18. EL AGUA DEL MAR NO SE BEBE

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A la mañana siguiente me desperté con el sol colándose por las cortinas. Yo aún estaba envuelta en las sábanas revueltas y liadas alrededor de mi cuerpo. Jude ya estaba despierta, dando vueltas por la habitación y, al verme abrir los ojos, saltó sobre mí:

—¡Qué! ¿Preparado para ver la playa? ¡Puedesz ponerte estou!

Jude sujetaba un precioso bañador de dos piezas de color azul turquesa. Instintivamente, me miré el ombligo, pensando en que quizá era demasiado para mí. Y, al mirarme, recordé que había dormido en ropa interior y que llevaba la tripa al descubierto.

Bajamos a desayunar vestidas para la playa, pero yo me puse una camiseta larga por encima. Elegimos una pequeña taberna que había en la esquina de la calle. Fue divertido porque Jude pidió un desayuno rarísimo: salchichas y huevos fritos con no recuerdo qué más. Yo pedí un zumo de naranja y un bollo de nata que estaba de rechupete, para calmar mi dolor de cabeza. Funcionó. Durante un buen rato estuvimos jugando con la comida, probando la una lo de la otra y al contrario. Las salchichas estaban buenísimas, y aunque era un poco extraño comerlas por la mañana, me regalaron el último empujón de energía que necesitaba. Las dos pedimos café, eso sí. Ese olor de café recién hecho... ¡Es una de mis partes favoritas del día todavía hoy!

Cuando sentí que tenía el estómago a reventar sugerí que nos levantáramos. Caminamos hasta el borde de la calle, donde la arena empezaba su camino. Olía a crema solar, mezclada con sal, perfume, pescado y porras con chocolate. Jude salió corriendo ansiosa por llegar al agua. Sin embargo, yo me descalcé primero, y suavemente puse un pie en la arena. Aún estaba fría, e instintivamente hundí los dedos, tratando de atrapar la arena en ellos. No sé describir el efecto que provocó en mí pisar la arena por primera vez, pero no se puede comparar con nada en el mundo. Mis músculos se relajaron, y traté de seguir a Jude lo más rápido posible, pero me costaba caminar. No solo porque en la arena una camina peor, sino porque la imagen del mar se había colado en mis retinas y me había atrapado por completo.

Mis ojos no llegaban al horizonte como lo habían hecho desde el acantilado, pero esa imagen que desde arriba parecía un sueño o un cuadro de Monet se convertía en una realidad tangible; una verdad que podía pisar, tocar y oler. El mundo me parecía increíble, mágico e infinito. Ni siquiera la multitud, que ya se había acomodado, estropeaba el paisaje. Al revés, lo aderezaba de existencia y entusiasmo.

Vislumbré a Jude entre la gente. Ya había llegado a la orilla. La alcancé y cuando me miró, retándome, ambas tiramos al suelo nuestras bolsas y toallas y comenzamos a correr salpicando con fuerza el agua. Me mojé la cara y noté cómo el olor a sal se convertía en sabor al contacto con mis labios. Sin querer tragué un poco de agua y comencé a toser. Hay cosas, como por ejemplo que el agua del mar no se bebe, que no aprendes hasta que por primera vez te encuentras en el lugar adecuado.

Desde dentro del agua, miré hacia los edificios. Las muchachas en bañadores de dos piezas paseaban, incluso alguna que otra directamente prescindía de la parte superior. Me tapé instintivamente los ojos al verlo. Después, abrí poco a poco los dedos hasta que me acostumbré. Nadie parecía estar preocupado, nadie parecía pensar en cuestiones importantes en aquellos momentos. No eran conscientes de que allí, sin pensarlo, estaban contribuyendo a uno de los cambios más radicales de la historia. De nuestra historia.

Los edificios tocaban el cielo. Había tantas construcciones sin acabar que una podía llegar a imaginarse la grandeza que se fermentaba en el futuro de su suelo. Curiosa mezcla, porque entre los edificios modernos permanecían muchos antiguos: casas de pescadores de color blanco, con dos o tres pisos de altura solamente, construidas con piedra, barcas de madera raída que descansaban en sus puertas... Algunas abandonadas, otras con gente. El contraste era peculiar y novedoso. Así como la arquitectura se contraponía, lo hacían también las gentes locales y los foráneos.

El Sendero de las OrugasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora