Me atreví a aminorar el paso y a esperar a Jude, que venía detrás charlando con María. Le hablé tartamudeando:
—¿Es... es cierto que... que todas las chicas vestís así en América?
Comprendió por qué lo preguntaba al verme observar con tanta insistencia el pendiente de plumas que le colgaba de la oreja.
—La verdad es que no... Esto es más bien una privilegio de ser un estrella de rock —apuntó sonriendo—. Pero más o menos puedes decidir qué ponerte. Ahora mismo hay muchous tipos diferentes de gente. Todavía existen personas más ¿clásicos?
—Clásicas —le corregí.
—Sí, clásicas. Pero nosotras podemous ponernos lo que queramos. Sziempre habrá gente a la que le pareszca mal, ¿no crees? —dijo dándome un golpe con el puño en el hombro de forma amistosa.
—¿Supongo? —respondí mirando a María de reojo—. Entonces, ¿puedes enseñar las piernas y lo que quieras?
—Lo que quieras —confirmó—. En mi cuerpou mando yo. En tu cuerpou, mandas tú. A mí me da igual lou que piense la gente —dijo poniendo los ojos estrábicos a propósito.
María, al ver el rumbo que llevaba la conversación, se adelantó para dejarnos solas y continuar con Juana el camino hasta una de las tiendas.
—¡Caramba! Es... no sé, parece un sueño...
—Sí, ¡queramba! —repitió riéndose.
—¿Y a la iglesia también? Espera... ¿Creéis en Dios?
—Mi familia sí es religioso. Yo no creou en Dios, tía. ¿Por qué hay guerras si no? No. Yo creo en el universou, creo... en la anarquía, en la paz... en que cada unou busque su propia felicidad.
—Hala...
—Pero sí... —me interrumpió—. También a la iglesia podemos ir como queramos.
—¡Calla, oh! Aquí todavía tienes que ir con velo. Vaya rapapolvo que te montan si no vas en manga larga, y bueno... si me viese mi madre así, ¡le daba un infarto, seguro!
—¿Un infarto?
—Sí, crack —bromeé haciendo un gesto de sufrir un ataque al corazón y morir. Jude se rio al instante:
—Eres muy gracioso.
—Y tú dices cosas muy originales.
—¡Eh, chicas, mirad! Creo que esto podría ser perfecto.
Juana nos detuvo mientras seleccionaba varios vestidos, faldas y camisas de un comercio al fondo del edificio.
Después de desordenar cada rincón, salíamos de Galerías Preciados preparadas. Las chicas habían cambiado radicalmente y podían pasar perfectamente desapercibidas ante cualquier multitud curiosa o altamente rancia.
Jordanne insistía en que quería probar los churros con chocolate. Decía que en sus giras por Europa los artistas españoles siempre hablaban del plato divino de los domingos por la mañana. Así que esa misma tarde, bajo los treinta y tres grados de temperatura, atravesamos el callejón del centro para visitar la Chocolatería San Ginés, con su escaparate pintado de amarillo y verde.
En mi casa, los churros con chocolate no se comían demasiado. Los pasteles que comíamos en Coela se llamaban casadiellas y estaban deliciosas, pero en la ciudad la combinación de churros y chocolate parecía ser algo de costumbre. De hecho, la chocolatería era ya muy antigua. Nos sentamos en una mesita blanca que había en la calle, y Juana entró a pedir los churros junto a Gabrielle. En unos minutos pasamos de ser muchachas espléndidas camino a la madurez a rozar inocentemente la infancia, luciendo la comisura de los labios sucia y chorreada de chocolate ardiendo, bajo el ardiente cielo.
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El Sendero de las Orugas
Historical FictionCuando Jude entra en la vida de Carlota, lo hace para ponerlo todo patas arriba. Pero... ¿Cómo actuará Carlota cuando caiga en la cuenta de que su futuro se encuentra en sus propias manos? Decisiones difíciles, un mundo desconocido y una historia qu...