Capítulo Ocho: Un Nuevo Encuentro

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- ¡Raijin, ataca, no te dejes! - le gritaba su madre a sus espaldas mientras éste se enfrentaba a un chico

El castaño no tenía más de 5 años y su oponente algunos 8. Lo tomó por sorpresa y lo tiró al suelo, quedando encima suyo y golpeándolo hasta el punto en que pensó que era suficiente.

- Raijin gana... de nuevo. - mencionó un sujeto

- Aún no.

Raijin iba a quitarse de encima del chico para ayudarlo a ponerse de pie pero una voz lo evitó:

- Raijin, acaba con él.

- ¿Qu-qué? - tartamudeó sorprendido por las palabras de su madre

- Acábalo.

- Pero madre, ya he ganado.

- He dicho que lo acabes. - no parecía que ella fuera a retroceder a sus palabras - Raijin, hazlo.

El castaño tragó saliva duramente al ver que ella parecía amenazarle, y así, con sus manos temblorosas tomó un kunai y lo apuntó a la garganta de su oponente.

- No-no lo hagas... por favor... - suplicó el niño con voz quebrada y con lágrimas que escurrían por sus mejillas

- Créeme que no quiero,... pero... - observó de reojo a su madre - si no lo hago,... ella... ella va a lastimarme... De verdad lo siento...

- ¡Hazlo!

Cerró los ojos duramente y dio el golpe empuñando el kunai con ambas manos. En unos segundos pudo sentir algo caliente y viscoso escurrir por su rostro, así que abrió los ojos. Se congeló por completo al ver como un gran hilo de color rojo escurría de su frente hasta caer al suelo. Sus manos también estaban teñidas de sangre, y ver la expresión de aquel niño,... eso lo empeoraba aún más el momento.

- Hora de irnos, Raijin. - dijo su madre tomándolo por detrás del cuello de la camisa

En unos minutos, se encontraba en el baño de su casa sin poder dejar de mirarse las manos que aún estaban manchadas de sangre. Se las había lavado varias veces pero no se terminaba de quitar todo el color.

- No se va... - se dijo, intentando con un desespero quitarse la mancha, pero sin obtener resultado

Desbastado, se sentó sobre el suelo, flexionando sus rodillas y envolviéndolas con sus brazos. No tardó mucho en sentir como sus ojos se inundaban de lágrimas, las que no tardaron en surcar sus mejillas. Había matado a un niño; a una persona, algo que nunca había hecho o imaginado que haría. En su pecho había confusión, melancolía y rencor.

- ¿Por qué lloras?

El castaño levantó la mirada y se topó con su madre, quien estaba de pie frente a él, sosteniendo una toalla.

- No estoy llorando. - negó, limpiándose las lágrimas con las mangas de su camisa

- Sé perfectamente que estabas llorando. Soy tu madre y no puedes engañarme tan fácil. - el castaño sólo bajó la mirada - Cuéntame. - insistió ella, sentándose a un lado del castaño

- Es por lo que pasó hace rato. - dijo

- Ah, ya... - soltó un suspiro y continuó: - Escucha, - tomó el rostro del pequeño con sus manos y comenzó a limpiar los rastros de sangre que le quedaban - en esta vida tan cruel, todos los humanos sufrimos y es normal. Pero a veces a algunos les toca sufrir más que a otros.

No Soy un Asesino (en progreso)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora