CAPÍTULO 5

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—Todavía no me ha escrito. ¿Crees que seguirá en comisaría? ¿Crees que ha ido a la cárcel? ¿Crees que lo han matado después de molerlo a golpes? He revisado los periódicos locales más importantes y no he visto nada sobre la redada de anoche, solo unos cuantos artículos en la web.

—Eso es que no fue nada fuera de lo habitual, solo un control rutinario.

—¿Le habrá caído una buena?

—Depende. ¿Cuánto llevaba en los bolsillos?

Me tensé al recordar el contenido de las bolsitas de plástico.

—Llevaba algo, pero no lo sé con seguridad. No voy por ahí diciéndole a los hombres que me enseñen sus bolsillos.

—¿Y no le metiste mano directamente? Cualquiera lo diría, con lo rápido que te has enamorado.

Miré a Rajah con una mueca de desprecio y él se rio a medias. Siempre se reía a medias.

Bajábamos en ese momento las escaleras de la primera planta, donde se distribuían las amplias aulas de la facultad.

A la hora del almuerzo de un lunes cualquiera, cuando cortaban las clases, la actividad hacía bullir de energía el complejo de la Universidad de Barnard. Tratándose de una institución exclusiva para mujeres, no era de extrañar que las chicas abrazadas a sus archivadores o aferradas a sus bolsos de marca se giraran hacia mi guardaespaldas o se cruzaran adrede con nosotros para admirarlo de cerca.

Había más presencias masculinas. Novios atentos que pasaban a recoger a sus chicas para almorzar o padres responsables, en su inmensa mayoría. Pero Rajah era prácticamente un miembro activo de la universidad. Su trabajo consistía en perseguirme, y el trabajo de mis compañeras, por lo visto, era perseguirlo a él.

Aun así, ese día no estaban en exceso agitadas por su presencia —y eso que se había puesto «La Camiseta Blanca», de la que se hablaba en los mismos términos que de la bandera de los Estados Unidos—, lo que no quería decir que fuera a quedarme con las ganas de quejarme. No había dormido en toda la noche, temía una exclusiva en prensa por mi escapada y no tenía aún noticias de Aladdin.

—¿Por qué no te superan de una vez? —Miré a las chicas apostadas al final de las escaleras. Nos observaban de reojo y comentaban entre risas lo que debía ser una lista descriptiva de las guarrerías que le harían—. Por Dios, llevamos aquí dos años. Ya deberían estar hartas de verte por la zona. O por lo menos haberse acostumbrado a tu cara.

—Las veteranas ya se comportan con normalidad, pero las novatas deslumbradas siempre existirán.

Cuando hablaba de su impacto en los demás nunca parecía orgulloso. Más bien resignado.

—Los padres de esas pobres niñas deben estar desesperados. Las mandan a Barnard para que no haya distracciones masculinas y ahí estás tú, con tu rapado y tu cara de malo, preparado para pervertirlas.

Se guardó una mano en el bolsillo del vaquero desteñido.

—No soy tan malo con las niñas bonitas.

—Qué va. Eres peor. —Puse los ojos en blanco—. No finjas que no te regodeas siendo el centro de atención. Hasta el director tuvo que pedirte que limitaras tu acercamiento a las estudiantes en horario lectivo.

—Eso es porque existe una tendencia muy ofensiva a culpabilizar a las víctimas. Yo no me acerco a nadie, solo soy educado cuando se acercan a mí.

Era cierto. Que yo supiera, Rajah jamás había entablado conversación con una alumna, y menos aún con fines perversos.

Como cada vez que sentía que debía defender su labor, replicó:

—Cuando estoy trabajando, no me despisto ni un segundo. Salvo excepciones...

Soy un premio; GÁNATELO. Un retelling de AladdínDonde viven las historias. Descúbrelo ahora