21. TÚ TAN... Y YO...

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Jacinto apretaba las manos de Julio con sus dos manos, sonriendo. Su sonrisa era genuina. Parecía una de estas personas bonachonas, de las que se han ganado a pulso con el sudor de su esfuerzo un futuro prometedor, pero no utilizando dudosas estrategias, sino gracias a su simpatía y simpleza.

—No será para tanto... Lo más importante lo han hecho los artistas y vosotros, claro... —Julio se sonrojó levemente, y no diría yo que Julio era una de esas personas que se sonrojan, así que debía ser alguien importante—. Chicas, este es Jacinto, el maravilloso e increíble director del festival. Bueno... y un gran amigo, si él me lo permite.

La presentación hizo que entendiera entonces por qué Julio se achicaba frente a él, era un señor de lo más ilustre, el dueño de todo, el artífice de lo que estábamos viendo. Nunca lo hubiese dicho, pues Jacinto no padecía el síndrome de la figura. Su aspecto era más bien desaliñado, podría pasar por un común anciano viejecito, sentado en un banco del Retiro y cuya única misión fuese la de alimentar a los patos.

—Esta es Jude Lawson. Si no te suena todavía, no tardará mucho en hacerlo, porque dentro de poco estoy seguro de que vas a verla presidir el número uno de las listas de éxitos.

—¡Claro que sé quién es!

—Y ella es Carlota, una amiga.

—Carlota Martín Rubio. Encantada, señor Jacinto —dije sin poder evitar devolverle la sonrisa.

—Solo Jacinto, querida.

—Su fesztival es unou... wow—expresó Jude.

—¿Os gusta? —preguntó emocionado—. ¿Sí? Pues, acompañadme.

Jacinto nos descubrió los secretos que se escondían detrás de las barreras. Los camerinos de los artistas, incluso alguno que otro habitado todavía, las cocinas, donde preparaban toda clase de aperitivos para después dejarlos en la entrada, junto con el resto de bocados divinos, y una habitación cuyas paredes se revestían de decenas de fotografías: arriba Jacinto abrazando por detrás con orgullo a una muchacha joven, una Massiel lampiña e inocente. En otro marco, Jacinto posaba en blanco y negro junto a Camarón, Paco de Lucía y otra gente que, sin duda, segregaba grandeza. Nunca supe quiénes eran. Había otra con la gran Lola Flores, y no de estas fotos en las que posas para salir bien. Sino de las que una sale radiante, riendo a carcajadas y un semblante que solo se ve en aquellos que guardan verdadera amistad. Jacinto, gordinflón y tierno, no solo posaba junto a personalidades que resonaban en los medios de este país, sino que tenía incluso colgadas fotografías enmarcadas donde aparecía acompañando de la prodigiosa Sophia Loren, la ingeniosa Julie Andrews, el inigualable John Ford, un joven Elvis y un desaliñado Morrison.

—Este es mi despacho. Os explicaría las historias de cada fotografía, pero os aseguro que no tienen nada de interesante. Son gente de lo más normal. Como tú y como yo, Carlota. Bueno, como Julio y Jude, ya lo has visto, ¿verdad, querida?

Jacinto tenía razón, pero no podía quitarme de la cabeza que aquel hombre, sencillo a primera vista, conociese a tanta gente sobresaliente.

—Este es mi lugar favorito entre todos los rincones de la plaza —explicó Jacinto cuando llegamos a una sala enorme.

La sala estaba prácticamente vacía, aunque sus paredes también estaban cubiertas de fotos, planos y documentos. En el centro había una caja de cristal enorme. Su interior guardaba una maqueta que desde la entrada no fui capaz de distinguir. Pero llamó mi atención, y creo que entorné demasiado los ojos para enfocar y conseguir ver lo que había dentro. Jacinto se percató de mi curiosidad.

—Es una maqueta de Benidorm. Bueno, al menos de cómo se prevé que será de aquí a dos o cinco años. —Su tono de voz y mirada triste me desconcertó mientras decía estas palabras. No entendía por qué provocaba en él esa emoción estar en una sala que como había dicho hace unos minutos era su favorita—. Puedes acercarte.

El Sendero de las OrugasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora