"Quien con monstruos lucha cuidar de no convertirse a su vez en monstruo"
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Su cuerpo viajó por el aire, el edificio desde el que salto, no era muy grande, de dos pisos, a unos cuantos metros del suelo por lo que solo le tomó unos cuantos segundos llegar al suelo, cuando aterrizó, sus pies no produjeron ningún sonido.
El lugar donde estaba, era ciertamente desierto a estas horas de la noche, pero no se podía subestimar una ciudad como Orario, podía oír con claridad el bullicioso sonido que venía de la calle principal, ubicada a unos 20 metros de donde él estaba.
Pero incluso si la noche hubiera calmada y serena, incluso si hubiera aterrizado detrás de una persona, está, seguramente, ni siquiera lo habría notado.
Sin embargo, el ruido era bueno, de esa manera si se producía algún inconveniente era casi seguro afirmar que nadie debería de poder darse cuenta, a menos que se acercara a menos de 10 metros.
Comenzó a caminar, como un shinobi, un aura perturbadora lo rodeaba mientras se acercaba a una entrada, vio hacía abajo, había escalones que lo llevan debajo del edificio.
Un sótano, era lógico, pensó, después de todo en un piso subterráneo nadie escucharía si se armaba un alboroto.
Medito un momento.
¿Cuántas personas había adentro?
Por el ruido, más de 10, menos de 100 seguro.
― ¿debería de usar un Genjutsu? ― medito un momento, mientras pensaba en la mejor opción, los Genjutsu se había vuelto mucho más complicados de realizados, se dio cuenta, los "aventureros" tenían una energía extraña recorriendo sus cuerpos, supuso que era por esa "bendición" o "gracia" que recibían de los "dioses". Sea lo que fuera, dificultaba el uso del Genjutsu de manera adecuada, lanzar un Genjutsu a un grupo tan grande sería un dolor de cabeza.
En todo caso podría usar un Genjutsu en el líder para obtener la información que necesitaba, si no lograba convencerlo por la fuerza.
Miro la puerta de madera que estaba frente a él.
Estaba vieja, pero parecía firme, no noto ninguna cerradura, o algo por el estilo, podía ver la luz pasar por las grietas, y por la abertura que estaba entre la madera y el suelo.
Pudo escuchar los gritos animados de hombre bebiendo y bromeando entre ellos, risas estridentes, tarros de lo que pudo suponer era alcohol chocando con la mesa.
El hombre envuelto por una túnica fue iluminado tenuemente por la luz de la luna, y de la calle principal, pero estas últimas se difuminaba antes de llegar a tocarlo.
El hombre caminó con tranquilidad a la puerta.
Estiró su mano de un color pálido, que en realidad era completamente blanco, un blanco enfermo. Toco la perilla, se detuvo por una fracción de segundo, luego la giró, y empujó la puerta con fuerza.
