El velo caído

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Capítulo 4

En el silencio del elevador el aire se espesa con la tensión apenas perceptible entre nosotros. El señor Taylor, un hombre de pocas palabras, mantiene su mirada fija hacia adelante, como si el mundo exterior no mereciera su atención.

Sus ojos, tras los cristales de sus lentes azules parecen ocultar secretos profundos, como si hubiera visto más de lo que cualquier ser humano debería. Descendimos varios pisos, y yo lo sigo con mi vista clavada en dirección hacia un lugar donde no esté él.

Finalmente, llegamos al estacionamiento. La luz artificial parpadea sobre los automóviles, creando sombras danzantes en las paredes. Los vehículos, como piezas de un rompecabezas caótico, se agrupan en filas irregulares.

Algunos eran relucientes y nuevos, con la arrogancia de quien acaba de salir de la fábrica. Otros, en cambio, muestran las cicatrices del tiempo y el uso: abolladuras, rasguños, manchas de óxido.

Y por mi parte solo me resultan conocidos algunos de entre tantos, únicamente porque de vez en cuando mi jefe anterior me daba sus opiniones sobre los autos, sus preferencias y aversiones.

¿Cuántas veces había compartido conmigo sus análisis meticulosos?

¿Cuántos nombres de marcas y modelos habían quedado grabados en mi cerebro, aunque yo no quisiera?

Eso para mí, era una pesadilla. Gracias a dios ya no tengo que pasar por eso.

Es que solo me interesa una cosa de estos y es que no me importa sus marcas ni sus modelos. Solo quería que anduvieran y me llevaran a donde quisiera.

El señor Taylor avanza con determinación, sorteando los obstáculos con la precisión de un ajedrecista y lo sigo, maravillada por la diversidad de aquel parque automovilístico; Que pertenecen a todos los trabajadores y socios de la empresa.

Y entonces, frente a mí, aparece él: un automóvil negro como la noche. Su superficie brilla con un lustre profundo, como si estuviera impregnado de secretos. Las llantas relucen, y las ventanas son espejos que reflejan mi asombro. Es como si el tiempo se hubiera detenido, como si el mundo entero se redujera a esa máquina perfecta.

Para entonces recordar también el nombre de este, el cual es un Ford Mustang, si mal no recuerdo.Menos mal que ya he olvidado el costo. Lo examino con la mirada, y ya de verlo me hago una idea.

El señor Taylor se detuvo junto al auto negro, y su mirada se mantiene fija en este por un rato.

¿ Señor ?  — Me acerco un poco más y luego toco su hombro.

— ¿ Eh ?  — Me mira con desconcierto y carraspea. — Señorita Green, ¿ tiene licencia de conducir ? — Pregunta poco después mientras se arregla la corbata.

Y creo que está actuando algo extraño.

—  Sí, ¿ por qué lo pregunta ?

—  Bien, en ese caso usted conducirá — Dice caminando hacia el auto, y mis ojos se quedan en blanco.

—  Disculpe, si tengo licencia, pero eso fue hace tiempo y no creo poder hacerlo bien — Respondo, mirando al suelo y sonrojándome, sintiéndome un poco avergonzada.

¿¡Pero a quién intentas engañar, Charlotte!? No, no puedo, ni loca conduzco un auto como ese; de seguro cuesta diez veces más que mi vida. – Sonrío sin gracia. – Prefiero renunciar a tener que endeudarme aún más.

¿Y si lo rasguño?

La vida siempre está llena de sorpresas; no quiero ni imaginarlo. Me niego rotundamente a que mis deudas empeoren y luego tener que estar vendiendo un riñón.

Corazón EncadenadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora