15. Miedo

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Diana
— Eres mi vida, Gustabo. Si tú te vas, me muero —le dije, con la voz quebrada, mientras lo miraba fijamente, intentando que entendiera la gravedad de lo que estaba a punto de hacer.

— Si ha vuelto ella, también lo ha hecho Truett, y ya sabes lo enamorado que estaba Horacio de él. No sé si llegó a entender lo que nos hicieron —respondió bajando la mirada, como si revivir esos recuerdos fuera demasiado doloroso.

— Si tienes toda la razón, pero no es suficiente como para irte. Ahora esta es nuestra familia, estoy aquí por que tú me lo pediste —le recordé, tomando sus manos con fuerza, como si al sujetarlo pudiera evitar que se escapara de mi vida.

— No quiero meter en todo esto a nadie más que a ti y a Horacio —replicó, apretando ligeramente mis manos, pero su tono seguía siendo cerrado y distante.

— No puedes ser tan cerrado, Gustabo, por favor, no te vayas —le supliqué, sintiendo que las lágrimas amenazaban con salir, pero intentando mantener la compostura.

— No me voy a quedar aquí, dejando que Horacio se separe de nosotros —respondió con una dureza que me rompió por dentro.

— Me parece muy egoísta de tu parte— rechiste soltando sus manos y alejándome un poco, herida por sus palabras.

— No puedes ser así. Hay que apoyarle para que entienda. No puedes huir, no ahora —dije, alzando un poco la voz, intentando que mis palabras lo hicieran reaccionar.

— Me voy mañana y punto —sentenció, poniéndose de pie como si la conversación ya estuviera zanjada.

— ¡Si te vas, no me vuelvas a buscar en tu puta vida! —grité, llena de rabia, mientras me levantaba de golpe.

—¡Te quedas sin hermana! Elige: te vas sin mí o te quedas conmigo— Salí del salón dando un portazo, mi corazón latía con fuerza por la frustración, pero, al cruzar la puerta, algo me detuvo. Era mi casa. Respiré profundamente, giré sobre mis talones y volví a entrar con determinación.

— ¡Vete tú, que la casa es mía, anormal! —le grite con toda la rabia que me quedaba.

Gustabo no dijo nada. Se limitó a mirarme con tristeza antes de salir por la puerta. Mientras lo veía marcharse, noté una figura conocida que se acercaba desde el pasillo.

Conway
Había venido a ver cómo estaba Diana después de todo lo ocurrido. Al llegar, subí en el ascensor y, antes de llegar al piso, los gritos que venían del interior del apartamento me dejaron helado. Poco después, vi cómo Diana salía de su casa dando un portazo, solo para volver a entrar furiosa. Al acercarme, me crucé con Gustabo, que salía con una expresión de derrota, como si estuviera al borde de las lágrimas.

— Deja la puerta abierta —me pidió al pasar, sin mirarme directamente.

Lo observé por unos segundos, dudando si decir algo, pero finalmente decidí entrar. Cerré la puerta detrás de mí y avancé hasta el salón. Diana estaba sentada en el sofá, con los brazos cruzados, claramente molesta, pero al verme su expresión se suavizó ligeramente.

— ¿Qué pasa ahora? —le pregunté, sentándome a su lado, intentando entender qué había desencadenado todo.

Ella giró la cabeza hacia mí y, sin decir nada, apoyó su cabeza en mi hombro.

— Se quiere ir —dijo al fin, en un susurro que parecía cargado de impotencia.

— ¿Por qué? —pregunté, tratando de mantener la calma.

Diana suspiró profundamente, como si necesitara reunir fuerzas para explicarlo.

— Tiene miedo de una cosa que pasó hace tiempo— Fruncí en ceño mientras ella se dejaba caer cada vez más en mi.

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