos? —le regañó Alí, más cómodo que al principio ahora que tenía a Ja'far de los nervios—. No me interesa lo que esté pasando en Oriente, Al-Khatib; por eso me largué de allí. A ti tampoco debe importarte mucho, dado que abandonaste a tu familia y a tu querido pueblo para vivir tranquilo y feliz en Nueva York.

Hasta a mí me dolió esa acusación, especialmente por el tono en que la había pronunciado.

Ja'far no se contuvo más y se puso en pie. Si Alí había soltado ese discurso para echarlo de la cena, lo había conseguido. Pero viendo el ceño ominoso de mi padre, supe que eso tendría un precio. Ya se había formado una opinión muy concreta y poco halagadora de mi prometido.

Ja'far le contestó algo en árabe. Le habló rápido, pero sin trabarse. Solo entendí la palabra haram, que hacía referencia a lo prohibido o pecaminoso en el Islam. Mi padre estiró el cuello, enterándose de lo que decía y, según entendí, dando el visto bueno.

Alí escuchó con una mueca indiferente.

—Hablar en un idioma que la señorita no entiende es una falta de respeto.

—¿Quieres que lo repita para que se entere ella también? Porque no creo que haga falta. Ya se dará cuenta por su lado de que eres un miserable. Y si finalmente se casa contigo, hijo de puta, podrás decir que al menos tienes algo de valor. Solo espero que recupere el buen juicio a tiempo. Lo único que puedes ofrecer es un corazón podrido.

Ja'far se largó sin decir nada más. Los comensales de las mesas más cercanas nos miraban sin disimular su curiosidad. Yo no supe cómo reaccionar. Era la primera vez en mi vida que veía a Ja'far comportarse de ese modo, pero entendí que había cosas que no tenía por qué escuchar.

Miré a Alí a la vez que mi padre.

—Es una lástima que no vayamos a quedarnos a conocer la cocina del restaurante —dijo él, incorporándose—. Las bebidas me han bastado para hacerme una idea de con quién estoy tratando.

Mi padre no tenía una opinión sobre los conflictos armados de Oriente. De hecho, si tuviera que elegir entre la fervorosa defensa de Ja'far y la indiferencia de Alí, le convendría más posicionarse de lado del segundo: no le interesaba nada que quedara fuera de sus negocios y era un enamorado de Norteamérica, de sus intervenciones militares y de sus alianzas con otros estados. Pero por encima de eso respetaba profundamente a Ja'far.

Soy un premio; GÁNATELO. Un retelling de AladdínDonde viven las historias. Descúbrelo ahora