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El primer ataque de ira de Minho fue a los once años.

Comenzó con una pavada. Quería jugar a la pelota con unos amigo y su abuela no lo dejó. Lloró e histeriqueo por horas hasta que lo obligaron a meterse bajo el chorro de agua fría con ropa y todo. Lloró demasiado en silencio esa noche, extrañaba su casa, las caricias de su madre y capaz al hombre de traje.

Era curioso. El hombre de traje lo lastimaba, lo dañaba. Pero luego volvía a ser bueno. Un padre perfecto que amaba a sus hijos. Y algunas veces llegaba a casa borracho y triste, a veces iba hasta el cuarto de su hijo y lo abrazaba mientras lloraba. Era extraño.

En la mañana seguía enojado, por eso rechazó las galletitas de manteca de su abuelo. Claro que la señora de la casa le quitó todo su desayuno de castigo hasta que aprendiera a ser un buen chico.

En la tarde, volviendo del colegio, se había encontrado con un gatito al cual le apodo sin nombre porque el animal no tenía cara de nombre. Solo era un gato y no consideraba que llamar gato a un gato fuera original. Así que llegó con sin nombre a la casa del campo. A su abuela no le gustaban los gatos, lo echó de la casa con una patada sacándole un maullido adolorido al minino.

Y lo que comenzó con una pavada, un juego de pelota terminó en la noche cuando Minho quiso tomar una galletita porque tenía algo de hambre. La mujer lo regañó y le dijo que por no haber comido en la mañana, no comería esas galletitas. Enojado o furioso, tomó la bandeja y no dudo en arrojársela a la mujer.

A ella se le sangró la nariz y las galletas quedaron dispersas por el suelo. La respiración del azabache era agitada y sus ojos oscuros manejaban una ira desconocida. Pero solo segundos hasta volver a ser el niño bonito y berrinchudo de siempre. Por supuesto que nadie debía enterarse que el pequeño Lee Minho había sido quien le provocó un sangrado a su abuela. Su primer ataque de ira quedó en el silencio del hogar.

Las paredes, los cuadros, la alfombra fueron testigos y jueces a la hora de llevar a tribunales los últimos dos ataques de ira del pequeño unos años después. Los psicólogos nunca se enteraron, los vecinos tampoco y Minho parecía olvidarlos después de dormir. Tal vez su mente creaba aquel reinicio para evitar errores en un futuro. Tal vez Minho no era tan perfecto como le gustaría ser.

Ahora en la actualidad, escondido entre sus piernas a unos metros de su madre preocupada comenzaba una vez más a pensar. Pensaba tanto que odiaba ser él, a veces creía que todo sería más sencillo si hubiera nacido en otro cuerpo, con otra mente, con otros padres, haber nacido siendo alguien más.

Y si nadie era capaz de preocuparse por su bienestar entonces no le quedaba de otra de protegerse a sí mismo. De cuidarse por su cuenta sin tener que depender del cariño ajeno. Minho no podía darse amor, pero si podía sostenerse, estar de pie y respirar. Minho era capaz de vivir. Aunque no sabía decir si se trataba de vivir o más bien sobrevivir. Pero...

¿A quién le importaba?

-Estoy perfecto.

Aún se encontraba en el piso, recargando su espalda contra la puerta. Decidió levantarse y olvidar por un momento que era capaz de pensar. Le regaló una habitual sonrisa feliz a su madre y juntos pretendieron que había sido un buen desayuno. Ella se quedaría en casa disfrutando de su domingo y Minho correría lejos de aquel encierro que era la casa.

Tenía planeado conseguir trabajo, seguir estudiando y volver a pagar su departamento. No deseaba seguir en aquel barrio y probablemente al único que le gustaría seguir viendo era a Jisung. El problema era que ya veía la estampida abalanzarse sobre él por haber violado la inocencia del menor. Cuando ni siquiera habían llegado a más que besos en la cama, en el piso y sobre el mueble.

-Iré a caminar -anunció y ella asintió -no sé cuándo regresaré -o si lo haré.

-Vuelve antes de la cena, Minho -¿Dónde quedó el Min? Supongo que así terminaría siendo.

워,♥︎𓂃 taehxxii 𝅃ᰥ 𖧧 🥛ꜝꜝ

𝑺𝒊𝒍𝒆𝒏𝒕 𝒃𝒖𝒓𝒔𝒕 ☼︎ 𝒎𝒊𝒏𝒔𝒖𝒏𝒈 // ᵃᵈᵃᵖᵗᵃᶜⁱᵒⁿDonde viven las historias. Descúbrelo ahora